— Pensaba que vivías en frente.Es una situación extraña ésta que vivimos ahora. Son las dos de la madrugada y me has llamado para que bajara, aún estando en pijama, porque necesitabas hablar. No sé si nos conocemos mucho, si nos conocemos poco, pero siento tan de cerca eso que vives que, por unos minutos, tus penas son también mías y las palabras inundan mi boca. Quizás son tus ojos y el silencio, cuando no hablas. Cuando meditas callado y eres más niño que hace unos años. Quizás me transmites ternura, o recuerdos. O me confundo.
— Yo sí que pensaba que vivías enfrente.
Hablas de que estás cansado, que has perdido las esperanzas. "Por qué es tan todo tan complicado" preguntas aún conociendo la respuesta. Escogiste a la más complicada, decidiste apostar por cazar la tormenta, y creíste dominarla cuando en realidad vivías en el ojo del huracán. Altibajos y canciones que remueven tu estómago. Son olas de recuerdos las que también llegan hasta mi mente.
¿Sabes? Te entiendo. Te entiendo cuando hablas de que la echas de menos y que no sabes cómo van a acabar las cosas, porque desconoces si tiene alguna salida y que el tiempo os ha desgastado; la indecisión en busca del tiempo perdido, y de repente eres el protagonista de la novela de Proust y te lanzas al vacío, porque la quieres. Y quizás es eso lo que busco, lo que añoro. Las palabras de alguien roto por los imposibles y por unos miedos tan cercanos, tan paralelos, que sólo entonces divago por esa posibilidad remota de que me haya equivocado. De que me esté equivocando. De que me equivoqué.
Y yo también me rompo.
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