Salto en el tiempo. Me ahorro miles de detalles sin trascendencia alguna en la historia, aunque puede que sean esos detalles los que me atrajeran, de forma inconsciente y desde el principio, hacia él. Ésta no es una historia de amor. Es una historia de chica conoce a chico, o chico conoce a chica. Y lo que pasa, como siempre pasa, es la vida. O así lo decían en una película.
Puede que habláramos. Puede que me pillara con toalla y descalza al salir de la ducha, con el pelo chorreante y las mejillas encendidas. Recuerdo aquel instante, de cuando salió de la habitación de enfrente justo cuando me disponía a abrir mi cuarto, probando con distintas llaves. Se trataba del principio consciente, si tuviéramos que fijarlo en algún punto en la línea del tiempo. Misma escuela, pero las coincidencias y diálogos nunca daban más fruto que efímeras conversaciones cargadas de timidez y cortesía, como si la cosa no terminara de cuajar. Quién de los dos le daría menos importancia, si para empezar yo todavía tenía la cabeza en mis recuerdos, en mis tonterías. En mis "aún no me lo creo que esté aquí, donde todo pasó, hace un año", y tú... bueno, tú. Tú eras tú, y fardabas a escondidas de palizas en callejones e ideologías extremistas. Lo curioso fue, que entre otras cosas, nunca fueran aquellas historias las que contaras en mi presencia. Porque resulta, y esto es lo que ocurría, que si medíamos nuestras palabras era porque había algo. Tú en ti, y yo en mi. Ambos lo sabíamos pero no querríamos darnos cuenta. Pero todo sale a la luz cuando noche y alcohol se mezclan.
Era jueves y hacía un par de días que ya me fijaba en tu sonrisa. Los estudiantes de la residencia habían descubierto la fantástica existencia de un pub o discoteca en el Centro al que podrían entrar con la ayuda de un tipp-ex y unas manos expertas que cambiaran un 95 por un 93. Siendo mi primera semana de estancia en aquel lugar, preferí no arriesgarme a que me mandaran de vuelta a casa. No, efectivamente, ya no sólo por temor a una reprimenda a la inglesa, sino porque por tener no tenía ni idea de donde se cogía el autobús de vuelta a casa. Decidí, por tanto, quedarme en mi habitación o, al menos, con cualquiera de los extranjeros que vagaban por allí. Te preguntaron, lo recuerdo. Delante de mi, después de responder con mi negativa tras unas cuantas insistencias. Ídem por tu parte, y mentiría si no afirmara que me puse nerviosa de pensar y no pensar, estupideces que se me ocurrían. Intenté alejar aquellos pensamientos. Sí, mejor.
La noche nos confundió con cerveza y confesiones. Yo que te preguntaba en qué creías y tú que sentías curiosidad en mis discusiones familiares. Eso es todo, durante al menos tres largas horas en las que nos quedamos tan sólo en abrazos. Y yo decía, yo pensaba, "qué estúpida eres, que sabes que sientes algo". Y tú, tú no sé qué pensabas. Pero allí estábamos, y contigo me hubiera quedado toda la noche. Y contigo, todos los días. Como ya adelantaba, tonterías. Y éstas se alargaron durante lo que quedaba de tu estancia, lo mismo daba que si estabas con tu cigarro o te cruzabas conmigo en los pasillos. No te miento, que me gustabas. Al final era cierto que me gustabas. Y qué, si a tí a también. Y que, si lo del día siguiente.
Y qué más, si cuando te fuiste aguantaba lágrimas que ya no me quedaban.
Y qué, si sabía que ni volvería a verte, ni volveríamos a hablar. Porque tú volvías a tu vida normal, dejando atrás a la pobre idiota que no sabía que ya querías a otra antes de todo aquello.
Querías, y sigues queriendo.
Pero ya lo decía Cohen,
"Eso es todo, ni siquiera pienso en ti muy a menudo".
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