Sólo ahora, después de tantos meses, se me ocurre reabrir el baúl de los recuerdos, el baúl donde las caricias vienen en forma de pluscuamperfectos y aromas de mil palabras.
Es aún la madrugada del año, a las puertas de Marzo, justo ahí. Ahí mismo. Y es ahí mismo cuando me doy cuenta de los cambios que llevan sucediéndose desde hace año y medio. De esos cambios que duelen, que arañan, que despellejan. Despedidas inconcebibles, pérdidas incalculables en amistad y horas sin disfrutar, lágrimas que se miden en cubatas y quintos de noches aleatorias. A veces la felicidad cuesta el precio de otra felicidad soñada: el sueño de lo que hubiera sido si no se hubiera dado el salto mortal.
La suerte tiene un doble filo, como la nostalgia. Cortan por ambos lados, y no solemos ni darnos cuenta. Sólo cuando el corte es lo suficientemente profundo y la sangre supura desde hace horas, cuando el daño es irreversible. Sólo entonces, en ese preciso instante, nos empezamos a percatar que la dulce felicidad te ha cortado las alas.
Bueno. Que te las cortaste tú mismo.
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