Adolece entre mis comisuras, balancín de sueños y semifusas. Se resquebrajan las miradas de Morgana, ofendida, por un rey que no le dirige la palabra. Ha dado su vida por Avalon y nunca recibió nada a cambio, aunque así no fuera su intención. Pero a veces, sólo a veces, siente punzadas en su pecho, porque nadie en realidad busca ser ignorado por quienes ama. Y el ser humano actúa en comunión con la búsqueda del amor de sus semejantes, sean pocos, buenos, agradecidos, o mezquinos.
Morgana llora en una esquina. Pobre Morgana. Nadie quiere a Morgana.
Las caléndulas se empapan del rocío de madrugada, las luciérnagas son los nuevos cometas del jardín. Al fondo un muchacho se acerca a una doncella e intenta acariciar sus seno. Se lanza con sutileza pero ella le frena.
—No podemos.
—Déjate llevar—le responde él, mientras sube por su cuello—. Carpe diem.
Ella rehuye por una segunda vez. Su corazón palpita al galope de sus pensamientos. No quiere, se repite, no quiere injuriar a su conciencia. No quiere ceder a esa impureza. Pero allí, sin embargo, allí se encuentra, luchando, luchando sin saber si ganará o si perderá. Luchando contra él y contra sí misma, porque en realidad se acercaría a sus labios, y se quitaría la falda, y entonces no, porque no, porque suéltame, ¿de acuerdo? Apártate, vete lejos, te quiero lejos, te quiero fuera y a kilómetros de distancia. Aparta tus manos, aparta tu mirada sucia y tus despropósitos de galán. Estás sucio, ¿qué? Que estás sucio. Me vendes tus mentiras.
—¿Qué estás diciendo?
—Que te vayas,
—¿Por qué?,
—Bien lejos,
—No te entiendo,
—¡Que me dejes!
—Así, tan de repente,
—Sólo eres más escoria, otro más,
—Por favor,
—¿Así es cómo me observas, como mera belleza?
—También eres guapa por fuera,
—¡Hijo de puta!
—No, no me
—Que te mueras,
—Por favor
—O te mato,
—Me destrozas,
—Puto imbécil.
La noche se desviste de su añil y muda a celeste, metamorfosis a mariposa.
—No podemos.
—Déjate llevar—le responde él, mientras sube por su cuello—. Carpe diem.
Ella rehuye por una segunda vez. Su corazón palpita al galope de sus pensamientos. No quiere, se repite, no quiere injuriar a su conciencia. No quiere ceder a esa impureza. Pero allí, sin embargo, allí se encuentra, luchando, luchando sin saber si ganará o si perderá. Luchando contra él y contra sí misma, porque en realidad se acercaría a sus labios, y se quitaría la falda, y entonces no, porque no, porque suéltame, ¿de acuerdo? Apártate, vete lejos, te quiero lejos, te quiero fuera y a kilómetros de distancia. Aparta tus manos, aparta tu mirada sucia y tus despropósitos de galán. Estás sucio, ¿qué? Que estás sucio. Me vendes tus mentiras.
—¿Qué estás diciendo?
—Que te vayas,
—¿Por qué?,
—Bien lejos,
—No te entiendo,
—¡Que me dejes!
—Así, tan de repente,
—Sólo eres más escoria, otro más,
—Por favor,
—¿Así es cómo me observas, como mera belleza?
—También eres guapa por fuera,
—¡Hijo de puta!
—No, no me
—Que te mueras,
—Por favor
—O te mato,
—Me destrozas,
—Puto imbécil.
La noche se desviste de su añil y muda a celeste, metamorfosis a mariposa.
Y Morgana se quedó anclada, echando raíces.
Pobre Morgana.
Quién puede querer a Morgana.
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