Hablaría de equivocaciones en negro azabache, como toda estas veces anteriores. Esas decisiones oscuras, carbónicas y de ultratumba. De las que sumergen en la más profunda de las tristezas. Pero a quién quiero engañar, por Dios, ¿tristeza? Ésto no es tristeza, son las manos de Liszt por vez enésima, acariciando mi corazón en forma de teclas del pianoforte. Pero a quién engañar, pues. A los demás y no a mí misma. Suficientemente madura como para asumir que estás repitiendo los errores que padeciste hace un par de años, porque eres el bote salvavidas de todos ellos. Y ojalá pudieras con todos, y echar a nadar con la furia y potencia de doscientos reactores de fusión nuclear, de correr y hacerles el boca a boca, y abrazarlos, y cogerlos, y besarlos uno por uno, y hacerles el amor. Tropezar ligeramente con las sábanas de los instintos, sin más. Cumplida la misión, y volver a comprobar si sigue ese sentir-no sentir, dualismo de mis andares.
A veces, bueno, siempre, me da por reflexionar. El no se qué, el sí y no, el podría ser que esta fuera la buena estando segura que al chaval del fondo le dejarías que te arrancara la ropa a mordiscos. Y podrían ser, sí, exacto, lo mismo dos que diez. Pero los lazos se enredan en las muñecas, y los saltos y piruetas se complican, se limitan. La frontera. Un paso, ¡no! Paso en falso. Atrás. Media vuelta. ¡No saltes! Cerrado. Prohibido el paso. Corre. Miedo, izquierda, derecha, al frente, plie, tirabuzón, mano sobre la ¡fuego! cintura ¡espejo! Los cristales. El mármol. Sangre. ¡Huye, pequeña bailarina! Viento, viento, viento, viento, viento. Hojas. Las puntas de ballet, yo prefería Wagner. Estallidos, primero en sol mayor, y luego cohetes. Primero estrellas, y luces de neón, y luces de motel, y luces. Me duelen las piernas, se desmoron el patio de butacas. Gritos. Descuarteto de faringe. Adiós, te quiero, no, no me quieres, adiós. Giras. Te giras. Dame la mano. Suéltame. Suelta. La boca. Del. Estómago. Dámela, nunca, que me la des, ¡apártate sucio!, me eres tan indiferente. Bolshói. Frío. Las dagas, las damas, el ajedrez. Yo también querría jugar, redoble de tímpanos, el café de las cuatro y cuarto de la mañana, el susurro a hurtadillas en el baño del centro comercial, la feria de Navidad a la que no hemos ido, ni iremos, ni fuimos, ni todos los tiempos pasados y pluscuamperfectos. El olvídame que repetí por trescientas veces y que nunca escuchaste. Las lágrimas de quien nunca ha sabido amar siendo correspondido. Dules. Dueles. Dueles como la niebla en el camino.
Dueles como las notas que no me salen interpretar, porque no sé sentir si no es para hacerme mal.
Por vez enésima.
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