I am bluer
than friday night thoughts,
these fridays on your flat
gazing doors and hands.
i'm a self portrait
of decadence,
helpless convenient traits.
i'm dangerous
and ravenous
as late night howls,
and i've been awaken
for four days
in a round.
i know that's just the way,
i don't want to feel
the ground.
i don't want to hear
the crash,
the train over the rails,
the sadness in the rain,
was that a flash?
because
heartless corpses
never fall apart.
12.27.2015
4.22.2015
Quimera
Y por dentro seguiré diciéndome que no soy más que aquello que temí desde mi más temprana adolescencia. Que si dejo a alguien indiferente es más por ignorancia que por mi capacidad; la de verdad, digo. Una quimera. Se me separan los párpados a duras penas, me pesan. Se me disparan la tensión y los latidos bajo la epidermis. Se me va, muy a ratos, las ganas de salir a la calle y de siquiera acercarme dentro de dos días a examinarme. Se me van las manos con las dosis, a veces.
Se me va el té, se me van los antojos, se me van las sonrisas con Adrián, con él sí que me quiero más a menudo. Pero no es más que un estadio temporal y ficticio, una plataforma a doscientos kilómetros de la realidad en la que puedo descansar, por un momento, de mi propio yo. Y sin embargo sigue siendo otra mentira que me creo, como tantas excusas que quise creerme con tal de no admitir que, bueno, qué más, que la mediocridad me envuelve con su magnetismo.
Siento repetirme desde hace meses, sobrepasando el año. El diagnóstico estaba claro desde antes del primer amor, sin extrañezas, sólo que en su entonces resultaba más fácil de llevar, como el sudor se llevaba los kilos con cada pisada. Los mordiscos al aire y la piel. Los dedos rasgando más que acariciando. La doble visión, el caleidoscopio automático. Yo decía sonríe, y sonreía sincera. Yo decía aguanta, y el alquitrán me cubría los huesos.
Se me iba el té, el café, el tiempo. El tiempo con el que llegaron los suspensos, y me convertí en quimera. En el desastre. En el monstruo.
22 de Abril de 2015.
3.26.2015
Agua
De nuevo aquí, de nuevo frustrada. De nuevo de bruces contra la realidad de ser lo más despreciable. ¿Dónde está el autocontrol? ¿Dónde la autocrítica? ¿Dónde las matrículas y abrocharme el pantalón? Desdén emocional de primer grado, del primero de los escaños de depresión. Me siento tan sucia como en un pozal de lodo, ahogada por el asco y el deseon de ser una versión mejor de mi persona. Pero nada más lejos (de nuevo) de la realidad. Lo he intentado, han sido meses difíciles. Enbutirse como cuando rondaba los catorce en un bañador, y echar a hacer largos. Echar a nadar como si no hubiera más que hacer en el resto del día. Besar como si las condiciones de contorno no fueran, digamos, más problemáticas de lo que imaginaba. En este despeje pseudo-retrospectivo de la autoestima de apenas noventa días. Razonamientos estúpidos, como estúpida que soy.
Estúpida e ilusa, estúpida y decadente, condescendiente, ausente, astringente hasta la médula. Estúpida porque no podría ser más repulsiva, física y mentalmente. Me doy asco y no sé quitármelo de encima, aunque sepa la solución.
Ojalá pudiera arrancarme
el estómago
las ojeras
la incapacidad mental
la gente que me odia
y él me odia, y me odia, y me odia.
Y es cierto que no hay más desprecio que no hacer aprecio, porque es de continuo. Es intentar reabrir las ventanas con la corriente en tu contra. Podría ser peor, sí, supongo, podría escupirme. Podría escupirme y apenas me apartaría. Porque en fin, me lo merezco. No por el daño ajeno, no. De eso aún soy consciente, gracias al cielo.
Sino por el daño interno. El del alma. El de los gritos desgarrándome cada una de mis fibras.
Porque ojalá, ojalá, ojalá
Ojalá no fuera yo.
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