Octubre escondiéndose en versos de bocas desconocidas y situaciones distintas. Remover la cucharilla en el cortado, buscando encontrar alguna trascendencia vital en ese gira y gira, en esas ondas espumosas y amargas, como si fueran a hablarme. Qué estupidez. Una estupidez enorme, y tópica, para más inri. Si quedaran lluvias y lágrimas que vinieran, y nunca llegan, pero no las espero. Estén donde estén, seguro que a buen recaudo. No las echo de menos.
Trazos de líneas indivisibles y discontinuas, el gran plano de una pared de ladrillo rojo al más puro estilo Brooklyn. Se respiraba en el ambiente la humedad de lo que se advertía una tormenta eléctrica, el vello de la nuca se erizaba de puro morbo. Los locales aún aguantaban abiertos, entrar, salir, ríos de gente discurriendo de un lugar a otro, como pequeñas hormigas ambulantes, sin clara disposición a hacer ninguna tarea en concreto. Tan sólo entrar, salir. Salir y entrar. Caminar. La noche se cernía también sobre nuestros hombros, acechando tímidamente como quien no se preocupa por llegar pronto, sino tan solo por llegar.
Quizás, y digo quizás por ello, me gustaba tanto el abrazo de lo nocturno. A veces tarda más, a veces tarda menos, pero llegar es inevitable, como lo es desaparecer en ese fundido cían de la mañana. Hay algo diferente en las cenefas incandescentes del skyline de Nueva York que son la envidia de cualquier reserva natural del mundo, y quien lo niegue, me estará negando lo indiscutible. La ciudad guarda entre sus calles y aromas un encanto inconfundible a miscelánea social y cultural. Es un micromundo, un microorganismo de etnias y corrientes funcionando en una especie de orden complejo, lejos de los onvencionalismos. Tan sólo de Nueva York se podrían sacar tantos estudios antropológicos y sociológicos, tantas opiniones y conclusiones diferentes, tantas modas, tantos gustos, tantas formas de ver las cosas. Es el espacio de convergencia de las naciones, no queda país que allí no esté representado. El clímax de la inspiración después de París, que no lo pongo en duda. El fin, el lugar deseado, la ciudad mayúscula. Si algún sueño tuviera que apodarlo con algún nombre, no dudéis que sería ""Manhattan".
No dudéis que mi Manhattan es, de algún modo, Manhattan en sí.
Para marcar más los tópicos, y el inri.
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