Las manos de Contra están blancas de encalar los cuerpos mortecinos sobre la hierba. Hace media hora que recoge incansable con una pala la cal y la vuelca sobre la fosa. No ha soltado todavía ni una lágrima, pero le escuecen la nariz y los ojos. También las mejillas. Hace frío, los labios le sangran, se cortan, se rasgan. Ras. Pasa la lengua sobre ellos y deja que el líquido se mezcle con su saliva. Sal. Sal. Es sal.
Pone una mano sobre la cintura y tira la pala con un gesto de desdén y agobio. Está empezando a amanecer y aún no ha conseguido librarse de esa escalofriante estampa que la acompaña desde la madrugada. Suspira. Mira de nuevo a los cuerpos. Son tres, tres cuerpos infantiles. No sobrepasarían los seis años cada uno. Dos niños y una niña. A la última todavía se le ven las trenzas desechas, llenas de barro y nieve sucia. Llevan como una especie de batines, ahora hechos jirones, de una tela fina y vieja, algodón, puede. Pero vieja. Amarillenta, y a bandas azules que la cruzan vertical y en paralelo a los botones. Qué triste, pobres criaturitas. Los niños son siempre las víctimas que más la apenan. Quizás son los que menos tienen que sufrir, y los que lo pagan más duramente.
Hilderbridge se encuentra a unos diez kilómetros aproximadamente de la costa y aún así la influencia del mar en el ambiente es más que notoria. El clima es húmedo, los días de invierno el frío se torna pegajoso y cubre de escarcha todo lo que encuentra a su paso durante la madrugada. Es una población de tamaño mediano, también cerca de la capital del condado, Strossheim. A pesar de ello las vías de comunicación nunca han funcionado como es debido y el transporte público, como el tren, el ferrocarril y las líneas de autobús, constan de complicados horarios sujetos al cambiante temporal de la ciudad y a la demanda de personas que quieran trasladarse a la capital, es decir, aún más variables impredecibles. En los últimos veinte años, el flujo de habitantes de un lugar a otro había variado tanto que los economistas habían cesado en sus intentos de interpretar las estadísticas y lo habían relegado a la libre decisión de las empresas municipales de transporte, para que fuera así que el viajero se adaptara al horario y no el horario al viajero. Simple. Hilderbridge es una ciudad de gente simple y práctica. La gente no se complica. La vida es sencilla y los oficios no se salen de lo cotidiano en una urbe. Los empresarios no son grandes empresarios y nadie se dedica al campo. Básicamente, la profesión estándar es el cultivo de la vida sedentaria y soporífera: llegar a la tienda, a la farmacia, a la peluquería, al bar, a la oficina, y dedicarse única y exclusivamente a acabar lo antes posible con sus tareas, coger el coche y volverse de nuevo a casa. Beso de buenas noches, arropar a los niños, discutir hasta que desean regurgitar sus entrañas y soñar con una rutina distinta. Con escapar a esa sucia y gris realidad con la que cada día se enfrentan, sin saber que la decisión es al fin y al cabo sólo suya, pero que el miedo y la comodidad los aferra al suelo con garras de plomo.
Los registros de asesinatos que se habían recogido desde principios de siglo eran otra de las grandes peculiaridades de Hilderbridge y Strossheim. Eran las poblaciones con más muertes y suicidios de todo el estado. No había ninguna razón concreta por la que sucediera, es decir, las esquelas no aparecían en la última sección del periódico, entre las tiras cómicas y los anuncios de pornografía, por la misma causa. En algunas ocasiones se trataban de ajustes de cuentas entre bandas, otros accidentes domésticos, violencia de género, simple depravación o el desencanto de la vida y la locura yankee por considerar que un perdedor es la peor condena para un buen cristiano. Y es que ése era otro dato a tener en cuenta.
La población era de un 85% de raza blanca, un 5% de hispanos y latinos, un 6'2% afroamericanos y diversos porcentajes de otras razas. Cabe destacar que de ese alto porcentaje de raza blanca, había una excéntrica mezcla de nativos alemanes y daneses, que habían emigrado a principios del siglo XIX con la esperanza de encontrar todas esas fantásticas oportunidades y maravillas de las que hablaban los ingleses y con las que podrían sacar adelante a todas aquellas bocas, insaciables con patata.
Así, la gran mayoría de la población sentía un exacerbado sentimiento protestante, que en más de alguna ocasión había dado fruto a esporádicos enfrentamientos entre bandas de los distintos distritos de la ciudad, en especial los kot (afroamericanos) con los schnee (los blancos). Con el paso de los años, lo que había significado tan sólo un despreciable extremismo religioso había ido evolucionando hacia posiciones más radicales, y los schnee acabaron formando pequeñas agrupaciones delincuentes organizadas bajo una tendencia ultra-religiosa y autoritaria. Mantenían un código, una estética y un reglamento común a todos los grupos, con un estricto control de los miembros y la ideología. En poco tiempo el movimiento adquirió suficiente fuerza como para suponer una amenaza para la población afroamericana, latina y asiática, aunque sólo los primeros reaccionaron de forma paralela a sus atacantes. Los kot no eran en realidad un grupo homogéneo y reglamentado como los schnee, sino que conformaban una red de amistades y contactos muy densa y extendida con un organismo local que organizaba las partidas y milicias y otros suborganismos dependientes. Más que un movimiento, los kot se trataban de una sociedad o comunidad que actuaban en defensa de sus derechos y libertades, recurriendo al escándalo, al desorden público y al asesinato si era necesario. No había una actuación libre, sino que todo quedaba en manos de una previa aprobación de todos los componentes. No había que confundirlo con los sindikat (los sindicatos y organizaciones de protesta obrera). Los kot no buscaban un cambio en el sistema ni en las condiciones de trabajo. El sistema organizativo sí que había sido adoptado de los sindikat pero no se posicionaba dentro de ninguna tendencia política, tan sólo se limitaba al tema racial. Había una jerarquización dentro de la comunidad que funcionaba con bastante buen resultado y también una rica mezcla de clases, desde comerciantes hasta obreros, y también patronos y clases medias-altas. La unión era el color de piel.
Pero en realidad el porcentaje de asesinatos que respondían a los enfrentamientos de schnees y kots tampoco era tan significativo como para que consiguiera que el número de muertes se disparara de aquel modo tan desconcertante. En realidad, lo que más llamaba la atención de todo aquel recopilatorio de datos (Hilderbridge estaba repleto de estadísticas realmente complicadas de estudiar y que enamoraban a los profesores de la Facultad de Economía) era, precisamente, ese "otras causas", esas dos palabrejas en cursiva y doble subrayado que venían a significar una única causa.
Paschen.
1 comment:
precioso blog, creo que no lo conocía pero te sigo a partir de ahora :)
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