Me aferro como una estúpida a la cuasi imposible posibilidad de que te fijes en mí del mismo modo que, cada vez que nos cruzamos-coincidimos-miramos, yo lo hago.
Y realmente me encuentro como una inquilina indeseada de tu piso, la presencia de un niño que observa con inocencia cocinar a su madre. Así, aproximadamente, y nuevamente estúpido, es que hasta pretenda cambiar por ti. Que la intención me nazca. Porque apenas nos conocemos, y por apenas ni nos hemos presentado. Pero encontrarme tan perdida desde hace meses sólo me incita a buscar en las comisuras de otros, aunque luego, y por desgracia, no sea nada lo que desee más allá de eso. Y te conviertes en la Marion Cotillard de unos pocos ilusos, mientras otra vez vuelvo a buscarte en los jardines de la Universidad, las mesas de los cafés, los pasillos de la escuela.
Es triste este amor que no es amor y a la vez es algo.
Me duele quererte sin quererte lo más mínimo.
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