11.26.2012

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Se te ablandan hasta los recuerdos cuando se trata de café. Y duelen menos, parece que se difuminan por siempre incluso, con las caricias de otros. Quizás es que, después de todo, puede que sepas dar pan y tener hambre al mismo tiempo. Que no sea tan sólo pan, ni únicamente hambre. Y que las decisiones precipitadas y sin pensar también dan cabida a buenos principios, siempre que la situación sea la que mezca la cuna, y te dejes llevar. Y que conduzca él en la carretera, mientras observas por la ventanilla el cián de un cielo que hacía tiempo que no veías con tanta claridad.
"Nos resignamos al momento único y feliz. Preferimos perderlo, dejarlo transcurrir sin siquiera hacer el razonable intento de asirlo. Preferimos perderlo todo, antes que admitir que se trata de la única posibilidad y que esa posibilidad es solo un minuto y no una larga, impecable existencia."

11.09.2012

43

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Anoutz se apoya sobre la baranda. Mantiene entre sus manos una infusión con aroma a menta, menta que relaje sus músculos y su mente. Siente que es abstracción cuando bebe. Quizás así, también en pleno invierno, tinte profundo el de la oscuridad, se calman sus sentidos. Sus pensamientos, también. La rebeca apenas cubre su piel del frío del anochecer pacense, sexto piso de uno de esos barrios desde los que se ve el Guadiana bajo los puentes, ahí, a lo lejos. Cientos de bombillas iluminadas que se extienden ante la atenta mirada de la muchacha, algo cansada, algo ilusa. Siempre son ambas, nunca se manifiestan por separado.
Un gato maúlla en la calle. Se escucha mimetizado entre el mordisco de los vehículos sobre el asfalto, en una especie curiosa de estéreo. Al fondo, los ecos distorsionados de un "Vie en Rose" de Louis Armstrong, meciéndose con dulzura al compás del jazz; un vinilo, la luz ténue, y dos sombras acariciándose tras las cortinas de un apartamento. Se acerca el cigarro a los labios y aspira. Deja que el humo rasque su garganta, aguantando la tos. Mamá tenía gracia cuando lo hacía, ella y sus suaves insinuaciones al más puro estilo Monroe. Se le volvían de terciopelo los latidos cuando emulaba algún mito imposible, y su madre lo era. La recordaba sobre aquel mismo sillón, con las piernas cruzadas y su risa cantarina, carcajeando en medio de aquella comida, en medio de todos los hombres, en medio de trajes, corbatas y mocasines italianos. En medio de todas las miradas, girando su cabeza con desdén y coquetería, así, y se pasaba los dedos por el pelo, y luego la barbilla, y entonces, el cuello. La manicura francesa y las pestañas rizadas, apenas maquillaje. Se bastaba ella sola, exuberante.
Nunca fue madre. Nunca la cuidó como fue debido. No es madre quien trasnocha entre champán y destellos de Swarovski, pero al menos fue un intento. Las familias desestructuradas tampoco eran su fuerte, quizás el problema de todo aquello fueron los años a todo tren de su infancia y juventud, al alcance de todo aquello que deseaba. El lujo de los caprichos, la educación exquisita, los vestidos de Chanel y las vacaciones en la residencia de verano. El abuelo la mantuvo hasta que terminó, finalmente y tras varios años, la carrera de Artes Interpretativas, y con ayuda de varios contactos consiguió participar en algunas obras en el Teatro Principal. Pero las aspiraciones de aquella muchacha carismática rompían las barreras del drama. Quería vivir del celuloide, y ser el recuerdo eterno en una cinta. "Nadie me olvidaría, podría morir y aún seguiría viva". Qué decir, la niña de papá, la niña bonita y de sus ojos. No costó demasiado que su belleza y proporciones ayudaran a que un director se fijara en ella. Papeles banales, sin trascendencia. Eso, al fin y al cabo, significaba lo de menos. Ella tan sólo quería lucirse, mostrarse ante el mundo, ser admirada, observada. Deseada. Quería ser el centro de atención de miles de ojos en toda América y Europa, conducir coches caros y codearse con la élite interpretativa de Hollywood. Éxito, brillaba en sus pupilas. Y éxito brillaba también en su nómina. Pronto el carmín de sus labios pasó a ser el más deseado de todos los hombres, llovían las propuestas y ofertas de papeles en la mesa de su representante. "Eres una estrella", le susurraba Marcus entre gemidos y sábanas. Era la secuela perfecta de su vida, la adecuada a aquellos años anteriores que también hubieron sido felices.
El aire comienza a refrescar, y mece con suavidad el toldo blanquigualda de la terraza. Las primeras chispas de estrellas empiezan a cubrir el cielo. Anoutz sigue reflexionando. No puede evitar mirar de reojo el teléfono, y vuelve a dar otra calada. Inspira. Exhala. Se rasca el brazo derecho y hace un amago de abrigarse con ligereza.  Qué desesperante. No sabe si entiende lo que ocurre y prefiere hacer de tripas corazón y obviarlo, o que sigue encadenada a esa feliz soledad a la que estaba acostumbrada. Se le hace difícil. Sabe que ha perdido peso, incluso, estas últimas dos semanas. Abre los ojos y lo primero que piensa, el primer pensamiento, es escapar. Huir. Cortar con la rutina, de algún modo. Sí. Cortar. Coger unas tijeras y acabar primero con unos vínculos y luego con otros. Fuera las cuerdas, adiós a las ataduras.
Se siente sola en ocasiones, y presa en todas las demás. Se oculta en figuras de humo rubias y con filtro para paliar un poco más el dolor. Y se pregunta siempre si no será que nunca quiso elegir, y no que fuera mala la elección. Es duro, divaga. ¿Cuánto? ¿Y si...? Pero cuando amenazan los "y si", vuelven los temores de alcanzar, efectivamente, el punto de no retorno. Y quién quiere llegar hasta el final, a la meta, si puedes alargar un poco más el camino. Estúpida, supones. Más estúpidas que cobarde, quizás no te equivocas al sopesar las dos opciones. Qué mal enseñada estás, inocente y dulce, inocente y asustadiza. Inocente y aún así fría, escarcha de Abril sobre las cosechas. El hielo que quema las manos en el más profundo invierno.
Manos frías, corazón caliente. Pero no hay corazón que valga, y si vale, no queda nada. Tan sólo queda roca, roca muerta, roca yerma. Cristal, diamante.
Se pasa la mano por la nuca y cierra los ojos durante unos instantes, buscando en esas caricias propias un poco de consuelo a su cansancio. No duerme. Ya dormía poco antes, pero ahora ni descansa. La consumen los libros, las tardes las pasa de estantería a estantería y de mostrador a ordenador. Las bibliotecarias conocen de sobra sus mirada vacía, carente de sentimentalismo.
Sonríe en las cafeterías. Allí fuera el ambiente es distinto. Noviembre aún es joven y el frío todavía no llega a los riñones, por fortuna. Las mejillas están sonrojadas y pasea junto a un par de chavales, entre bromas y comentarios absurdos. Se sientan sobre un banco y sacan un par de libros, "La Metamorfosis" y un ejemplar de cuentos de Juan Rulfo. Se muestra natural, mueve la boca con gracilidad y hasta las muecas resultan dulces en cada uno de sus gestos.
Un pitido breve. Anoutz se lleva la mano a uno de los bolsillos, y saca el móvil. El corazón le da un vuelco, y vuelve a introducirlo, pero en este caso en el bolso.
— Quién es?—pregunta el muchacho. Ella permanece ausente.
—Nadie—dice, mientras sonríe—. Oye, ¿querrías que hiciéramos algo esta noche? Hacía tanto que no hablábamos que... O lo que quieras.
—Como veas, ¿qué te apetece?
—Cualquier cosa.
—Bueno, pensemos algo.
—Sí, sí, si da igual, vayámonos a algún bar por casa de Bruno. Sí, por allí.
—¿Y estas ganas repentinas?
—Me apetece evadirme un poco. Estoy muy ocupada últimamente con la tesis y me agobio un tanto, ya me entiendes.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Cómo estás de todo?
—Normal, bien. No sé, como siempre.
—Sabes que me preocupo por ti.
—Lo sé.
—Sonríe un poco más, que te veo muy triste. Y no quiero verte triste. Ya lo sabes.
—Sí—dice, abrazándolo. Ojalá pudiera contarle todo lo que siente, y todo lo que le ocurre. La angustia que oprime su pecho. Agacha la cabeza y se distancia con lentitud, respirando con profundidad. Calma, pequeña. Calma.
Calma.
Mira el reloj. Las doce menos veinte. Queda nada para la medianoche. Lleva tres cuartos de hora y todavía no ha llamado. De nuevo ese cansancio subiéndole por la espina dorsal, y de nuevo el dolor. Cuánto más se extenderá. No lo sabe. Sí lo sabe. Sentencia. Otro día más que tachar del calendario, otro día más que se ausenta de verlo. Hoy han colgado con apenas un adiós, en seco. Se moja los labios. Cuánto más. Como si pudiera leerle la mente, conoce cada uno de sus posibles pensamientos, y cómo no, que está llegando hasta su límite. "Y todavía es pronto" piensa con sorna. Todavía.
¿Qué ocurre con lo que está inevitablemente destinado al fracaso? Las personas nacen para amarse, ¿por qué lo evita? ¿Qué la hace huir? Un sabor salado sobre su lengua y pestañas.
Vuelve a mirar al cielo. No encuentra la Luna. "Putas paradojas: infusión, reflexión, y me falta la Luna. Puta noche incompleta".
Y es el cielo doblemente incompleto cuando ni siquiera hay nubes de las que quejarse.

11.08.2012

42

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Escribo porque me gusta escribir. Si no me pareciera exagerado diría que escribo para gustarme a mí misma. Si de rebote lo que escribo gusta a los demás, mejor. Quizás es más profundo. Quizás escribo para afirmarme. Para sentir que soy ... Y acabo. He hablado de mí y de cosas esenciales en mi vida, con una cierta falta de medida. Y la desmesura siempre me ha dado mucho miedo. 
 Mercè Rodoreda, Prólogo Mirall Trencat

11.04.2012

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Quizá había otros caminos y el que tomaron no era el único y no era el mejor, o quizá había otros caminos y el que tomaron era el mejor, pero quizá había otros caminos dulces de caminar y no los tomaron, o los tomaron a medias...

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Hace tiempo que te conozco, aunque eso depende de lo que quieras llamar tiempo. Yo lo voy a considerar así: bastantes días, bastantes semanas, bastantes meses. Bastantes, pero no suficientes. Cuando algo se dice que es suficiente es porque no se necesita más, que está en su justa medida. Yo no creo que no necesite más. Al contrario, si me dieran a elegir o de mí dependiera, no me cansaría nunca, ni querría que existiera un "hasta aquí", un punto y a parte, un punto y final. Hay cientos (quizás muchas menos) de formas de interpretar esta frase, y estoy segura que te habrás planteado al menos cuatro de ellas. No sé por qué digo cuatro, en realidad sólo me han venido a la cabeza un par, pero lo que se suele decir, echemos otras cuantas opciones más para rellenar. A pesar de que ni si quiera, y eso casi con seguridad, te hayas parado a pensar en ninguna. Cosas de intentar leer lo más rápido posible.
En fin. Pues a pesar de todo este tiempo o cantidad indefinidade momentos que se han ido sucediendo a lo largo de los meses, todavía tengo la sensación de que parece que no se van a acabar. O por lo menos, de momento, lo que en cierta manera, me reconforta. ¿Por qué? No sé. Son muchas razones juntas, o quizás sólo una, o unas pocas. Pero están todas entrelazadas, y vuelven siempre al inicio de todo. Al inicio. Todo empezó a principios de Noviembre. 1, 2, 3. A la tercera, va la vencida. Siempre me ha gustado rodar por barrancos, y consideremos que ese "siempre" se materializó un 17 de Julio de hace un año. Consideremos también que no rodé y, dicho sea ya de paso, que sólo estaba él presenciándolo. La suma sólo puede dar como resultado un "momento ridículo que resaltar el resto de mi vida".Genial. Aunque si fuera por recordar, también me acordaré siempre de la camiseta negra de The Who que llevaba aquella noche. Y de un par de frasecillas que prefiero obviar por su alta concentración de gilipollismo en ellas. Fué una buena noche, sí señor. Parece que hace siglos desde que pasó, y fíjate, quizás... quizás no ha pasado tanto.

En realidad sí. Como decía antes, 1, 2, 3, a la tercera va la vencida. Hacía escasos tres días que había sido Hallowe'en, o que lo había celebrado en compañía de varios amiguetes del colegio. Igual de excitante que los años anteriores. ¿Resaca? Cero. ¿Diversión? Nula. ¿Frustración? De eso sí que sobraba, y no poco. Terriblemente repetitivo, conformarse con la misma... (intento de cambio de) rutina de costumbre. Pero qué se le iba a hacer. Nada. Pues en nada se quedó.
Era miércoles. Todavía se podía llevar manga corta, aunque yo ya hacía uso de un perfecto jersey gris de mi padre y mis vaqueros Levis azules que me habían regalado hacía escasas semanas. No recuerdo si estábamos de exámenes, tendría que consultarlo en la agenda, pero juraría que habíamos acabado con ellos la semana anterior, con lo cual, estaba descansada, relajada, aburrida y muerta de asco en mi casa. No es que fueran los mejores días de mi vida (ni en broma), tampoco los peores, pero no destacaría nada especial de ellos. La misma mierda que de normal. En el recreo había hablado con María sobre pastillas, dietilamida del ácido lisérgico y cerebros cósmicos anfetamínicos, y Galleta me había repetido por quincuagésima vez lo mucho que me apreciaba, y que no me preocupara por no encontrar ningún maldito capullo que se interesara mínimamente en mí.
- ¿Sabes? Algún día encontrarás a alguien, y no tiene porqué ser nadie en especial, eso ahora es lo de menos. Normalmente, y lo que tienes que hacer, es no pensar en ello. Simplemente, no plantearlo, las cosas tienen que seguir su curso, y que todo salga como salga. A veces tarda más y a veces menos, pero que sepas que cuando llegue esa día, aunque simplemente ni te hayas fijado en él, o sólo sea alguien más sin importancia, alguien que pasa por la calle, un amigo de un amigo... quien sea. Esa persona te lo cambiará todo, y eso que tú no eres la que más aprecio tiene a estos temas, pero en serio. Es diferente, distinto. Te sientes... es inexplicable. Se trata de no buscar las cosas, de dejar que sucedan por sí mismas. 
- Espontáneo, casual, natural, sin planear. - ¡Exacto! De sentir cosquillas en el estómago pensando con qué te sorprenderá hoy, o con qué te levantarás mañana. Dejar la mente en blanco y que el destino se encargue de pensar por tí.
Qué fácil que es verlo desde fuera, es lo que se me pasaba por la cabeza cuando escuchaba sus palabras. Qué fácil es verlo cuando no estás agotada de no encontrar a nadie, de que te hayan quitado las esperanzas, de que el espacio que tenías antes vacío se hubiera llenado de orgullo y no cupiera nada más ahí. No sé. Todo mezclado, el resentimiento, el ego, el sarcasmo, la inaccesibilidad, hacían imposible todo. En lugar de conseguir ser feliz, estaba sumida en un perfecto mundo sin complicaciones, donde no había más rutina que la mía, el día a día, sin más. Hojas de calendario arrancadas y por arrancar. Aún así, no habría cambiado nada de mi mundo por aquellos días. En realidad, fue el cambio el que llegó sin avisar.
No había deberes. Mejor dicho, no pensaba hacerlos. Sentada frente al ordenador, conversando con un nuevo amigo con el que compartía un par de secretos y piso en el colegio, única diversión. Salta una ventanita del chat. Una ventanita azul. Sorpresa. Recuerdas vagamente el nombre, sí, sí, tiene razón, lo agregué a los pocos días de conocerlo. ¡Eh, cuánto tiempo! Ya le dije a Majo que me cayó realmente bien... y otras cosillas más. Veamos qué se cuenta.
- ¡Hola!
- ¡Ey! ¡Hola, cuánto tiempo! Madre mía, ¿qué tal te va todo? (Oh mierda, maldita efusividad descontrolada)
- Muy bien.¿Vas a ir al concierto de Roger Waters?
- Quiero ir, pero no sé si al final me dejarán, seguramente me acompañaría una amiga.
- Ah, lo decía porque ya están a la venta las entradas.
- Ah, ¿sí?
- Sí.
- Ah, pues gracias. ¿Qué tal el verano y eso? Hace mucho que no te veo.
- Sí, bastante bien, la verdad, desde que te pusiste tan pedo esa noche.
- Gracias, me lo recordarán de por vida.
- Fué épico.
En fin, hacía mucho que no hablaba con alguien de allí de Bejís, estaba contenta de que encima hubiera sido él. Fue tan simpático cuando estuve allí, me reí más... desde luego, quizás fuera el que mejor me cayó de todos los chicos cuando pasé por allí en verano. Bueno, aunque Juli también se había portado magníficamente. Y Álvaro. Bueno, déjemos a Álvaro en paz. Qué conversación más normal. Mamá me llama para cenar. "¡Apaga ya!" Sí, mamá, voy. Terminaré rápido
- Sí que lo fue, sí. En fin, seguiría hablando contigo más rato pero me tengo que ir a cenar, otro día más.
- Jo, esto va a ser como Pink Floyd sin Syd...
Plof. A un botón de cerrar.Pink Floyd sin Syd. ¿¡Cómo!? ¿Estoy leyendo bien? Increíble. Increíble, no puede ser. No, no, no, no puede ser cierto. ¿Acaba de...? Sí, lo ha hecho, acaba de decirlo.
Y ahí empezó todo. Qué simple, ¿no? Es increíble lo que puede dar o lo que puede cambiar apenas diez palabras sin más, que no tienen ningún trasfondo. No son un "me gustas", un "te odio", "te quiero ver", "eres lo mejor de mi vida", "para siempre", "hasta nunca" o cualquiera de esas cosas que se suponen que te ablandan el corazoncito. En realidad, no, no son nada. Eran... unas míseras palabras que no movieron lo más mínimo mis sentimientos. En absoluto. Y sin embargo, hicieron que me fijara en él. Lo vi como una oportunidad de hablar con alguien nuevo. Y ahí estaba.
Los siguientes días hablamos hasta caernos de sueño. Todas las tardes, todas las noches. Parecía que cualquier cosa era tema de conversación. Música, metafísica, sarcasmo, Dios, biología, comunismo, leer mentes, más música, genios, felicidad, ignorancia, Bill Gates, drogas, Syd Barrett, Beatles, Paul McCartney, Eric Clapton, guitarras, amigos que se equivocan de colegio y amigas locas y obsesionadas con Bob Dylan. Cualquier excusa era suficiente para hablar con él. De repente, un mero contacto más del Tuenti había pasado a ser el motivo por el que sonreía todos los días nada más llegar a clase, pensando en lo divertida que había sido la discusión del día anterior sobre la cara de bollo pocho de Sir James o lo perfecta que sonaba Free Bird o Hallelujah. Sabes, discutía casi a diario con mis padres por la reciente obsesión que había adquirido de acostarme a altas horas de la noche e incluso de la madrugada. De igual manera que no se explicaban que pudiera estar tan exultante, tan abierta, feliz, cariñosa... Llegaba el frío, pero podría sucederse una era glacial, porque no ocupaba el más mínimo segundo en mi mente. Helter Skelter, Little Wing, agnosticismo, dudas metafísicas, tengo apuntado por la agenda. 22 de Noviembre, chachi pistachi Juan Pelotilla. Hiciste de una mierda de día, de un recuerdo agrio y desechable, un buen rato. Lo mejor es que no hacía falta más. Llegó un momento que lo que más deseaba en cuanto las manecillas del reloj marcaban las 17:00, era salir de clase y desconectar de todos, para poder seguir hablando contigo. Curioso, ¿no es cierto? Muy, muy curioso.
Lo que más me temía. Finales de Noviembre, José Capuz, mediodía.
- En serio Rafa, es que es tan distinto, ¡sabe tocar la guitarra! ¡Tiene un grupo! ¡Y le gustan los grupos de los 70! 
- Sabes que al final...
- No.
- Lo sabes.
- No, no, ¿recuerdas? Soy una roca. Las rocas no sienten. No pienso pasar por eso.
- Acabará pasando. Tiempo al tiempo.
- Esos son refranes de abuela.
- Tú ya verás, ya verás, dos semanas. En dos semanas no dirás lo mismo.
- Qué te apuestas.
- Diez euros.
- Como quieras.
- ¿En serio, estás tan segura?
- Sí, apostémoslos.
Y tiempo al tiempo. Me cuesta poder saberlo todo con exactitud. Hace mucho de eso, ya. De hecho, sólo sé dos cosas.
Que el 1 de Diciembre me llamaste escéptica y que perdí la puta apuesta.



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Es un dolor dulce recordar que ciertas personas te hicieron sonreír.
melt. 23 de Julio del 2011.