6.02.2012

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Te me antojabas espacio y tiempo en la misma definición y de verdad creías que, a pesar de que la distancia se había vuelto más que obvia, seguía perteneciéndote, en ese extraño modo de pertenecerte. Pero olvidabas, una vez más, que ciertas mentes buscan ocultarse del reconocimiento al que se someten tras descubrirse al mundo. Que los secretos son secretos porque se juran no desvelarlos. Y por tanto, ciertas secretos son las grandes mentiras de la Historia.
Es el amargo diálogo de las mañanas de Junio, despertar sobre las sábanas muerta de frío. La cruel responsable son las madrugadas que se cuelan por la ventana, unas madrugadas a las que aún no consigo acostumbrarme. El dulce placer del insomnio sobre mis ojos ya lo doy por perdido, sin salida. No me quedan más huellas de tu presencia sobre mi piel, más que ella misma, ella sola, ella entera.
Y qué. Nada de sincerarse, no es preciso. La indiferencia precede cada paso dado y los secretos siguen a buen recaudo bajo llave en el ático de la conciencia.
En realidad, todos mis secretos son mentiras con destino a tu oído.

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