8.22.2014

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Estoy en ese instante en el que no sé si echo de menos a mis amistades porque de verdad son personas a las que quiero, o porque simplemente en algún otro momento las tuve más cercanas a mí que en estos últimos tiempos.
El ser humano es un ser emocional, un ser que se cría y crece dentro de unos valores acordados entre todos los individuos de una comunidad, bien sea así un país, una ciudad, o simplemente un círculo de semejantes afianzado con el paso de los años. No se puede negar la necesidad, porque es necesidad, del contacto entre las distintas personas en la vida diaria. Podría asegurar que, tras vivirlo en carnes, la prolongada falta de vida social, digámoslo así, desenlaza en un principio de depresión por falta de los estímulos propios de la convivencia. Los niveles de dopamina y oxitocina se minimizan absolutamente, y comienzan los primeros efectos de la conducta marginal, como puede ser dolor de cabeza, intereses restringidos, inflexibilidad cognitiva y comportamental, restricción de la prosodia, carente empatía, automatización de las tareas o actividades, desgana por la rutina habitual, nerviosismo, impaciencia, falta de sueño o sueño excesivo, irritabilidad, y en algunos casos trastornos de ansiedad y/o trastorno de depresión (mayor o menor en función del tiempo y las características de cada individuo). Por otro lado, esa precisa falta de comunicación y convivencia entre humanos, el progresivo aislamiento, provoca un deterioro de la inteacción social y de la capacidad de realizar atribuciones de estados mentales a uno mismo y a los demás, asimilándose a una especie de autismo autoimpuesto en el que el implicado se sumerge progresivamente en un mundo personal inaccesible para los demás. En ocasiones el individuo es consciente de su actitud, y suele debatirse, indeciso, entre seguir con su martirio personal o torpemente volver "a estar como antes". Quizás este proceso mental sea el que lleve más a error, al proponerse volver a un estado que ya no existe y que dificilmente puede volver a alcanzarse. No tanto por uno mismo, sino también por el resto de personas, amistades y familiares, que al contrario de él, han seguido con sus vidas sociales y han continuado adaptándose a los distintos cambios que han ido planteándose. Es como intentar detener un tren que está en marcha a trescientos kilómetros por hora: es posible, claro, pero podría haber sido más fácil detenerlo cuando veías que iba a ciento veinte. Habría que dedicarle más tiempo y esfuerzo, teniendo en cuenta que hay además un riesgo mayor de accidente o de fracaso en nuestra empresa.
Otros individuos, sin embargo, no son conscientes de las consecuencias o los pasos que están siguiendo con su conducta aspergeriana y se ensimisman en una realidad parcial y absorbente creada por ellos mismos. Suele estar motivado por el estrés, el trabajo, situaciones exigentes en los estudios o el deporte, siendo propensos aquellos que tengan cierta personalidad pasional, perfeccionista y minuciosa en sus aficiones o trabajo.

Y quizás sea yo, por ejemplo, el último de estos casos; que conociendo la condición humana, su sentido social e individual, habiendo estudiado los diferentes trastornos de personalidad y tratando en profundidad con sus duelos, sentimientos, emociones, pasiones... Sigo sin saber cómo comportarme, cómo sentirme. Más vacío, sin darse el caso de un vacío incómodo, de los que retumban en los aularios vacíos. Las paredes no gritan con su eco, es una sala blanca que respira tranquilidad. Es un mar de nieve mullida.
Pero y si no es nieve.
Y si es hielo.
No sé si es hielo.

Prot June 27

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Jonathan se llamaba Jonathan y odiaba llamarse Jonathan, como odiaba la menestra de verduras y levantarse antes de las diez los sábados en invierno. Hubiera preferido un "John" o un "Jack", o cualquier nombre de esos europeos que le sonaban tan exóticos. Pero no. Jonathan, en el puesto número quinientos veintisiete de popularidad. Puede parecer algo nimio y estúpido, y sin embargo siempre le supuso una pesada losa para su ego. A su nombre le achacó su carente carisma para dominar al público de los partidos de rugby, un repelente natural de mujeres y unos cuantos suspensos durante los dos últimos cursos en el instituto. A Jonathan le hubiera gustado ser una estrella mediática nacida en los suburbios, alimentado a base de alcohol, cigarrillos y mal de amores. Una especie de superhombre de estética alternativa y estatus alfa. Sin embargo, de lo único que podía fardar era de vivir en el mismo barrio que Harry Potter, en Privet Drive.
Descubrió por experiencia propia que repartir tarjetas de visita entre sus "conquistas" no era el mejor modo de atraer mujeres en un club nocturno, pero apenas surtían tampoco efecto sus movimientos de caderas en las pistas de baile. Ni sus miradas pícaras. En un arrebato de desesperación, el muchacho se decantó por empaparse de la sabiduría popular encerrada en la "Cosmopolitan" y estudiar con detenimiento las seis temporadas completas de "Sexo en Nueva York". Desistió después de que le arremetieran con un "Lego Clutch" de Chanel tras una propuesta que incluía "donut" y "sexo oral". Nunca lo comprendió.