4.22.2015

Quimera

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Y por dentro seguiré diciéndome que no soy más que aquello que temí desde mi más temprana adolescencia. Que si dejo a alguien indiferente es más por ignorancia que por mi capacidad; la de verdad, digo. Una quimera. Se me separan los párpados a duras penas, me pesan. Se me disparan la tensión y los latidos bajo la epidermis. Se me va, muy a ratos, las ganas de salir a la calle y de siquiera acercarme dentro de dos días a examinarme. Se me van las manos con las dosis, a veces.
Se me va el té, se me van los antojos, se me van las sonrisas con Adrián, con él sí que me quiero más a menudo. Pero no es más que un estadio temporal y ficticio, una plataforma a doscientos kilómetros de la realidad en la que puedo descansar, por un momento, de mi propio yo. Y sin embargo sigue siendo otra mentira que me creo, como tantas excusas que quise creerme con tal de no admitir que, bueno, qué más, que la mediocridad me envuelve con su magnetismo. 
Siento repetirme desde hace meses, sobrepasando el año. El diagnóstico estaba claro desde antes del primer amor, sin extrañezas, sólo que en su entonces resultaba más fácil de llevar, como el sudor se llevaba los kilos con cada pisada. Los mordiscos al aire y la piel. Los dedos rasgando más que acariciando. La doble visión, el caleidoscopio automático. Yo decía sonríe, y sonreía sincera. Yo decía aguanta, y el alquitrán me cubría los huesos. 
Se me iba el té, el café, el tiempo. El tiempo con el que llegaron los suspensos, y me convertí en quimera. En el desastre. En el monstruo. 

22 de Abril de 2015.