12.04.2012

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Las manos de Contra están blancas de encalar los cuerpos mortecinos sobre la hierba. Hace media hora que recoge incansable con una pala la cal y la vuelca sobre la fosa. No ha soltado todavía ni una lágrima, pero le escuecen la nariz y los ojos. También las mejillas. Hace frío, los labios le sangran, se cortan, se rasgan. Ras. Pasa la lengua sobre ellos y deja que el líquido se mezcle con su saliva. Sal. Sal. Es sal.
Pone una mano sobre la cintura y tira la pala con un gesto de desdén y agobio. Está empezando a amanecer y aún no ha conseguido librarse de esa escalofriante estampa que la acompaña desde la madrugada. Suspira. Mira de nuevo a los cuerpos. Son tres, tres cuerpos infantiles. No sobrepasarían los seis años cada uno. Dos niños y una niña. A la última todavía se le ven las trenzas desechas, llenas de barro y nieve sucia. Llevan como una especie de batines, ahora hechos jirones, de una tela fina y vieja, algodón, puede. Pero vieja. Amarillenta, y a bandas azules que la cruzan vertical y en paralelo a los botones. Qué triste, pobres criaturitas. Los niños son siempre las víctimas que más la apenan. Quizás son los que menos tienen que sufrir, y los que lo pagan más duramente.
Hilderbridge se encuentra a unos diez kilómetros aproximadamente de la costa y aún así la influencia del mar en el ambiente es más que notoria. El clima es húmedo, los días de invierno el frío se torna pegajoso y cubre de escarcha todo lo que encuentra a su paso durante la madrugada. Es una población de tamaño mediano, también cerca de la capital del condado, Strossheim. A pesar de ello las vías de comunicación nunca han funcionado como es debido y el transporte público, como el tren, el ferrocarril y las líneas de autobús, constan de complicados horarios sujetos al cambiante temporal de la ciudad y a la demanda de personas que quieran trasladarse a la capital, es decir, aún más variables impredecibles. En los últimos veinte años, el flujo de habitantes de un lugar a otro había variado tanto que los economistas habían cesado en sus intentos de interpretar las estadísticas y lo habían relegado a la libre decisión de las empresas municipales de transporte, para que fuera así que el viajero se adaptara al horario y no el horario al viajero. Simple. Hilderbridge es una ciudad de gente simple y práctica. La gente no se complica. La vida es sencilla y los oficios no se salen de lo cotidiano en una urbe. Los empresarios no son grandes empresarios y nadie se dedica al campo. Básicamente, la profesión estándar es el cultivo de la vida sedentaria y soporífera: llegar a la tienda, a la farmacia, a la peluquería, al bar, a la oficina, y dedicarse única y exclusivamente a acabar lo antes posible con sus tareas, coger el coche y volverse de nuevo a casa. Beso de buenas noches, arropar a los niños, discutir hasta que desean regurgitar sus entrañas y soñar con una rutina distinta. Con escapar a esa sucia y gris realidad con la que cada día se enfrentan, sin saber que la decisión es al fin y al cabo sólo suya, pero que el miedo y la comodidad los aferra al suelo con garras de plomo.
Los registros de asesinatos que se habían recogido desde principios de siglo eran otra de las grandes peculiaridades de Hilderbridge y Strossheim. Eran las poblaciones con más muertes y suicidios de todo el estado. No había ninguna razón concreta por la que sucediera, es decir, las esquelas no aparecían en la última sección del periódico, entre las tiras cómicas y los anuncios de pornografía, por la misma causa. En algunas ocasiones se trataban de ajustes de cuentas entre bandas, otros accidentes domésticos, violencia de género, simple depravación o el desencanto de la vida y la locura yankee por considerar que un perdedor es la peor condena para un buen cristiano. Y es que ése era otro dato a tener en cuenta.
La población era de un 85% de raza blanca, un 5% de hispanos y latinos, un 6'2% afroamericanos y diversos porcentajes de otras razas. Cabe destacar que de ese alto porcentaje de raza blanca, había una excéntrica mezcla de nativos alemanes y daneses, que habían emigrado a principios del siglo XIX con la esperanza de encontrar todas esas fantásticas oportunidades y maravillas de las que hablaban los ingleses y con las que podrían sacar adelante a todas aquellas bocas, insaciables con patata. 
Así, la gran mayoría de la población sentía un exacerbado sentimiento protestante, que en más de alguna ocasión había dado fruto a esporádicos enfrentamientos entre bandas de los distintos distritos de la ciudad, en especial los kot (afroamericanos) con los schnee (los blancos). Con el paso de los años, lo que había significado tan sólo un despreciable extremismo religioso había ido evolucionando hacia posiciones más radicales, y los schnee acabaron formando pequeñas agrupaciones delincuentes organizadas bajo una tendencia ultra-religiosa y autoritaria. Mantenían un código, una estética y un reglamento común a todos los grupos, con un estricto control de los miembros y la ideología. En poco tiempo el movimiento adquirió suficiente fuerza como para suponer una amenaza para la población afroamericana, latina y asiática, aunque sólo los primeros reaccionaron de forma paralela a sus atacantes. Los kot no eran en realidad un grupo homogéneo y reglamentado como los schnee, sino que conformaban una red de amistades y contactos muy densa y extendida con un organismo local que organizaba las partidas y milicias y otros suborganismos dependientes. Más que un movimiento, los kot se trataban de una sociedad o comunidad que actuaban en defensa de sus derechos y libertades, recurriendo al escándalo, al desorden público y al asesinato si era necesario. No había una actuación libre, sino que todo quedaba en manos de una previa aprobación de todos los componentes. No había que confundirlo con los sindikat (los sindicatos y organizaciones de protesta obrera). Los kot no buscaban un cambio en el sistema ni en las condiciones de trabajo. El sistema organizativo sí que había sido adoptado de los sindikat pero no se posicionaba dentro de ninguna tendencia política, tan sólo se limitaba al tema racial. Había una jerarquización dentro de la comunidad que funcionaba con bastante buen resultado y también una rica mezcla de clases, desde comerciantes hasta obreros, y también patronos y clases medias-altas. La unión era el color de piel.
Pero en realidad el porcentaje de asesinatos que respondían a los enfrentamientos de schnees y kots tampoco era tan significativo como para que consiguiera que el número de muertes se disparara de aquel modo tan desconcertante. En realidad, lo que más llamaba la atención de todo aquel recopilatorio de datos (Hilderbridge estaba repleto de estadísticas realmente complicadas de estudiar y que enamoraban a los profesores de la Facultad de Economía) era, precisamente, ese "otras causas", esas dos palabrejas en cursiva y doble subrayado que venían a significar una única causa.
Paschen.

11.26.2012

44

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Se te ablandan hasta los recuerdos cuando se trata de café. Y duelen menos, parece que se difuminan por siempre incluso, con las caricias de otros. Quizás es que, después de todo, puede que sepas dar pan y tener hambre al mismo tiempo. Que no sea tan sólo pan, ni únicamente hambre. Y que las decisiones precipitadas y sin pensar también dan cabida a buenos principios, siempre que la situación sea la que mezca la cuna, y te dejes llevar. Y que conduzca él en la carretera, mientras observas por la ventanilla el cián de un cielo que hacía tiempo que no veías con tanta claridad.
"Nos resignamos al momento único y feliz. Preferimos perderlo, dejarlo transcurrir sin siquiera hacer el razonable intento de asirlo. Preferimos perderlo todo, antes que admitir que se trata de la única posibilidad y que esa posibilidad es solo un minuto y no una larga, impecable existencia."

11.09.2012

43

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Anoutz se apoya sobre la baranda. Mantiene entre sus manos una infusión con aroma a menta, menta que relaje sus músculos y su mente. Siente que es abstracción cuando bebe. Quizás así, también en pleno invierno, tinte profundo el de la oscuridad, se calman sus sentidos. Sus pensamientos, también. La rebeca apenas cubre su piel del frío del anochecer pacense, sexto piso de uno de esos barrios desde los que se ve el Guadiana bajo los puentes, ahí, a lo lejos. Cientos de bombillas iluminadas que se extienden ante la atenta mirada de la muchacha, algo cansada, algo ilusa. Siempre son ambas, nunca se manifiestan por separado.
Un gato maúlla en la calle. Se escucha mimetizado entre el mordisco de los vehículos sobre el asfalto, en una especie curiosa de estéreo. Al fondo, los ecos distorsionados de un "Vie en Rose" de Louis Armstrong, meciéndose con dulzura al compás del jazz; un vinilo, la luz ténue, y dos sombras acariciándose tras las cortinas de un apartamento. Se acerca el cigarro a los labios y aspira. Deja que el humo rasque su garganta, aguantando la tos. Mamá tenía gracia cuando lo hacía, ella y sus suaves insinuaciones al más puro estilo Monroe. Se le volvían de terciopelo los latidos cuando emulaba algún mito imposible, y su madre lo era. La recordaba sobre aquel mismo sillón, con las piernas cruzadas y su risa cantarina, carcajeando en medio de aquella comida, en medio de todos los hombres, en medio de trajes, corbatas y mocasines italianos. En medio de todas las miradas, girando su cabeza con desdén y coquetería, así, y se pasaba los dedos por el pelo, y luego la barbilla, y entonces, el cuello. La manicura francesa y las pestañas rizadas, apenas maquillaje. Se bastaba ella sola, exuberante.
Nunca fue madre. Nunca la cuidó como fue debido. No es madre quien trasnocha entre champán y destellos de Swarovski, pero al menos fue un intento. Las familias desestructuradas tampoco eran su fuerte, quizás el problema de todo aquello fueron los años a todo tren de su infancia y juventud, al alcance de todo aquello que deseaba. El lujo de los caprichos, la educación exquisita, los vestidos de Chanel y las vacaciones en la residencia de verano. El abuelo la mantuvo hasta que terminó, finalmente y tras varios años, la carrera de Artes Interpretativas, y con ayuda de varios contactos consiguió participar en algunas obras en el Teatro Principal. Pero las aspiraciones de aquella muchacha carismática rompían las barreras del drama. Quería vivir del celuloide, y ser el recuerdo eterno en una cinta. "Nadie me olvidaría, podría morir y aún seguiría viva". Qué decir, la niña de papá, la niña bonita y de sus ojos. No costó demasiado que su belleza y proporciones ayudaran a que un director se fijara en ella. Papeles banales, sin trascendencia. Eso, al fin y al cabo, significaba lo de menos. Ella tan sólo quería lucirse, mostrarse ante el mundo, ser admirada, observada. Deseada. Quería ser el centro de atención de miles de ojos en toda América y Europa, conducir coches caros y codearse con la élite interpretativa de Hollywood. Éxito, brillaba en sus pupilas. Y éxito brillaba también en su nómina. Pronto el carmín de sus labios pasó a ser el más deseado de todos los hombres, llovían las propuestas y ofertas de papeles en la mesa de su representante. "Eres una estrella", le susurraba Marcus entre gemidos y sábanas. Era la secuela perfecta de su vida, la adecuada a aquellos años anteriores que también hubieron sido felices.
El aire comienza a refrescar, y mece con suavidad el toldo blanquigualda de la terraza. Las primeras chispas de estrellas empiezan a cubrir el cielo. Anoutz sigue reflexionando. No puede evitar mirar de reojo el teléfono, y vuelve a dar otra calada. Inspira. Exhala. Se rasca el brazo derecho y hace un amago de abrigarse con ligereza.  Qué desesperante. No sabe si entiende lo que ocurre y prefiere hacer de tripas corazón y obviarlo, o que sigue encadenada a esa feliz soledad a la que estaba acostumbrada. Se le hace difícil. Sabe que ha perdido peso, incluso, estas últimas dos semanas. Abre los ojos y lo primero que piensa, el primer pensamiento, es escapar. Huir. Cortar con la rutina, de algún modo. Sí. Cortar. Coger unas tijeras y acabar primero con unos vínculos y luego con otros. Fuera las cuerdas, adiós a las ataduras.
Se siente sola en ocasiones, y presa en todas las demás. Se oculta en figuras de humo rubias y con filtro para paliar un poco más el dolor. Y se pregunta siempre si no será que nunca quiso elegir, y no que fuera mala la elección. Es duro, divaga. ¿Cuánto? ¿Y si...? Pero cuando amenazan los "y si", vuelven los temores de alcanzar, efectivamente, el punto de no retorno. Y quién quiere llegar hasta el final, a la meta, si puedes alargar un poco más el camino. Estúpida, supones. Más estúpidas que cobarde, quizás no te equivocas al sopesar las dos opciones. Qué mal enseñada estás, inocente y dulce, inocente y asustadiza. Inocente y aún así fría, escarcha de Abril sobre las cosechas. El hielo que quema las manos en el más profundo invierno.
Manos frías, corazón caliente. Pero no hay corazón que valga, y si vale, no queda nada. Tan sólo queda roca, roca muerta, roca yerma. Cristal, diamante.
Se pasa la mano por la nuca y cierra los ojos durante unos instantes, buscando en esas caricias propias un poco de consuelo a su cansancio. No duerme. Ya dormía poco antes, pero ahora ni descansa. La consumen los libros, las tardes las pasa de estantería a estantería y de mostrador a ordenador. Las bibliotecarias conocen de sobra sus mirada vacía, carente de sentimentalismo.
Sonríe en las cafeterías. Allí fuera el ambiente es distinto. Noviembre aún es joven y el frío todavía no llega a los riñones, por fortuna. Las mejillas están sonrojadas y pasea junto a un par de chavales, entre bromas y comentarios absurdos. Se sientan sobre un banco y sacan un par de libros, "La Metamorfosis" y un ejemplar de cuentos de Juan Rulfo. Se muestra natural, mueve la boca con gracilidad y hasta las muecas resultan dulces en cada uno de sus gestos.
Un pitido breve. Anoutz se lleva la mano a uno de los bolsillos, y saca el móvil. El corazón le da un vuelco, y vuelve a introducirlo, pero en este caso en el bolso.
— Quién es?—pregunta el muchacho. Ella permanece ausente.
—Nadie—dice, mientras sonríe—. Oye, ¿querrías que hiciéramos algo esta noche? Hacía tanto que no hablábamos que... O lo que quieras.
—Como veas, ¿qué te apetece?
—Cualquier cosa.
—Bueno, pensemos algo.
—Sí, sí, si da igual, vayámonos a algún bar por casa de Bruno. Sí, por allí.
—¿Y estas ganas repentinas?
—Me apetece evadirme un poco. Estoy muy ocupada últimamente con la tesis y me agobio un tanto, ya me entiendes.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Cómo estás de todo?
—Normal, bien. No sé, como siempre.
—Sabes que me preocupo por ti.
—Lo sé.
—Sonríe un poco más, que te veo muy triste. Y no quiero verte triste. Ya lo sabes.
—Sí—dice, abrazándolo. Ojalá pudiera contarle todo lo que siente, y todo lo que le ocurre. La angustia que oprime su pecho. Agacha la cabeza y se distancia con lentitud, respirando con profundidad. Calma, pequeña. Calma.
Calma.
Mira el reloj. Las doce menos veinte. Queda nada para la medianoche. Lleva tres cuartos de hora y todavía no ha llamado. De nuevo ese cansancio subiéndole por la espina dorsal, y de nuevo el dolor. Cuánto más se extenderá. No lo sabe. Sí lo sabe. Sentencia. Otro día más que tachar del calendario, otro día más que se ausenta de verlo. Hoy han colgado con apenas un adiós, en seco. Se moja los labios. Cuánto más. Como si pudiera leerle la mente, conoce cada uno de sus posibles pensamientos, y cómo no, que está llegando hasta su límite. "Y todavía es pronto" piensa con sorna. Todavía.
¿Qué ocurre con lo que está inevitablemente destinado al fracaso? Las personas nacen para amarse, ¿por qué lo evita? ¿Qué la hace huir? Un sabor salado sobre su lengua y pestañas.
Vuelve a mirar al cielo. No encuentra la Luna. "Putas paradojas: infusión, reflexión, y me falta la Luna. Puta noche incompleta".
Y es el cielo doblemente incompleto cuando ni siquiera hay nubes de las que quejarse.

11.08.2012

42

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Escribo porque me gusta escribir. Si no me pareciera exagerado diría que escribo para gustarme a mí misma. Si de rebote lo que escribo gusta a los demás, mejor. Quizás es más profundo. Quizás escribo para afirmarme. Para sentir que soy ... Y acabo. He hablado de mí y de cosas esenciales en mi vida, con una cierta falta de medida. Y la desmesura siempre me ha dado mucho miedo. 
 Mercè Rodoreda, Prólogo Mirall Trencat

11.04.2012

41

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Quizá había otros caminos y el que tomaron no era el único y no era el mejor, o quizá había otros caminos y el que tomaron era el mejor, pero quizá había otros caminos dulces de caminar y no los tomaron, o los tomaron a medias...

40

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Hace tiempo que te conozco, aunque eso depende de lo que quieras llamar tiempo. Yo lo voy a considerar así: bastantes días, bastantes semanas, bastantes meses. Bastantes, pero no suficientes. Cuando algo se dice que es suficiente es porque no se necesita más, que está en su justa medida. Yo no creo que no necesite más. Al contrario, si me dieran a elegir o de mí dependiera, no me cansaría nunca, ni querría que existiera un "hasta aquí", un punto y a parte, un punto y final. Hay cientos (quizás muchas menos) de formas de interpretar esta frase, y estoy segura que te habrás planteado al menos cuatro de ellas. No sé por qué digo cuatro, en realidad sólo me han venido a la cabeza un par, pero lo que se suele decir, echemos otras cuantas opciones más para rellenar. A pesar de que ni si quiera, y eso casi con seguridad, te hayas parado a pensar en ninguna. Cosas de intentar leer lo más rápido posible.
En fin. Pues a pesar de todo este tiempo o cantidad indefinidade momentos que se han ido sucediendo a lo largo de los meses, todavía tengo la sensación de que parece que no se van a acabar. O por lo menos, de momento, lo que en cierta manera, me reconforta. ¿Por qué? No sé. Son muchas razones juntas, o quizás sólo una, o unas pocas. Pero están todas entrelazadas, y vuelven siempre al inicio de todo. Al inicio. Todo empezó a principios de Noviembre. 1, 2, 3. A la tercera, va la vencida. Siempre me ha gustado rodar por barrancos, y consideremos que ese "siempre" se materializó un 17 de Julio de hace un año. Consideremos también que no rodé y, dicho sea ya de paso, que sólo estaba él presenciándolo. La suma sólo puede dar como resultado un "momento ridículo que resaltar el resto de mi vida".Genial. Aunque si fuera por recordar, también me acordaré siempre de la camiseta negra de The Who que llevaba aquella noche. Y de un par de frasecillas que prefiero obviar por su alta concentración de gilipollismo en ellas. Fué una buena noche, sí señor. Parece que hace siglos desde que pasó, y fíjate, quizás... quizás no ha pasado tanto.

En realidad sí. Como decía antes, 1, 2, 3, a la tercera va la vencida. Hacía escasos tres días que había sido Hallowe'en, o que lo había celebrado en compañía de varios amiguetes del colegio. Igual de excitante que los años anteriores. ¿Resaca? Cero. ¿Diversión? Nula. ¿Frustración? De eso sí que sobraba, y no poco. Terriblemente repetitivo, conformarse con la misma... (intento de cambio de) rutina de costumbre. Pero qué se le iba a hacer. Nada. Pues en nada se quedó.
Era miércoles. Todavía se podía llevar manga corta, aunque yo ya hacía uso de un perfecto jersey gris de mi padre y mis vaqueros Levis azules que me habían regalado hacía escasas semanas. No recuerdo si estábamos de exámenes, tendría que consultarlo en la agenda, pero juraría que habíamos acabado con ellos la semana anterior, con lo cual, estaba descansada, relajada, aburrida y muerta de asco en mi casa. No es que fueran los mejores días de mi vida (ni en broma), tampoco los peores, pero no destacaría nada especial de ellos. La misma mierda que de normal. En el recreo había hablado con María sobre pastillas, dietilamida del ácido lisérgico y cerebros cósmicos anfetamínicos, y Galleta me había repetido por quincuagésima vez lo mucho que me apreciaba, y que no me preocupara por no encontrar ningún maldito capullo que se interesara mínimamente en mí.
- ¿Sabes? Algún día encontrarás a alguien, y no tiene porqué ser nadie en especial, eso ahora es lo de menos. Normalmente, y lo que tienes que hacer, es no pensar en ello. Simplemente, no plantearlo, las cosas tienen que seguir su curso, y que todo salga como salga. A veces tarda más y a veces menos, pero que sepas que cuando llegue esa día, aunque simplemente ni te hayas fijado en él, o sólo sea alguien más sin importancia, alguien que pasa por la calle, un amigo de un amigo... quien sea. Esa persona te lo cambiará todo, y eso que tú no eres la que más aprecio tiene a estos temas, pero en serio. Es diferente, distinto. Te sientes... es inexplicable. Se trata de no buscar las cosas, de dejar que sucedan por sí mismas. 
- Espontáneo, casual, natural, sin planear. - ¡Exacto! De sentir cosquillas en el estómago pensando con qué te sorprenderá hoy, o con qué te levantarás mañana. Dejar la mente en blanco y que el destino se encargue de pensar por tí.
Qué fácil que es verlo desde fuera, es lo que se me pasaba por la cabeza cuando escuchaba sus palabras. Qué fácil es verlo cuando no estás agotada de no encontrar a nadie, de que te hayan quitado las esperanzas, de que el espacio que tenías antes vacío se hubiera llenado de orgullo y no cupiera nada más ahí. No sé. Todo mezclado, el resentimiento, el ego, el sarcasmo, la inaccesibilidad, hacían imposible todo. En lugar de conseguir ser feliz, estaba sumida en un perfecto mundo sin complicaciones, donde no había más rutina que la mía, el día a día, sin más. Hojas de calendario arrancadas y por arrancar. Aún así, no habría cambiado nada de mi mundo por aquellos días. En realidad, fue el cambio el que llegó sin avisar.
No había deberes. Mejor dicho, no pensaba hacerlos. Sentada frente al ordenador, conversando con un nuevo amigo con el que compartía un par de secretos y piso en el colegio, única diversión. Salta una ventanita del chat. Una ventanita azul. Sorpresa. Recuerdas vagamente el nombre, sí, sí, tiene razón, lo agregué a los pocos días de conocerlo. ¡Eh, cuánto tiempo! Ya le dije a Majo que me cayó realmente bien... y otras cosillas más. Veamos qué se cuenta.
- ¡Hola!
- ¡Ey! ¡Hola, cuánto tiempo! Madre mía, ¿qué tal te va todo? (Oh mierda, maldita efusividad descontrolada)
- Muy bien.¿Vas a ir al concierto de Roger Waters?
- Quiero ir, pero no sé si al final me dejarán, seguramente me acompañaría una amiga.
- Ah, lo decía porque ya están a la venta las entradas.
- Ah, ¿sí?
- Sí.
- Ah, pues gracias. ¿Qué tal el verano y eso? Hace mucho que no te veo.
- Sí, bastante bien, la verdad, desde que te pusiste tan pedo esa noche.
- Gracias, me lo recordarán de por vida.
- Fué épico.
En fin, hacía mucho que no hablaba con alguien de allí de Bejís, estaba contenta de que encima hubiera sido él. Fue tan simpático cuando estuve allí, me reí más... desde luego, quizás fuera el que mejor me cayó de todos los chicos cuando pasé por allí en verano. Bueno, aunque Juli también se había portado magníficamente. Y Álvaro. Bueno, déjemos a Álvaro en paz. Qué conversación más normal. Mamá me llama para cenar. "¡Apaga ya!" Sí, mamá, voy. Terminaré rápido
- Sí que lo fue, sí. En fin, seguiría hablando contigo más rato pero me tengo que ir a cenar, otro día más.
- Jo, esto va a ser como Pink Floyd sin Syd...
Plof. A un botón de cerrar.Pink Floyd sin Syd. ¿¡Cómo!? ¿Estoy leyendo bien? Increíble. Increíble, no puede ser. No, no, no, no puede ser cierto. ¿Acaba de...? Sí, lo ha hecho, acaba de decirlo.
Y ahí empezó todo. Qué simple, ¿no? Es increíble lo que puede dar o lo que puede cambiar apenas diez palabras sin más, que no tienen ningún trasfondo. No son un "me gustas", un "te odio", "te quiero ver", "eres lo mejor de mi vida", "para siempre", "hasta nunca" o cualquiera de esas cosas que se suponen que te ablandan el corazoncito. En realidad, no, no son nada. Eran... unas míseras palabras que no movieron lo más mínimo mis sentimientos. En absoluto. Y sin embargo, hicieron que me fijara en él. Lo vi como una oportunidad de hablar con alguien nuevo. Y ahí estaba.
Los siguientes días hablamos hasta caernos de sueño. Todas las tardes, todas las noches. Parecía que cualquier cosa era tema de conversación. Música, metafísica, sarcasmo, Dios, biología, comunismo, leer mentes, más música, genios, felicidad, ignorancia, Bill Gates, drogas, Syd Barrett, Beatles, Paul McCartney, Eric Clapton, guitarras, amigos que se equivocan de colegio y amigas locas y obsesionadas con Bob Dylan. Cualquier excusa era suficiente para hablar con él. De repente, un mero contacto más del Tuenti había pasado a ser el motivo por el que sonreía todos los días nada más llegar a clase, pensando en lo divertida que había sido la discusión del día anterior sobre la cara de bollo pocho de Sir James o lo perfecta que sonaba Free Bird o Hallelujah. Sabes, discutía casi a diario con mis padres por la reciente obsesión que había adquirido de acostarme a altas horas de la noche e incluso de la madrugada. De igual manera que no se explicaban que pudiera estar tan exultante, tan abierta, feliz, cariñosa... Llegaba el frío, pero podría sucederse una era glacial, porque no ocupaba el más mínimo segundo en mi mente. Helter Skelter, Little Wing, agnosticismo, dudas metafísicas, tengo apuntado por la agenda. 22 de Noviembre, chachi pistachi Juan Pelotilla. Hiciste de una mierda de día, de un recuerdo agrio y desechable, un buen rato. Lo mejor es que no hacía falta más. Llegó un momento que lo que más deseaba en cuanto las manecillas del reloj marcaban las 17:00, era salir de clase y desconectar de todos, para poder seguir hablando contigo. Curioso, ¿no es cierto? Muy, muy curioso.
Lo que más me temía. Finales de Noviembre, José Capuz, mediodía.
- En serio Rafa, es que es tan distinto, ¡sabe tocar la guitarra! ¡Tiene un grupo! ¡Y le gustan los grupos de los 70! 
- Sabes que al final...
- No.
- Lo sabes.
- No, no, ¿recuerdas? Soy una roca. Las rocas no sienten. No pienso pasar por eso.
- Acabará pasando. Tiempo al tiempo.
- Esos son refranes de abuela.
- Tú ya verás, ya verás, dos semanas. En dos semanas no dirás lo mismo.
- Qué te apuestas.
- Diez euros.
- Como quieras.
- ¿En serio, estás tan segura?
- Sí, apostémoslos.
Y tiempo al tiempo. Me cuesta poder saberlo todo con exactitud. Hace mucho de eso, ya. De hecho, sólo sé dos cosas.
Que el 1 de Diciembre me llamaste escéptica y que perdí la puta apuesta.



                                                                      _____________


Es un dolor dulce recordar que ciertas personas te hicieron sonreír.
melt. 23 de Julio del 2011.

10.28.2012

39

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Y ahora es, definitivamente, adiós. Hay quien viene y hay quien va.
Intenté darte las señales, en la medida de lo que pude y cuanto quise. Pero las ignoraste. Y ahora, no busques, no encontrarás más que cosquillas. Las inocentes cosquillas de los remordimientos bajo tu piel, por inútil. O quizás... quizás no es de inútil. Quizás es algo tan simple como que la única que sintió algo, después de todo, fui yo.
Adiós.

10.22.2012

38

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Ha vuelto a sonar el teléfono mientras estaba en la cocina, el eco distorsionado de las cuerdas vocales de Jagger que se esfuerza por traspasar los tabiques, no alcanzo a oírlos. Vuelta y vuelta de sandwich de queso en una sartén, aroma a melocotón, a té verde, a kiwi y a tu camisa. Bailas y reinas como si Elvis y sus caderas, no compares, a tanto no llegas. Pero las risas ya rebotan sobre los azulejos y una vocecilla dulce y sedante tararea "Here Comes the Sun" en el 95.9 FM, y qué ironía, hasta hace dos días aquella ventana se cubría con una cortina de lluvia.
Sexto sentido y doble rasero el de tus llamadas perdidas. Si te he visto este mediodía, no sé qué buscas sino enredarme en tus insinuaciones baratas. Se me encoge el corazón. Recuerdos. De ti bebo a través de los recuerdos. Y es triste, qué te voy a contar, si vives en mi memoria lo poco que duren ellos, hasta que se esfumen entre fechas y momentos superpuestos, como las sillas con ropa. Ahí va una prenda, y tan pronto como llega esa una ya están en mente otras cinco más, pero para cuando pretendes salir de fiesta has olvidado por completo la blusa de encaje que dejaste tras venir del café teatro. El paquete de cigarrillos, cuánto más intacto, cuánto más llorado. El Malboro de tus labios de contrabando.
No era la rue du Cherche Midi ni el Pont des Arts, pero si me preguntaran dónde y con más ansias querría verte, sería en la Avenida, allí, el mordisco del asfalto sobre los álamos, y mis mordiscos sobre tu hombro. Te tengo de noche, de madrugada, de tardes y mañanas, abrazar tu espalda sin miedo a... Sin miedo. No sabes ni de Warhol, ni de Mondrian, ni de ríos metafísicos ni Fred Astaire sobre el escenario. Pero es que me ha tocado el papel de ser Oliveira, de verte nadar en esos ríos que anhelo, de verte como la Maga y añorarte por esa libertad que no alcanzo. Estoy limitada, lo reconozco. Sólo soy nihilista hasta que sales por el portón verde de la esquina con Bérite. Sólo entonces se me olvida, por evitar atropellos de ciclistas nada bohemios, e invitarme en la cafetería. No te confundas, dices, no es caballerosidad. Pero yo sonrío a mis adentros, porque ciertos versos cobran vida en esas palabras sin intenciones.
—"Said she wasn't going but she went still, likes her gentlemen to not be gentle..."
¿Qué dices?
Déjalo.
Sobre los bancos, tú me cuentas. Ahora me da por pensar que quizás estaba todo ésto un tanto determinado, no sé, la escena de la piscina sabe tanto a premonición. Pero hubiera deseado, quizás, sólo divago, un poco más de ternura. Y es pedir demasiado, de algún modo, yo tampoco me lanzo, ni me disparo. Este gatillo está en desuso de esperar a no se qué, y el no se cuántos. Gatillos desaccionados por dudas e indiferencia, los te quieros atragantados que me envenenan con su plomo. Y tú.
Tú feliz, creo que lo eres. Quizás hasta te tendré cerca, al llegar el verano. Allí tomaré de excusa el alcohol para dejarme caer sobre tus sábanas o tus brazos, a mi no me importa. Quién busca un amor pasajero, un amor pasaporte. Si tú lo buscas, ven y dímelo, ven y dime. Ven y dime. No quiero esperar a que Junio se haga con mi nervios para poder besarte.
Pero ni el frío ni los días, ni el frío ni el invierno. Ni el frío que no llega, ni el invierno que me espera, en ese Diciembre con garras de hielo, con la oscuridad de la que me sacaste hace no quiero saber el tiempo, serán condescendientes con tu recuerdo. Que acecho y despecho encuentran su eufemismo en "Se va a ir con otro". 

10.19.2012

37

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Octubre escondiéndose en versos de bocas desconocidas y situaciones distintas. Remover la cucharilla en el cortado, buscando encontrar alguna trascendencia vital en ese gira y gira, en esas ondas espumosas y amargas, como si fueran a hablarme. Qué estupidez. Una estupidez enorme, y tópica, para más inri. Si quedaran lluvias y lágrimas que vinieran, y nunca llegan, pero no las espero. Estén donde estén, seguro que a buen recaudo. No las echo de menos.
Trazos de líneas indivisibles y discontinuas, el gran plano de una pared de ladrillo rojo al más puro estilo Brooklyn. Se respiraba en el ambiente la humedad de lo que se advertía una tormenta eléctrica, el vello de la nuca se erizaba de puro morbo. Los locales aún aguantaban abiertos, entrar, salir, ríos de gente discurriendo de un lugar a otro, como pequeñas hormigas ambulantes, sin clara disposición a hacer ninguna tarea en concreto. Tan sólo entrar, salir. Salir y entrar. Caminar. La noche se cernía también sobre nuestros hombros, acechando tímidamente como quien no se preocupa por llegar pronto, sino tan solo por llegar.
Quizás, y digo quizás por ello, me gustaba tanto el abrazo de lo nocturno. A veces tarda más, a veces tarda menos, pero llegar es inevitable, como lo es desaparecer en ese fundido cían de la mañana. Hay algo diferente en las cenefas incandescentes del skyline de Nueva York que son la envidia de cualquier reserva natural del mundo, y quien lo niegue, me estará negando lo indiscutible. La ciudad guarda entre sus calles y aromas un encanto inconfundible a miscelánea social y cultural. Es un micromundo, un microorganismo de etnias y corrientes funcionando en una especie de orden complejo, lejos de los onvencionalismos. Tan sólo de Nueva York se podrían sacar tantos estudios antropológicos y sociológicos, tantas opiniones y conclusiones diferentes, tantas modas, tantos gustos, tantas formas de ver las cosas. Es el espacio de convergencia de las naciones, no queda país que allí no esté representado. El clímax de la inspiración después de París, que no lo pongo en duda. El fin, el lugar deseado, la ciudad mayúscula. Si algún sueño tuviera que apodarlo con algún nombre, no dudéis que sería ""Manhattan".
No dudéis que mi Manhattan es, de algún modo, Manhattan en sí.
Para marcar más los tópicos, y el inri.

10.07.2012

36

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Retroalimentación regresiva. Siempre me sentí más cómoda cuando le doy nombres técnicos a los sentimientos. Tecnicismo, objetividad. Duele menos si te sabe a diccionario-enciclopédico de consulta. Así llamo yo a vivir de un recuerdo. O varios. O no lo sé. No, no lo sé.
Me duele. En este mismo instante, me está matando. ¿Qué apuñalas, dama escondida? ¿Qué indagas? Nos conocemos ambas, de hace tiempo. De hace tiempo que también conocíamos que es lo correcto, lo incorrecto y lo odiosamente inevitable. Te duele porque estás mintiendo, y no a ti misma, no es esa mentira la que te desgarra la conciencia. Indecisión, el sufrimiento de otra persona que aún no comprende la magnitud del problema, o sencillamente este último. Desidia. Dolor. Por Dios, lo juro, no sabes lo que duele si el dolor es ajeno. Suplico en silencio que por favor, que me perdones. No quiero tener en mis manos la mínima opción de hacerte sufrir.
¿Qué has visto? No te entiendo. No sé qué has podido ver, si soy materia oscura. Ojalá pudiera explicarte. Ojalá pudiera contarte... qué ocurre. Pero no lo tengo claro. Me hundo si lo pienso, y lo pienso si preguntas cómo me ha ido el día, porque por desgracia, siempre está en mente. Soy muda. Soy mimo. Soy la pesadilla de quien desea gritar y se ahoga. Soy indecisión, soy impredecible y caprichosa. Vivo de la memoria sabiendo que me destruye.
Soy tu frustración vestida de sonrisas.
Aléjate, por favor. 
Aléjate.

10.06.2012

35

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Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.

                        Rayuela, Julio Cortázar.
Siempre recordaré esas dos  primeras frases. Siempre.

10.02.2012

34

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Y el miedo se empaña ahora en otros ojos, y es el reflejo a través de esa diferencia lo que sentencia que las semanas no sean semanas, hasta que hojeo el calendario. Sigo todavía enterrada en ese Septiembre prematuro, en las dulces noches que tus palabras acariciaban muecas y sonrisas. Si bien chispas, si bien distancias, si bien no significaba en absoluto, porque todo se hizo material, presente, factible, posible, sensible e irracional cuando te vi en la esquina de la avenida, buscándome con la mirada por donde ya sabías  que aparecería. Pero me adelanté, a tus pasos, porque siempre me adelantaba, hasta que caí, simplemente. Caí en todo lo que te había echado de menos, y en que la distancia, aunque fuera menos, ahora sería mucho más dura que todas las carreteras y aeropuertos de Europa. Porque por tan sólo unas calles, soñaría con abrir la puerta y reírme en tu pupitre. De renegar de tus meriendas y de tu madre, bajar escaleras y carreras hasta las marquesinas. De no saber bien hasta qué hora, pero tener más claro que nunca que, bien la necesidad no hace al hábito, pero sí en ocasiones el hábito a la necesidad.
Sencillamente, comencé a necesitarte. La oportunidad de principio, principio del fin, y de superposición. De dudas e inquietudes todavía no resueltas, ¿es que acaso espero a que seas tú quien vuelvas? No sé si es que te has ido, si nunca estuviste y melancolía e imaginación dieron su golpe maestro. 
Y menuda mierda ésto de seguir sin aclararme, si esperar tus pasos o adelantarme con los míos. De recordar, de acordarme, de pensar si algún día fuiste mío aunque tan sólo de conciencia. A ciencia cierta, yo lo soy, además de ilusa. Quizás fueron más tus ganas de matarme con inocencia desgarradora, que las mías por centrarme en personas que no son nada.

9.24.2012

33

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                             Ojalá supieras.
                                  Ojalá entendieras.
                                        Ojalá vinieras y, tan solo,
                                     simplemente,
                                               confesases que tú también esperas.
                               

                                       Ojalá.







9.11.2012

32

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I feel safe. I mean, I feel safe into this insecurity which is rounding my head, all the time.
It's cold outside, the fall came sooner. In fact, this morning I had to take my clothes off and put on that... that warm sweater you gave me that Christmas, at Geordie's home. I think you'll remember, it was only a few months ago. Well, you never had a great mind, neither a great memory. But who knows, maybe you surprise me with another of your unexpected details, and I already have to shut up. I say, who knows.
Walls are painted now in shiny, plain white. Yesterday Cameron came for helping us to paint house and move some furniture around, you know, I still remember last time we met I told you we would move to North Hempstead. I think anywhere would have been as good as there to move on. The only condition was being away, as far as I could of you. And not to remember.
We were a pair of crazy lovers, despite everything. We used to cry until the night was out, and then kissing each other, looking for the love somebody stole us. You liked to call me at dawn, or texting me messages you know I would answer in the following minutes, maybe seconds. It was different, I know. Different of what else I had ever felt, I had ever done. I didn't care about what I would have to expect of you, or me. I never called us "we", which sounded strange and overwhelming.
The clock is ticking, chances come and go. It was my choice. To leave you, to forget you, to forgive you. Forgiving you for all these nights you made me feel like the only one, in spite of the fact I never was.
Now I realize, you know.
Better late than never.

Love,
             Nora.

31

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Siempre juego en partidas en las que está escrito, desde el principio, quién gana y quién pierde. Y puedo asegurar que todavía no me he llevado ninguna medalla, en todo este tiempo.
Por una vez, no me importaría ganarla. Me morderé uñas, manos y lengua si hace falta.
Pero por Dios. Ven, joder. Ven.

9.10.2012

30

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No sé si dar explicaciones está demás, si por saber no sé ni lo que piensas. Las dudas me ahogan, a veces incluso me incendian. Explicaciones, intenciones inacabadas y no contrastadas con la supuesta realidad a la que nos enfrentamos. Y no tengo claro si utilizar el nos. Confusión. Escúchame, escucha. Ahora no tengo claro si soy yo o si es otra, y si lo soy es un problema pero si no, una decepción.Yo me digo, "tranquila, si no ha acabado bien es que todavía no es el final", pero me suena a desecho barato, residuo. Del repetitivo, de volver al principio de una historia que no sé si quiera cuándo empezó. ¿Acaso ha empezado? Y así me surgen, sumergen, inmersión profunda, todas mis inquietudes y preguntas.
Sinceramente, lo único que necesito es verte. Dudo que creas que me gusta enfrentarme al miedo del que tanto te he hablado otras veces. No me gusta, lo juro. No me gusta la angustia de dar dos pasos y notar que aún no lo tienes claro, no saber qué siento. Y todo, todo por culpa de unos nervios estúpidos que... Que si no eres capaz de comprender... No sé cómo puede salir. 
No sé si ésto saldrá.

9.08.2012

29

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No, no digas nada. Yo hablaré. ¿Me has echado de menos? Porque yo a ti mucho. Eres un verdadero tirano, ¿sabes? Me cuesta estar enfadada contigo, pero ésta te la guardo. No te hagas ilusiones. Me gustaría hablar pasando del juego... por una vez. ¿Te gusta mi vestido? Se lo he birlado a mi hermana. Tenía éste o otro rojo tipo bomba nuclear o algo así... Debí ponerme ese... lo sé. He debido pasarme más o menos tres horas frente al espejo. ¡Pero ha merecido la pena, estoy guapa! Y espero gustarte. Si no, te meto un tortazo. ¡Espera! Shhhh... Por donde iba... El problema es que si me dijeras "me encantas" no podría creérmelo. Julian, ya no se cuando es un juego y cuando es verdad. Estoy perdida. ¡Espera,espera! No he terminado. Dime que me quieres. Dímelo porque yo jamás me atreveré a decírtelo primero. Me daría miedo que pensaras que es un juego. Sálvame, te lo suplico.
Sophie, Jeux d'enfants
/Tenía que escribirlo/

9.07.2012

28

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La casualidad hace referencia a la combinación de circunstancias que resulta imposible de anticipar y evitar. Aquello que ocurre por casualidad es imprevisto y, por lo tanto, no puede sortearse. Muchas personas sostienen que, en un sentido estricto, la casualidad no existe; que aunque no exista voluntad ni intención por parte del individuo, sí que hay una coincidencia espacio-temporal que explicaría racionalmente el suceso.
Las casualidades, o lo que vengan a ser, racional o irracionalmente, definen la gran mayoría de situaciones que nos suceden día tras días. Como tantas otras cosas, suelen pasar desapercibidas, porque no son importantes: "Aquella chica de alli tiene la misma camiseta que yo". Por ejemplo. O que pongan en la radio precisamente esa canción a la que llevas dándole vueltas durante más de una semana. También. Nimiedades, en resumen. Y eso es lo que las hace diferentes.
Digamos, entonces, que las casualidades son todos aquellos detalles insignificantes que no podemos prever. La casualidad de coincidir por un pasillo al subir del recreo, o de compartir el estrecho camino hasta la parada de bus a la que acudes para ir de vuelta a casa. Pasear sin rumbo fijo y acabar casi a quince metros de ella, y encontrarte allí también. Recibir una llamada tuya en mitad de la madrugada, justo antes de cerrar los ojos, pensando que no, que no llamarías. Que qué tontería, que estarías de fiesta. Que si nos ponemos en la pizarra y corregimos los ejercicios exactos, o que quieres montarte un grupo de rock.
Que me parece que estoy haciendo el idiota contándote todo ésto y no sé por qué me tengo que dar cuenta ahora, después de ya unos cuantos, bastantes meses, y es absurdo y lo sé y no sé. No sé qué hago aquí. No sé por qué dudo pero quiero que sepas que en fin... Que yo pensaba que podría con todo ésto y contigo. Pero al final, me he enamorado. Supongo. Y no sé qué piensas, qué se te pasa por la cabeza, si son o no indirectas, si vienes, si vas, si me dejas. Si yo qué sé. Si es otra, por ejemplo. Y si es casualidad, o pude haberlo evitado.
Y creo que no.

9.06.2012

27

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Lo conocí el primer día y no me transmitió ninguna sensación. Apenas una indiferencia sutil por su presencia, tan sólo. No tenía pinta de nada. Quizás eran los aires de grandeza, o una suave prepotencia de quien cree tratarse del dueño de aquel apartamento, puesto que efectivamente, era donde se alojaba. Se pavoneaba sin camiseta y con un cigarro en la mano, a pesar de que estuviera prohibido y de que en más de una ocasión le hubiera costado la reprimenda de los encargados, al saltar las alarmas de humo e incendio. Indiferencia la suya hacia lo que le dijeran, quien fuera, y un timbre de voz corriente y natural, agradable, desde mi punto de vista. Luego nos vemos, te esperamos fuera, que vaya conociendo al resto. Pedazos de melón que se agencian de frigoríficos ajenos. Un chaval normal de los que nacen bajo el cobijo de una cuenta con muchos ceros, y no de los que van a la izquierda.
Salto en el tiempo. Me ahorro miles de detalles sin trascendencia alguna en la historia, aunque puede que sean esos detalles los que me atrajeran, de forma inconsciente y desde el principio, hacia él. Ésta no es una historia de amor. Es una historia de chica conoce a chico, o chico conoce a chica. Y lo que pasa, como siempre pasa, es la vida. O así lo decían en una película.
Puede que habláramos. Puede que me pillara con toalla y descalza al salir de la ducha, con el pelo chorreante y las mejillas encendidas. Recuerdo aquel instante, de cuando salió de la habitación de enfrente justo cuando me disponía a abrir mi cuarto, probando con distintas llaves. Se trataba del principio consciente, si tuviéramos que fijarlo en algún punto en la línea del tiempo. Misma escuela, pero las coincidencias y diálogos nunca daban más fruto que efímeras conversaciones cargadas de timidez y cortesía, como si la cosa no terminara de cuajar. Quién de los dos le daría menos importancia, si para empezar yo todavía tenía la cabeza en mis recuerdos, en mis tonterías. En mis "aún no me lo creo que esté aquí, donde todo pasó, hace un año", y tú... bueno, tú. Tú eras tú, y fardabas a escondidas de palizas en callejones e ideologías extremistas. Lo curioso fue, que entre otras cosas, nunca fueran aquellas historias las que contaras en mi presencia. Porque resulta, y esto es lo que ocurría, que si medíamos nuestras palabras era porque había algo. Tú en ti, y yo en mi. Ambos lo sabíamos pero no querríamos darnos cuenta. Pero todo sale a la luz cuando noche y alcohol se mezclan.
Era jueves y hacía un par de días que ya me fijaba en tu sonrisa. Los estudiantes de la residencia habían descubierto la fantástica existencia de un pub o discoteca en el Centro al que podrían entrar con la ayuda de un tipp-ex y unas manos expertas que cambiaran un 95 por un 93. Siendo mi primera semana de estancia en aquel lugar, preferí no arriesgarme a que me mandaran de vuelta a casa. No, efectivamente, ya no sólo por temor a una reprimenda a la inglesa, sino porque por tener no tenía ni idea de donde se cogía el autobús de vuelta a casa. Decidí, por tanto, quedarme en mi habitación o, al menos, con cualquiera de los extranjeros que vagaban por allí. Te preguntaron, lo recuerdo. Delante de mi, después de responder con mi negativa tras unas cuantas insistencias. Ídem por tu parte, y mentiría si no afirmara que me puse nerviosa de pensar y no pensar, estupideces que se me ocurrían. Intenté alejar aquellos pensamientos. Sí, mejor.
La noche nos confundió con cerveza y confesiones. Yo que te preguntaba en qué creías y tú que sentías curiosidad en mis discusiones familiares. Eso es todo, durante al menos tres largas horas en las que nos quedamos tan sólo en abrazos. Y yo decía, yo pensaba, "qué estúpida eres, que sabes que sientes algo". Y tú, tú no sé qué pensabas. Pero allí estábamos, y contigo me hubiera quedado toda la noche. Y contigo, todos los días. Como ya adelantaba, tonterías. Y éstas se alargaron durante lo que quedaba de tu estancia, lo mismo daba que si estabas con tu cigarro o te cruzabas conmigo en los pasillos. No te miento, que me gustabas. Al final era cierto que me gustabas. Y qué, si a tí a también. Y que, si lo del día siguiente.
Y qué más, si cuando te fuiste aguantaba lágrimas que ya no me quedaban.
Y qué, si sabía que ni volvería a verte, ni volveríamos a hablar. Porque tú volvías a tu vida normal, dejando atrás a la pobre idiota que no sabía que ya querías a otra antes de todo aquello.
Querías, y sigues queriendo.


Pero ya lo decía Cohen,
"Eso es todo, ni siquiera pienso en ti muy a menudo". 

9.03.2012

26

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Estampida de emociones, a borbotones, como la espuma subiendo por el cuello de botella de tu quinto. Nuestros labios se mueven ya con torpeza buscando el diálogo dulce, aunque pícaro, producto de ése alcohol que lleva flotando sobre nuestras venas hace ya al menos una hora. Echas una mirada furtiva hacia tu bolsillo y sacas el móvil, riéndo entre dientes el último chiste malo que leíste en el magazine dominical. Parece que me has leído la mente. Las manecillas apuntan con precisión Longines las doce y treinta y dos minutos de la noche.
El ambiente de aquella noche distaba bastante de mi frenesí interior. Nos mecíamos en unas sillas de madera entre conversaciones a medio volumen y camareros que iban y venían, retirando los botellines vacíos que apurábamos sobre la marcha. Siempre he creído que el poder de reflexión de las burbujas adquiere una especial intensidad si éstas son de una Newcastle, y aquella noche nada me apetecía más que desgarrar los límites de consciencia y subconsciencia y hacerlos vibrar. Qué decir, si sobran las palabras, que durante dos semanas intenté mantenerme lo más lejos posible de la realidad, pero no se puede obviar lo inmediato. Y qué había más inmediato, que el reencuentro. 
Septiembre. Lo que para tantos suponía un nuevo comienzo, para mi tan sólo se quedaba en una mezcla non-grata de fonemas sibilantes, oclusivos y nasales. Septiembre, septiembre. Me recordaba al café, adictivo en aroma pero amargo en boca. Pero no había lugar para el café en aquella taberna semi-iluminada de barrio, ni si quiera en la supuesta carta del menú. Cécile parecía recién salida de un horno, con las mejillas todavía ardientes a causa de la larga exposición al sol, durante el mediodía. No quiso apartarse, decía que la crema superaba el factor 50+. Siempre fue una muchacha terca y de fuertes convicciones, la sonrisa más traviesa del apartamento. Los pómulos y frente prominentes, además de su larga aunque escasa cabellera rubia, la diferenciaban del resto de muchachas. Os aseguro que nadie lucía más orgullosa su cuerpo que ella, haciendo bandera de su delicada anatomía polaca y pestañas postizas. Una farola encendida en la lluvia parisina, sin duda. Parloteaba entre gestos y gin tonics sobre irse a vivir a Estocolmo, decía que las largas estancias en el metro de Londres, junto al mal tiempo que acompañaba de costumbre a la ciudad, la agotaban en exceso.

>> Arctic Monkeys — Fire and the Thud

—Nunca me ha acabado Inglaterra—decía entre sorbos—, la gente es sucia, fría y cuadriculada. Peor que los alemanes, y ya es decir. Ni si quiera mi abuela me habló tan mal de los alemanes — sé que os lo esperabais, siendo polaca — cuando invadieron Varsovia. Aquellos eran despiadados, pero al menos se cambiaban de uniforme después de la faena. Hijos de puta. ¿Ves? Estocolmo, ya te digo. Suecia es uno de los países con más inversiones en el Estado de bienestar, la ayuda social y la investigación —otro sorbo—. Es mi lugar. Pierdo el tiempo aquí, ¡ni si quiera sé que hago bebiendo cerveza! Malos hábitos adquiridos, ¡a mi no me gusta la cerveza!
—Cile, eso es un gin tonic.
—¿Y qué más da? Las inglesas siguen siendo gordas y en los desayunos sólo sirven muffins de chocolate y expresso. No me tires de la lengua, que echas de menos volver a las orillas del Támesis lo mismo que yo. Sé que andabas comiéndote la cabeza con ello, te he visto. Porque volver es inevitable, sí. Y a la vuelta las calles seguirán abarrotadas de turistas durante el mediodía y los Starbucks de ejecutivos; Marie Anne seguirá con sus clases en el Kings, a la vuelta preparará la cena y nos contará cómo está de harta de su marido, que necesita vacaciones, que necesita un jovenzuelo que le alegre el cuerpo; Westminster siempre será Westminster y cantaremos hasta morirnos de frío 'La Barbacoa' en Navidad; y tú le echarás de menos los días de lluvia. No hay más.
—Por desgracia.
Cécile guiñó un ojo, como huella de empatía.
—Nunca es tarde para cambiar.
Adrienne, que había atendido con interés el monólogo de Cécile, inclinó su cuerpo hacia un lateral y cogió su bolso.
—Llámale, anda.
Negué con decisión.
—No.
—¿Por qué?
—Le puede el orgullo.
—¿Y no está pudiendo contigo ahora?
—Es distinto—continuaba negando—. No tengo noticias suyas desde hace días, y ya ves tú, un par de palabras cruzadas en mensajes de texto.
—Te llamó desde el aeropuerto, aún así.
—Ya.
—Os vais a ver mañana, ¿no?
—Todavía no lo sé.
—¿Qué?
—Que no lo sé.
—¿Por qué? No seas estúpida.
—Tengo dudas.
—¿Otra vez aquel muchacho de...?
—Sí...., bueno, en realidad no. No, no, soy yo. Es que, no sé. No lo tengo claro. No sé qué siento. No sé... a ver, sí, sé que siento algo.
—Pues ya está.
—No, ya está no. No vale ya está. No vale gustar.
—Siempre tienes que ir a lo grande.
—No sé con qué intensidad es.
—Ya evolucionará, tiempo al tiempo. Crees que enamorarse es cosa de... De cuentos, de desperatrse y tenerlo claro. No, amiga, llega con el paso de los días y los meses, de la convivencia. Te enamoras cuando estás con él.
Balbucí mentalmente una respuesta, y frené en seco. Adrienne me miró inquisitiva, al advertir el gesto de represión.
—Respecto a eso...
—Ambas sabemos—me interrumpió antes de conseguir formular mi frase— que eso sí que fue distinto.
Se hizo un largo silencio en la mesa. Johana dibujaba con las gotas de cerveza derramada mientras las demás hacíamos acopio de fuerzas para pedir una última ronda, sin saber aún muy bien si brindar por un futuro incierto o un pasado insuperable.
Cécile se levantó de la mesa y recogió las pocas monedas que quedaban ya, para acercarse a la barra.
—Quizás—apostilló—ya es hora de dejarlo pasar. Por muy distinto que fuera.


[...] And the jostling crowd, you’re not allowed to tell the truth
And the photobooth’s a liar, and the sharpened explanations
But theres no screaming reason to inquire [...]

8.31.2012

25

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— ¿Y no crees que eres una adicta al drama? Una pobre chiquilla con cara de no haber roto un plato y con algún que otro palo. Reconócelo.
—¿El qué?
—Que, detrás de todo esa máscara, te gusta. Convertir tus vivencias en una especie de tragedia griega. Porque podrías hacerlo más sencillo, pero supondría demasiadas cosas, como enfrentarte a ti misma.

8.15.2012

24

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No era ni frío ni espasmo ni nubes de algodón ceniza. Más bien se aproximaba al dulce baño de luz de los veranos de Euskadi, las temperaturas agradables que se guardan como oro en paño, lejos del agobio húmedo de la ciudad natal que había abandonado un par de días atrás.
Era un aeropuerto. Era el aroma del césped fresco y tres toallas extendidas sobre la hierba, digno de británico de pura cepa con el que lidiábamos cada vez que hacíamos marcha hacia el Centro. Éramos unos cuantos inútiles traficando con paquetes de tabaco con complejo de coleccionista. En los estantes de las cocinas se aglomeraban en un orden aleatóriamente jerárquico botellas de todo tipo de marcas de alcohol. Mi favorita era una miniatura de Jack Daniel's que robamos en un Tesco cercano a la residencia, entre un Smirnoff Ice y un Jaggermaster. Sobre la encimera quedaban algunos restos de las pizzas que tuvimos que encargar, entre risas y urgencia, la noche anterior, puesto que los rugidos de nuestros estómagos sobrepasaban de largo el nivel soportable de decibelios. Similitudes y coincidencias que nacen de la convivencia. Se llama amistad, así aparece en el diccionario. Pero nunca quise llamarlo de ningún modo, porque echar de menos se echaba de más entonces. Qué sentido tenía, si por conocerlos ni los conocía, y menos quererlos. No los quería.
Los acabé queriendo, así también pasaban los días. Donde antes no había lugar para el cariño ahora era espacio más que de sobra para acogerlos a todos. Es el roce, es compartir carcajadas y descorchar champagne y vino. Aprender que hay más mezcla con la Coca-Cola que el ron y quién de todos me resulta el más golfo. ¿Por qué te abalanzas sobre una sandía? En aquellas lejanas tierras limítrofes, punto de encuentro de toda clase de culturas, no existe pieza de fruta sin atraco a mano armada. No fueron escasas, tampoco, las veces que nos tumbamos sobre colchas desfasadas de moda pero suficientes para aguantar las frías noches de Oxford, pasando de estudios a hombres, y de chocolatinas a hombres de nuevo. Préstame tu camiseta, y no tardes al volver de la ducha mientras llamo a mi abuela por teléfono. Suspiros, ven que te ayudo, ven que te explico y ven que te los presento. La rutina se vuelve dulce como la miel, adictiva como la heroína. ¿Bebo por afición, aburrimiento o diversión? Dormir en la madrugada más espesa confiando en un despertador que sonaría cinco horas después. Aquella imagen de melancolía y nostalgia en mi habitación de seis metros cuadrados se esfumó en cuestión de horas. Dejó de existir. Desapareció.

7.16.2012

23

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No existía aroma como el de la brisa matutina del puerto en Lorient. Aquella fue la conclusión que extrajo Puam nada más despertarse, mientras los rayos del sol acariciaban su rostro bronceado y su cuerpo, cubierto con una fina colcha floreada de cuando su abuela era pequeña. Y es que nada adoraba más Puam que los cachivaches antiguos y las reliquias que había ido acumulando su querida abuela durante las décadas que vivió allí, en la localidad portuaria de la Bretaña francesa. Los veranos eran terriblemente frescos, en especial al cercarse la madrugada, pero nada impedía a los visitantes y extranjeros visitar sus magníficas playas y calas, tan famosas y reconocidas en el país. Acudían cientos de barcos pesqueros y de lujo al puertecillo, y las vistas eran envidiables desde el balcón del apartamento de su tía Emélie, cerca del paseo marítimo.
Puam se levantó de un salto. Rebuscaba con ansias entre su ropa, acumulada en una sillita de mimbre de finales del siglo dieciocho que se encontraba en una esquina de la habitación. Se estaba poniendo nerviosa, tal y como le ocurría cada vez que no encontraba lo que buscaba. Por fortuna, pensaba la muchacha, el día se vestía de azul, azul turquesa como el del mar, azul turquesa como el cielo que augura tormenta. Los chubascos, que en la zona resultaban bastante habituales, eran uno de esos acontecimientos que le gustaba observar en primera persona. Siempre que su delicada salud se lo permitía se plantaba en el muelle a ver cómo el mar se picaba y las pequeñas embarcaciones luchaban en aquel despiadado oleaje, peleando por no ser devorados por esa gran masa oscura. Apartó con rapidez las distintas prendas. Allí estaba. Dio un tirón y sacó su chubasquero.
- ¡Abuelita! - gritó.
Bajó correteando las escaleras de madera, crujían con cada salto que daba en los peldaños.
La anciana salió a su encuentro. Vestía una bata azul oscura, casi negra, o negra incluso. Se trataba de uno de esos tonos extremadamente complicados de definir. El tejido en cuestión llevaba un estampado de unas gaviotas blancas, en la totalidad de la tela, y estaba decorada con una delicada puntilla en los extremos de las mangas de farol. Su pelo era cano, blanquísimo, como el de las casas encaladas de los municipios cordobeses, y estaba recogido con un tirante moño de bailarina. Sus facciones eran dulces y amistosas, al igual que su carácter. Unas divertidas pecas salpicaban su pequeña nariz de porcelana. Cumplía cada uno de los tópicos que nos venden las películas Disney sobre viejecillos adorables, así que, por supuesto, en sus manos traía una humeante jarra con café, recién hecho, cuyo aroma empañaba sus cristales.
- No corras Puam, un día de éstos tropezarás. Recuerda que hace dos días que enceramos el suelo. Maldita la gracia - añadió con un tono de tristeza - que tuviéramos que ir de vuelta al hospital. Pierre ya se sabe de memoria el número de la seguridad social.
Suspiró, cansada, y volvió a sus quehaceres diarios. La chiquilla la siguió trotando hacia la cocina.
- ¡Abuelita!
La anciana se giró de nuevo, con la misma sonrisa con la que la había recibido hacía unos instantes.
- Dime Puam.
- ¿Cuándo vuelve el abuelito?
- No tardará demasiado. En unas horas, si mejora el tiempo. Ya sabes que los pescadores trabajan hasta el mediodía.
- Sí abuelita. ¿Crees que tendrá miedo?
- Para nada. El abuelito es muy valiente, está acostumbrado a todo.
- ¿De verdad que echó a los alemanes durante la guerra?
- Claro que sí - rió la mujer -. Se compincharon todos los de aquí, del pueblo, y echaron a los comandantes con picos y palas.
- Qué valientes. ¿Y tampoco tuvieron miedo? Yo les hubiera dado muy fuerte, y no les habría dejado volver nunca, nunca, nunca.
- Bueno pequeñaja - dijo, haciéndole unas cosquillas en los brazos - ve a arreglarte que nos vamos a dar una vuelta por el centro. Tengo que ir a comprar verdura, ¿me acompañas?
- ¡Sí!
- Pues sube, venga. No tardes. Y acuérdate de coger...
- El chubasquero.
- Muy bien. Venga, ¡corre!

22

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Ahora clamo al cielo en espera de que caiga vestido de púrpura y naranja, de que se venga de Carnaval, brillante, purpurina en polvo que se expande en el tapiz bicolor de la puesta de sol.
Llevaba tres días escapándome de la tutela de mis tíos gracias a una copia de llaves que conseguí por mi primo, Lucas, al visitarme el fin de semana anterior. "Por favor Luke" le supliqué en un pequeño descanso tras la comida "dámelas, necesito evadirme". Comprensivo, tal y como había premeditado, las ocultó en uno de los bolsillos de mi chaqueta vaquera y me guiñó el ojo. "Aún me sorprendes" añadió. No entendí a qué se refería, pero allí estaba mi pequeña libertad metálica, y es lo único que me interesaba.
Metía las llaves en la cerradura y con un giro silencioso, abría la puerta y salía escopeteada por las escaleras. La parte de atrás llevaba a un antiguo camino de tierra batida, donde el viento levantaba el polvo hasta conseguir arrancarte un máximo desconocido de estornudos. Algunos hierbajos se aventuraban sobre los recodos, hasta llegar a la carretera principal que llevaba al cerro de la villa. Era una pista empinada que ascendía sobre una suave colina, como si de un gran gigante se tratara. El asfalto se recalentaba durante las mañanas, en las que el sol lucía sin apenas un atisbo de nubes, y al llegar la noche, me tumbaba sobre él, resguardada del viento, congelado, helado, aún a pesar de que estuviéramos en el más entrado Julio. Resultaba un tanto estúpido andar por el velo nocturno en pantalón corto, pero valiente de mi, más bien testaruda, me ataviaba de un par de chaquetas y salía a la aventura, buscando relajarme, meditar. Pensar, sola. Sin nadie. Era el gran momento del día, cuando las estrellas se mostraban para mi, iluminando desde la distancia. Me gustaba dibujar mentalmente conexiones entre unas y otras, vislumbrando las constelaciones que ya trazaron antes los grecolatinos. Me recordaban a mi padre, sin duda. Él había sido quien me había infundado el amor por la astronomía en mi más tierna infancia, cuando nos tirábamos horas y horas delante del telescopio y me hablaba de Kepler, con un movimiento elíptico del dedo y los ojos como platos.

7.08.2012

21

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Viví durante algún tiempo de prestado, en un apartamento de amplios ventanales y techos altos en la zona más cara de Madrid. Aún recuerdo la mirada sorprendida de la anfitriona al pagar las quince primeras mensualidades de una vez, y no en las cuotas que, supongo, se esperaba. Se trataba de una mujer de buen ver, buena familia y buen apetito, entrada en años pero con una elegancia y clase que no se compraba con dinero. Se notaba que ella nadaba en la abundancia y riqueza de aquel ambiente, un ambiente que no se respiraba en cualquier rincón, ni en cualquier ciudad, tan sólo allí, en la calle Princesa, asomada desde el balcón con la mirada perdida en los turistas.
Dormí durante cuatro noches en la calle. Bueno, en realidad no dormía, descansaba ligeramente, y a las ocho, hora punta, acudía a una cautivadora y dulce cafetería a desayunar mi café y croissant relleno de chocolate. Me quedé prendada en seguida por el encanto de las avenidas y parques iluminados, y de la más negra madrugada. Princesa guardaba en sus entrañas un encanto que nunca había degustado con anterioridad, y es que era durante el ocaso cuando los largos paseos adquirían para mi su máxima belleza, y esa magia recaía con especial fuerza en Noviembre. Noviembre vestía de gala la capital, los árboles se tornaban caldera al llegar la víspera de los Santos Inocentes, y yo acudía a mi visita cotidiana del Palacio de Liria. Nunca agradecí lo suficiente los contactos con los que conté desde bien joven, y gracias por supuesto a la buena fama que gozaba mi familia entre el círculo de artistas y otros nuevos aficionados al arte de buen nivel adquisitivo. Fue por ellos por los que las largas listas de espera nunca supusieron un problema para gozar de la vasta colección de cuadros y joyas de la pintura, a cada cual más exquisita, a cada cual más incitante a su observación. Los encargados de las visitas guiadas conocían de sobra mi rostro y mi "Buenos días" con aroma a fragancia de melocotón, no se molestaban en ofrecerme sus servicios: conocía todos los secretos de la mansión como si allí mismo me hubiera criado. Pero, sin lugar a dudas, de nada disfrutaba más en aquellas esporádicas citas que de sus jardines. Estimaba de corazón que me permitieran vagar en soledad entre los árboles, los setos y el asfixiante abrazo de las enredaderas en las escaleras de mármol de las esculturas y monumentos. Era el susurro del viento entre las hojas de los sauces, que me transportaba a un estado íntimo del subconsciente, la ausencia descarada de pensamientos y superficialidad. Un reencuentro, algo... trascendental, profundo. Como si me encontrara a mi misma.
Y es que en ninguno, en ningún otro lugar me encontraba como allí. Porque nada es, ni se parece tan si quiera a Madrid.

7.02.2012

20

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Versas un "dos" sobre tus labios y después un cigarro. Papel de liar y el aroma adheridos en tus huellas dactilares durante ocho minutos, marca de fábrica, marca de tacto. Eres piel y eres esencia salvaje irrevocable, sospecha, prestigio, recelo, indicio. Coronas mis dudas, yo arropada entre mis sábanas y tú asomado en la ventana. Ahí escondidas un par de menorquinas, cuando me suspiraste que éste sería nuestro verano, puede que de otros, pero seguro nuestro, que haríamos noche en un barco y viviríamos en Formentera. La emoción-colapso de un cortocircuito, los amaneceres tranquilos que se deslizaban con arena, limón y sal. Y tú, y tú. Tú eras mi Formentera, mi necesidad, la barba de tres días que mordía entre carcajadas y las camisas medio desabrochadas que nos dejábamos siempre por planchar. El platito de tellinas del bareto en Es Caló, eres el salitre de nuestra piel seca después del submarinismo. Tú coral, tú aguamarina, tú pez payaso, tú beso, tú y yo. Nada más, te quiero más.
Eres, eras, pudo haber sido, fue, será. Y todos los tiempos verbales del verbo "no se acaba aquí"

7.01.2012

19

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Y tal y como sucedieron las cosas, yo creo que ya es momento de definir, limitar y concretar el concepto. Apartar. Pisar el freno, porque ya es demasiado lo que me permito mirarte. El fluido vacío e inexistente de una distancia de asiento y asiento en el vagón de Metro, vueltas confusas de amarillo gris y blanco. La voz mecánica anunciando la parada de Bailén y tú forzando una conversación que a mi no me apetece. Surrealista, pienso. Surrealista a tu lado y que hayas sido de otra, y no mío, esta noche. De tu hipócrita honestidad que hacías bandera en su momento, de ésa por la que suspiré durante tanto tiempo. Y ahora es mirarte y desconozco tu interior, si respiras, si conspiras en realidad o si deseas algo que trascienda de lo carnal. Y si tu consejo fue que amara, tú has actuado en sentido contrario. Por dentro me desgarro y no de rabia, sino como si de un cristal se tratara. Un diamante que cae y se destroza, mil pedazos, miles y brillantes.

No te puedo decir ahora que me quieras, ojalá me hubieras querido esa mínima parte que siento, esa mínima porción de lo que ya viví y ya no es tanto. Pero aún soy muy niña, como entonces, y para ti siempre guardé la ilusión de aquel Enero en el que creí que sería la última, la primera. O al menos, la única.
Pasajeros colapsados frente a una puerta de doble ventana. Una mano y entonces, estampida. Pululan las pisadas, las carteras, las ondas rubias de esa chica que me suena haber visto en una revista, hace dos semanas. Deslizas tus dedos sobre un táctil de envidia y envidia es lo que tengo al desear aparecerme en Londres, preciso instante. Metal. Suelos pulidos, papeles en las esquinas. Es la tarjeta de un único viaje, uno más que significa el último en tantos sentidos. Quizás porque me paso a Bonometro y porque prefiero no mirarte ni a los ojos. No quiero.
Pero si tenemos que culpar, culpemos a la humedad, el cielo encapotado del recién estrenado Julio, las cenizas sobre nuestros hombros, y en tu marquesina. No sé, si pretendías... Pero si querías, no te veo. No voy a volver a verte, no. Me escondo en los ojos irritados de una alergia fingida. Fin. Fin. Fin.
Ven a buscarme, ven. Ven que ya he decidido, que lo que antes era definitivo, ahora está enterrado. 
Nunca. ¿Me oyes? Nunca.

La mayoría de los días del año no tienen nada de especial, comienzan y acaban sin dejarnos recuerdos perdurables en la memoria, la mayoría de los días no tienen ningún impacto sobre el transcurso de una vida. El 23 de Mayo, era miércoles...
500 Días Juntos. 

6.28.2012

18

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Hace ya tiempo que perdió los nervios y las ganas incesantes de verle. Aquella tarde no fue distinta. En contra de todo lo que hubiera imaginado, ejemplos miles de promesas estúpidas, fallidas, el flujo de pensamientos se centró esta vez en una única variable: el tiempo. El llegar tarde. La necesidad de cumplir con esa cantidad exacta de minutos que le había marcado. Nada más.
Cansancio, delirios. Una mañana frenética de sube y baja de escaleras y pasillos repletos de toda clase de estudiantes. Aunque se tratara de uno de los veranos más tempranos en lo que se refería a adelanto respecto a las fechas convencionales, en la Universidad se respiraba un ambiente aún juvenil y a aire acondicionado a excesiva potencia. No eran pocos los hombros desnudos que hubieron de ser cubiertos con finas chaquetas de punto, dignas de las más frescas noches de Junio. A las puertas de lo que eran los bloques de edificios se aglomeraban numerosas masas de gente, algunos ataviados con mochilas y carteras variopintas, lejos de las modas que pudieran hacerse eco en aquellos años de instituto, donde primaba más la popularidad que los resultados brillantes.
Babs se quitó los auriculares al sentir unas breves vibraciones en el bolsillo izquierdo de su pantalón corto. Un mensaje. ¿Cómo quedamos? ¿Nos vamos a tomar unas pizzas al Da Vinci?. Sonrió. Lo había echado de menos aquella semana, la verdad. No quiso molestarlo durante esa semana de vacaciones que estuvo en Marsella, dejándolo descansar y reprimiendo la irrefrenable necesidad que sentía de entablar, aunque fuera, la conversación más estúpida entrada ya la noche. Ellos lo llamaban la franja horaria, y venía a ser el encuentro predefinido nocturno que mantenían día a día. Lo que al principio era fruto de coincidencia de horas libres se convirtió en una costumbre agradable y, con el tiempo, que buscaban. Ambos.
Tecleó un par de frases en el teléfono móvil. Perfecto, tardo treinta y cinco minutos. Pon cinco más de margen de error, y allí nos vemos, monstruo. Soltó un pequeño suspiro y carcajeó en bajito, dejando volar la imaginación un breve instante, una secuencia de imágenes de tantos momentos que podrían pasar esta noche, la final de la Eurocopa España - Italia, un partido decisivo y esperado, aunque también terriblemente peligroso.
5 horas más tarde, las calles rebosaban festejo y desorden. Banderas rojigualdas ondeantes allí donde miraras, gritos, euforia, gente bailando y bebiendo y llorando, ríos de emoción y de felicidad. Porque era eso, felicidad, en una cantidad que nadie antes habría predicho, una magnitud incomparable. Era el aroma de la victoria esperada, puede que mejor inesperada, pero desde luego, bien recibida.
Caminaban entre risas hacía la marquesina de la parada de autobús. Sabía que llegaba tarde pero no le importaba en absoluto, la temperatura era perfecta y nada le apetecía más que echar unas risas fáciles junto a Dan.
—Si quieres puedes irte, de verdad.
—No, me espero, no importa.
—¿Sí?
—Sí, que además, si no, me aburro.
—Si le queda mucho al bus me voy andando, ¿eh?
—¿Andando?
—Sí.
—Qué huevos tienes... 11 minutos—dijo, seguido de una pausa y una sonrisa—. Me parece que me quedo.
Babs sonrió también. Un largo silencio cuajó entre ambos.
—Hace calor.
—¿Qué dices? Yo estoy genial.
—A ver, no es que haga calor... pero se podría estar mejor.
—No creas.
—¿De verdad que estás bien, así?
—Sí, no sé, hay brisa, sólo que demasiada humedad. Quizás.
—Sí.
Dan se acomodó en el respaldo de los asientos de la parada, con gesto despreocupado y al lado de su amiga. La había observado durante toda la noche pero no había conseguido arrancar más que sonrisas neutras y vocablos de cortesía. Giró la cabeza hacia el barullo, intentando aparentar indiferencia, pero era precisamente éso lo que le revolvía los pensamientos. Ésa indiferencia que no sabía si era real, o el producto de un rechazo ya inminente. Putas dudas.
La nocturnidad los amparaba bajo su velo, y entonces, una frase le vino a la mente. Unas palabras que, hacía ya tiempo, salieron de sus labios, quizás con un propósito.
O puede que con ninguno.


"¿Y no has llegado a la conclusión de que te basas en suposiciones que ni te molestas en comprobar y que una vez establecidas no cambian, aunque veas obviedades que den pie al cambio?"

—Bueno, ya está. No ha tardado tanto—rió la muchacha. Le costaba obviar una sonrisa como la de Babs, y menos aquella. Menos después de aquella semana. Y mucho menos, después de saber que su corazón ya era de otro.
—Hasta mañana— suspiró.
—Hasta mañana. 
Y las puertas se cerraron en la noche.

6.25.2012

17

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You hear that phrase a lot, but it’s real with me and her. She loves me in spite of everything, in spite of myself. She has saved my life more than once. She’s always been there with her love, and it has certainly made me forget the pain for a long time, many times. When it gets dark, and everybody’s gone home and the lights are turned off, it’s just me and her.
Johnny Cash

Sucede que, en algunos giros inesperados del destino, cambiamos el rumbo de nuestras espectativas y objetivos y volteamos todo tipo de formas de ver la vida 360º. Quizás por novedad, quizás por mejoría. Quizás por la simple necesidad de cambio. Sin embargo, sólo en ciertas ocasiones es el proceso paulatino y natural de los acontecimientos lo que nos lleva al resultado. Un proceso más largo, más inocente, más inconsciente, pero me atrevería a afirmar que, posiblemente, más fuerte que ninguno. Porque son más las cosas y más los hechos los que te quitan el velo de los ojos.
Y así he llegado yo hasta aquí. Como una completa imbécil.
No vale querer ahora, cuando tuvo que ser entonces.

6.21.2012

16

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Un beau jour c'est l'amour et le coeur bat plus vite,
Car la vie suit son cours
Et l'on est tout heureux d'etre amoureux
C'est le temps de l'amour,
Le temps des copains et de l'aventure
Quand le temps va et vient,
On ne pense a rien malgre ses blessures
Car le temps de l'amour
C'est long et c'est court,
Ca dure toujours, on s'en souvient.
Françoise Hardy

6.20.2012

15

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—No podéis creeros vuestras propias gilipolleces —solía decirnos mientras le daba una calada a su pitillo—, y si es así, tenéis que tener la polla destrozada de tanto daros por culo los unos a los otros.
Keiko McCartney, "Lady McCartney"

Sin coherencia, sin cordura, sin pies ni cabeza, sin sentido, sin nada. De repente apareciste y no sé por qué, pero has conseguido lo que ninguno antes había hecho. Me haces plantearme de nuevo todo y... y... es absurdo. A mi también me lo parece, de acuerdo. Más que a ti, seguramente.
Pero quiéreme. Aunque sea absurdo. Quiéreme.

6.18.2012

14

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Afortunadamente no sabes de ésto.
Lo que me hubiera faltado.

6.15.2012

13

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Se llamaba Rubik, como el cubo, y le gustaba asomarse por la ventana los días en los que el cielo amenazaba tormenta. No es un secreto, como verás, que yo también me asomaba por las mañanas mientras se desnudaba con paciencia en el cuarto, deslizando las camisas por su piel de porcelana. El deshacer y rehacer del pelo, de esa espiga caoba que caía sobre su espalda.
Se llamaba Rubik, y un día fue mía. Yo la tuve entre éstos mis brazos, y bebí por ella cientos de tequilas para olvidarla más rápido. Hablan de whisky, pero los tragos, si son de absenta, queman más las penas. Cuestión de pragmatismo, elijo el remedio a la clase. Se entienden en estas palabras el melancoholismo por lo perdido, por sus sueños con aroma a plástico quemado. Y yo me pregunto qué decidimos mal, si es cierto que la suerte está echada y que la mierda es potencialmente acumulativa. No lo sé, en serio, de verdad que no lo sé. Paradójico es que tú me hagas ahora echar de menos tiempos antes de conocerte, tiempos que ahora te sustituyen. Has lanzado tu dardo contra mi diana, has disparado. Ahora eres quien deja las cartas en el buzón de reclamaciones, pero ya no pasa el cartero. ¿Quién te puede querer ahora, tan dulce, tan frágil, tan dejada? Antes buscaba el consuelo en viejos bares nocturnos y charlas animadas con amigos, siempre que el ambiente lo propiciara. Y es que no te quedaste tan sólo con mis ilusiones, sino que llegaste más lejos, mucho más. Inconformista, te gustaba jugar a hacer daño. Ahora, arrepentida, te acurrucas en las esquinas y palideces al verme.
Anoche me llamaste, que lo sé. Anoche abriste de par en par las ventanas justo cuando salí a fumarme el cigarro, saludando con el encanto angelical de tu mirada, de tu sonrisa, de tus gestos. Pero, ¿sabes? Confórmate de vez en cuando con la indiferencia, la residual, la que aparece cuando la felicidad releva a la nostalgia y dejas de comprar paquetes de pañuelos. Confórmate con ella, porque no tengo más que ofrecerte. Ya no es rencor ni dolor ni venganza. ¿Venganza de qué? De nada. Llámalo equis, si no quieres llamarlo ausencia.

12

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Busco tu cara con mis manos y de repente nos falta espacio y nos sobra sábana, pero no importa, porque en este instante eres tú y soy yo, y nos convertimos en uno sólo. Un juego de a ver quién se lanza al vacío antes, se nos aceleran los latidos uno encima del otro. En un momento caos y vicio, no poder parar con las caricias ni los mordiscos. Y sigues pidiendo más y buscas más y aún más si se puede, ahora quiero quitártelo todo, quiero que seas mío, sé que ya no me escapo ni te escapas, estoy atrapada, he caído finalmente en tus zarzas. Lenguas que pelean, terciopelo, un dolor dulce que nos mata...
Y el problema llega ahora, cuando las cigarras rasgan en la nocturnidad.
Porque no hay calle, ni tráfico, ni música que te salve del sangrante susurro de tus reflexiones.


“With less one finds, 
With too much one loses oneself.”

6.12.2012

11

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—¿Por qué? dijo la Maga, sin moverse del suelo, mirándolo como un perro.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué?
—Ah, vos querés decir por qué todo esto. Andá a saber, yo creo que ni vos ni yo tenemos demasiado la culpa. No somos adultos, Lucía. Es un mérito pero se paga caro. Los chicos se tiran siempre de los pelos después de haber jugado. Debe ser algo así. Habría que pensarlo.

Rayuela. Julio Cortázar.

6.11.2012

10

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Me siento tranquila. Me siento ausente. Me siento.
Floto. En una piscina, boca arriba. Estoy relajada, los pensamientos fluyen sobre las palmas, sumergidas.
Es extraño, escucho. Todo es extraño ahora. Todo lo que quise, no lo quiero. Todo lo que ahuyentaba, lo reclamo. Pero estoy tranquila. El estómago está vacío. La piel está quemada. No sé si habréis probado alguna vez eso de no sentir dolor, y no me refiero a ignorar, ni nada parecido. Me refiero a un dolor físico, una herida. De las sangrantes, sin sentidos figurados. Un corte. Consiste en alejar tu mente de ese foco de dolor y centrarlo en poner la mente en blanco. Funciona, juro que funciona. (...)
Empiezo con un par de largos, pero los músculos no se relajan. Paro, respiro. Me duelen los hombros. Vuelvo a colocarme las gafas y comienzo a bucear. Se distorsionan los gritos de Valero bajo el cloro y el agua.
— Hacía tiempo que no te veía.
— Ya. Estaba ocupada.
— Eso parece. ¿Cómo es que has vuelto?
— Dicen que es bueno para la espalda.
Veinticinco minutos de vestuario. ¿Es un vals, eso que suena, bajo la ducha?... Empiezo a arreglarme, en un intento inútil de evitar mi reflejo. Recojo la bolsa. Un moño improvisado que acaba en melena al aire. Cuánto me ha crecido el pelo en estos meses, me encanta venir aquí, sin pájaros en la cabeza. No ha estado mal, debería repetir. Ruge. Hago oídos sordos. Y vuelve a rugir. Calla, por favor, aquí saco la manzana.
— Hasta luego.
— Adiós.
Un examen por preparar vuelve a inundarme de inquietudes cuando, de repente, lo veo. No puede ser cierto. No me lo creo. Debe ser imposible. El tiempo se detiene durante unos instantes. De golpe, en seco. ¿Qué...? Está apoyado contra la pared del polideportivo. Metro setenta y mucho, rozando el metro ochenta, podría jurarlo. Mira con una frecuencia de siete segundos hacia la puerta, jugueteando durante ese intervalo con una BlackBerry negra, sin funda. Equipaje a los pies, creo que juega al baloncesto. Da una imagen de desenfado, natural. Rubio oscuro, cejas pobladas, ojos verdes, pestañas rizadas, rostro anguloso, de rasgos duros y, aún así, con mirada de niño. Y su sonrisa. No puedo evitarlo. Su maldita sonrisa.
Estúpidamente parada de frente a un casi desconocido. Estúpida, en general. Como yo sola puedo serlo.

9

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No creía en el amor a primera vista hasta que el destino se volvió en mi contra en dos ocasiones, justo en las mismas fechas, esos mediados de Marzo con aroma a pólvora y a recuerdos jodidos.
Tal que apareciste acompañado junto a unos antiguos compañeros de clase. Fue nada más verte, lo supe. Tenías algo y por encima de cualquier cosa, fuera lo que fuera, lo quería. Quería eso que guardabas en ti. Fueron tan sólo cuatro días, cuatro extraños días de mirarte a escondidas mientras también me observabas. Nunca supe tu nombre y tú el mío lo conocías, habías oído hablar de mi, casualidades de la vida. Decías "¡Eres la chica desconocida!" y luego nos reíamos como niños, después de unas presentaciones hipotéticas hacía escasa media hora. ¿Qué tendrías de distinto? Y así la preguntaba flotaba en mi mente justo antes de acostarme, cada noche. "Qué estúpida", susurraba en la penumbra nocturna, vodka en mano y amiga al lado, "lo acabo de conocer y ya sé que me gusta". Sonaba tan absurdo que lo creí posible.
No volvimos a vernos. No nos dimos los números. No me diste tu nombre. Sólo dijiste "Adiós", la última noche, y después te marchaste.
Son especiales esas casualidades. Es extraño, el funcionamiento de la mente humana. Y que después de ya meses, aún recuerde cómo no me reconociste en aquel paso de peatones, cuando cruzabas, rodeado de tus amigos hacia una función de teatro. No supe si rehusabas de mi mirada o ni te fijaste si quiera, pero allí estaba.
Hoy he sonreído acordándome de cómo esas tonterías... Ahí se quedan. Flotando. Y puede que tengan más significado sin ser nada que tantas cosas que tengo día tras día.

6.08.2012

8

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Todas las mañanas desde la misma esquina, para ti no hay problema, a ti te da igual. No me importaría que la vida fuera un tanto más fácil y que tú también me facilitaras las cosas. No sé, ¿qué es, de qué se trata, qué buscas, qué esperas? Una respuesta absurda. Y aún más absurdo me resulta mirarte a escondidas, qué tontería, cuántas vueltas da la vida.
Quizás me gustas porque no te tengo y si te tengo no me gustas.
Pero da igual, porque no resulta.

6.07.2012

7

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Valencia se viste de azul atardecer sobre las nueve de la noche. Un azul simbiótico con el frenesí interno de la sangre por mis venas, bombeando a flor de piel. Se oculta una cólera ciega entre tus pestañas. Las canciones pasan, notas sobre el oído. Llegan y se van y aceleras el paso, pero nada más. Tan sólo es volver a casa, nada más. Nada más.
Rozas con un dedo tu piel, extraña, expectante. Cierras los ojos y dibujas su cara a base de secuencias imaginarias. Es entonces cuando el aleatorio escoge Angie y el corazón se detiene en un breve instante. Se paraliza la calle y se paraliza el tráfico, como aquel día de Enero, como si no se tratara de otro más entre treinta y uno.
Lo admito, que no lo he olvidado. No se puede olvidar, no se puede enterrar. La rutina ha sepultado todas aquellas sensaciones que entonces conseguían hacerme sentir viva, pero todavía sonrío cuando oigo tus comentarios en bocas ajenas. Me sorprendo hablando, de repente y casi sin venir a cuento, de esa fría madrugada recién estrenada, en la que yo me revolvía entre sábanas y sueños... y un poco de Oasis también, seamos sinceros. Podía recrearte en medio de la pista, vestido de traje. Tus facciones y tu mirada, los detalles a los que llevaba una semana dándole vueltas en mi cabeza. Siguen en mi memoria tan nítidas como entonces las Navidades donde los kilómetros pesaron como nunca antes habían pesado. Las distancias se me hicieron tan largas y la espera eterna. No entendía ni sabía ni comprendía cómo me contenía, día tras día, con una extraña madeja de sensaciones hormigueando mis sentidos, ir y venir incansable de indecisión. Ahora sí, ahora también, y tan de pronto como lo tuviera claro un "no" me acariciaba el oído.
Tan pronto como lo tuviera claro, y estaba de frente a la plaza, fría, solitaria. Con miedo de pisar los baldosines y de que me vieras, cuando ansiaba por salir corriendo, un impulso. Corre. Huye. Vete. No vuelvas a hablarle más, que desaparezca.Y fueron esas cosquillas, ese morbo, lo que escribió aquella tarde.
Quedarme esperándote hasta que apareciste.
Y el resto, es memoria.

6.06.2012

6

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There was never any more inception than there is now,
Nor any more youth or age than there is now;
And will never be any more perfection than there is now.
- Walt Whitman, "Leaves of Grass".

6.02.2012

5

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Ahora cierras. Te vas. Y ni si quiera tú sabes cuándo vuelves, o si llegarás a hacerlo.
Las palabras me saben a sucia premonición, pero sólo deseo que el sexto sentido falle, que falle y no acierte y nada de lágrimas. Aunque ya es tarde, porque asoman las primeras. Quizás somos el fracaso que nunca quisisteis reconocer, pretendiendo seguir en pie en una vorágine de autodestrucción.
Ya es demasiado tiempo el que aguanta la encina contra la tormenta. Nunca fuimos junco, y nunca lo seremos.

4

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Te me antojabas espacio y tiempo en la misma definición y de verdad creías que, a pesar de que la distancia se había vuelto más que obvia, seguía perteneciéndote, en ese extraño modo de pertenecerte. Pero olvidabas, una vez más, que ciertas mentes buscan ocultarse del reconocimiento al que se someten tras descubrirse al mundo. Que los secretos son secretos porque se juran no desvelarlos. Y por tanto, ciertas secretos son las grandes mentiras de la Historia.
Es el amargo diálogo de las mañanas de Junio, despertar sobre las sábanas muerta de frío. La cruel responsable son las madrugadas que se cuelan por la ventana, unas madrugadas a las que aún no consigo acostumbrarme. El dulce placer del insomnio sobre mis ojos ya lo doy por perdido, sin salida. No me quedan más huellas de tu presencia sobre mi piel, más que ella misma, ella sola, ella entera.
Y qué. Nada de sincerarse, no es preciso. La indiferencia precede cada paso dado y los secretos siguen a buen recaudo bajo llave en el ático de la conciencia.
En realidad, todos mis secretos son mentiras con destino a tu oído.

5.28.2012

3

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Estás sentado a escasos centímetros de distancia. Te sonrío. Me sonríes.
— Pensaba que vivías en frente.
—  Yo sí que pensaba que vivías enfrente.
 Es una situación extraña ésta que vivimos ahora. Son las dos de la madrugada y me has llamado para que bajara, aún estando en pijama, porque necesitabas hablar. No sé si nos conocemos mucho, si  nos conocemos poco, pero siento tan de cerca eso que vives que, por unos minutos, tus penas son también mías y las palabras inundan mi boca. Quizás son tus ojos y el silencio, cuando no hablas. Cuando meditas callado y eres más niño que hace unos años. Quizás me transmites ternura, o recuerdos. O me confundo.
Hablas de que estás cansado, que has perdido las esperanzas. "Por qué es tan todo tan complicado" preguntas aún conociendo la respuesta. Escogiste a la más complicada, decidiste apostar por cazar la tormenta, y creíste dominarla cuando en realidad vivías en el ojo del huracán. Altibajos y canciones que remueven tu estómago. Son olas de recuerdos las que también llegan hasta mi mente.
¿Sabes? Te entiendo. Te entiendo cuando hablas de que la echas de menos y que no sabes cómo van a acabar las cosas, porque desconoces si tiene alguna salida y que el tiempo os ha desgastado; la indecisión en busca del tiempo perdido, y de repente eres el protagonista de la novela de Proust y te lanzas al vacío, porque la quieres. Y quizás es eso lo que busco, lo que añoro. Las palabras de alguien roto por los imposibles y por unos miedos tan cercanos, tan paralelos, que sólo entonces divago por esa posibilidad remota de que me haya equivocado. De que me esté equivocando. De que me equivoqué.
Y yo también me rompo.

5.21.2012

2

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Calibri 1-2

Amaneció como amanecen todos los días las metrópolis. A oscuras, con el típico clima húmedo y nuboso del que tanto se oye hablar del Noroeste.
Era la cuarta ventana empezando desde abajo y la séptima por la derecha. Un apartamento de escasos metros cuadrados con unas interesantes vistas a un muro de ladrillos color caldera, parte de atrás de una manzana de edificios que se aglomeraban a ambos lados de la avenida. Como los de las películas.
Céntrico, sobrio y escueto, de paredes empapeladas y muebles con aroma a polvo; poco costoso en lo que se refería al pago del alquiler y de vecinos discretos, a la par que escasos. Puerta acorazada, tres pestillos. El primero de ellos reventó la semana pasada cuando Ruddy subió con su propuesta formal de salir de copas junto a su inseparable cartón de vino. Televisor de quince pulgadas, mando a distancia, teléfono inalámbrico carente de batería... No, si no recuerdo mal era de pilas. En cualquier caso, bajo el sillón. Vajilla amontonada sobre el fregadero, calcetines a medio camino entre dormitorio y sala de estar y una especie de mesita portátil con una lata de cerveza sin terminar, aún no sabía muy bien por qué.
A eso se reducía todo, y no necesitaba tampoco mucho más. Era una persona práctica dependiente sólo de su guitarra, una Gibson Les Paul roja que le regalaron al cumplir los diecinueve. Debía ser el único ente material al que tenía cariño.
Tocaba todos los días sin hora ni sitio fijo. A veces en la cocina, a veces en la terraza. Una vez, incluso, se atrevió a llevarla consigo al Metro y allí mismo se plantó, como si de un músico callejero se tratara, a expensas de unas monedas o la simple satisfacción personal de haber cumplido una promesa.
Una persona de costumbres, aún así. De rutinas y mañanas repetitivas y carentes de originalidad, perspectivas de cambio o tan sólo sorpresas. No eran escasas las madrugadas que divagaba con un "Buenos días" de algún antiguo compañero de la escuela, o un error en las vueltas al hacer la compra.. Despertador, cinco minutos más, despertador, desayunar, vestirse, lavarse la cara, lavarse los dientes, peinarse, coger el dinero, coger el bus, el trabajo, hacer fotocopias, tomarse el café, terminar las fotocopias, ponerse con el proyecto, timbre, autobús, llaves, casa, dinero, compra, casa, guitarra, cena, más guitarra, y a eso de las dos de la madrugada, de nuevo a la cama. Uno tras otro. Sucesivos, consecutivos, inamovibles.
Así pasaban los días. Así pasaban las semanas. Y así iba dejándose, poco a poco, la moral.
Cogió el autobús de las nueve y veintitrés minutos. Sabía que no llegaría tarde, no, hoy tampoco. Los perfectos cálculos y horarios le habían permitido marcar la posibilidad de escoger entre varias líneas de autobús y metro con el suficiente margen de error entre parada y parada, por si se daba la misteriosa casualidad de que no llegara a tiempo. Planes de reserva que nunca se materializaban.
Como de costumbre, estaba lleno. Costumbre también de que se tratara del mismo conductor.
- Buenos días.
- Buenas.
Metió la mano en el bolsillo, removiendo las monedas que contenía en su interior. Contó el dinero justo y se lo dió al hombre.
- Aquí tiene su billete - dijo con voz sempiterna, y acto directo arrancó, cerrando las puertas con un golpe seco y mecánico.
Avanzó a zancadas hasta un asiento libre y apartado bajo la ventana, justo en un lateral, su preferido. Apartó la bandolera desdeñoso, dejándola a sus pies, y con un gesto de sumo cansancio, se sentó.
La calle estaba envuelta en un encanto tétrico y lúgubre, como el de las mañanas de Febrero en Seattle. A través del cristal se podía apreciar con detalle la humedad del ambiente, colándose entre los pliegues de la ropa y por cualquier mínimo espacio o microfibra. Tenía las manos congeladas, la nariz congelada, los pies congelados. Helado. En el telediario de anoche habían comunicado la llegada de las primeras ventiscas y tormentas a partir del lunes siguiente, y de que la población se mantuviera en estado de alerta por posible corte de las vías de comunicación con el pueblo. Aquel fin de semana justamente había ido a visitar a Helena a Port Angeles, y ya de paso a coger unas pocas provisiones por si era al final cierto aquello de que empeoraría el temporal en los últimos días. El ultramarinos de Carlsborg se había vaciado en cuestión de un par de jornadas, y tan sólo quedaban unas pocas latas de conserva, cecina y brandy que resultaban más bien poco útiles y apetecibles, por añadidura personal. No sería de sus prioridades con las rodillas cubiertas de nieve.