3.04.2014

56

Se llama vacío. No tiene nombre. No tiene nombre que importe ahora demasiado.
Se levanta temprano, quizás no tanto como a mi me gustaría, pero suele hacerlo cuando es verano. A mi también me gusta despertarme cuando el sol apenas ha salido, para acercarme a la ventana con el camisón a la altura de la pelvis, medio subido, arrugado, y las sábanas cubriéndome hasta el cuello, y mirar al cielo con la esperanza de que las pinceladas de hoy sean distintas de las de ayer. Ha amanecido en rosa y púrpura. Púrpura, como la sangre, como los mantos de los grandes monarcas franceses, con su flor de lis. Como los cardenales y sus joyas, y los cardenales de cuando caes desde un columpio y te raspas las rodillas. Púrpura, y violeta. Hacía tanto que no me enamoraba de un violeta tan puro y tan dulce, tan tierno. Y silencioso.
Vuelvo a apoyarme sobre los almohadones. Son blandos. Ojalá estuviera a mi lado. Quizás se haya levantado, como suelo hacer yo, así de temprano, y como suele hacer él en verano, y. Y no me apetece encender el teléfono y sí desaparecer durante unos instantes, mientras me duela entre las costillas y las cosquillas me suban por la conciencia. Debería estudiar, pero eso ya no me preocupa. Acabaré perdiendo el tiempo, como suele ser costumbre tratándose de un domingo por la mañana. Algo raspan los domingos, que tienen un aroma a salitre y apocalipsis. El finisterre de la semana, sin lugar a dudas, el acantilado gallego de las obligaciones. Como el lunes es el sumidero. El golpe maestro. La realidad. Septiembre, supongo.
Quizás, debería hacer algo. No, no me refiero al lápiz y al bolígrafo, sino a los besos y las mentiras. ¿Son mentiras? ¿Lo son? ¿Estoy mintiendo, estoy engañándome? ¿A quién engaño? ¿Por qué engaño? ¿Acaso lo es? El producto de la imaginación y la morriña, como siempre, conmutativo, distributivo y con resultado igual a confusión. En tiempos de Carnaval no se puede esperar menos, se revolucionan las hormonas, o eso quiero jutificarme. Sí. Ojalá sirviera como justificación, porque el problema vendría con maletas y billete de vuelta.
Pero no le veo maletas, ni billete de vuelta. No lleva nada. No lleva identificación, no tiene apellidos, no tiene nombre, tampoco. ¿Recordáis? Se llama vacío. Se llama vacío porque no tiene importancia ahora, pero acabará teniéndola, como la tienen todos los fugitivos. 
Como la tienen las incógnitas.

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