5.16.2014

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Y se detestaba vestida de princesa y de reina, y de mujer. De mujer prototipo, fenotipo puritano celestial. Se cubría de lágrimas las noches de los viernes, justo después de meterse entre las sábanas. Cuando afloraba Mayo, las obligaciones se hacían tan reales, tan tangibles, que desquiciaban por completo su autoestima. Los nervios, y no precisamente los epiteliales, cristalizaban violentamente sobre su sien. Dolor de cabeza, cabeza del dolor. Cajón desastre de los medicamentos, cuarto empezando desde abajo, justo al fondo. Aripiprazol, olanzapina, paroxetina, quetiapina, dónde está, setralina, risperidona, se ha acabado, escitalopram, ibuprofeno, ah sí, aquí. Sí. El envase de celofán mandarina, el jaque mate ansiolítico. Deja caer un comprimido sobre la palma de su mano. Siempre le ha desagradado su sabor, simple y insoportablemente amargo. Con un gesto rápido se lo acerca a la boca y los engulle sin apenas rozar su lengua, para abalanzarse a continuación sobre el grifo de la cocina. Siempre le ha desagradado.
Esta mañana han hablado de un test, sí, bastante curioso, la verdad que me ha hecho gracia. Parece que la estadística, bueno, no está tan mal, no. Se llamaba LSD. Dietilamida del ácido lisérgico, es curioso, sí, es gracioso, porque a ver, obviamente no es dietilamida del ácido lisérgico, pero es, bueno, es interesante pensarse que esa gente no cayó en la cuenta de que sus siglas podrían confundirse con ello. No sé, a veces la gente es tan imple, tan banal, tan plana, tan transparente. A veces parece que puedes ver directamente a través de sus cuerpos, de su con(s)ciencia inerte, de sus risas irreflexivas. Podrías detenerte ante ellos y admirarlos como quien admira un Van der Rohe, mientras que se ofuscan por tu mirada inquisitoria. Y cómo tiemblan, y cómo se incomodan, y cómo disfrutar de ese placer oscuro que es indagar en los abismos de la estupidez humana, de ese egocentrismo tan puro que se esconde en nuestros corazones de plastilina. De ojalá despedazarlos sin más remordimientos, y desnudarlos, y abuchearlos hasta hacerlos deshacerse como si los recubrieras de ácido hasta los huesos. De patearlos. De torturarlos hasta la muerte, por ser tan planos, tan vacíos.
Tan inertes.

(seis minutos y treinta y ocho segundos)

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