12.04.2014

Pauler

El volumen del televisor estaba exageradamente alto. No era capaz de concentrarse y las jaquecas acechaban en ambos parietales. De fondo se escuchaba, a su vez, un ténue hilo de voz del más rebelde de los Gallagher y su himno más cantado en el noventa y cinco.
Se arrancaba, con paciencia, las escamas de una herida. Le dolía, no dejaba de decirse, intercalando impulsos de apartar sus palmas de un momento a otro. Pero al igual que con el resto de yagas, Paula disfrutaba y se asqueaba a partes iguales del placer que le suponía la autolesión, aún a niveles tan insignificantes que quedan reservados a los infantes más estúpidos. Autolesión, autolesión. Se relamía las sangrantes plosivas y nasales de los labios.
Qé tendría de especial aquel jodido y asquerosos programa de televisión. Es más, qué tenía de especial la televisión que no pudiera sustituirse, fácilmente, por una larga sesión de estudio matemático. Por ejemplo. Aquellas eran las reflexiones que le quitaban el sueño por las madrugadas, literalmente. Ya llevaba diecisiete (4k+1) en una terrible encrucijada entre el análisis numérico y los métodos de resolución de integrales de variable compleja, sin ser capaz de soltarse de su querido y siempre admirado Laplace. Cómo abandonarse sin sus residuos y sin su deliciosa transformada, suspiraba, entrecomillado de ecuaciones. Podría probar ese salto finito, ese límite Dini, Dini-Dinovski, hacia las integrales de Fourier. ¿Segura? Bueno, con operadores lineales, sí, podría funcionar. Podría resultar interesante, sumergirse en papeles y cientos de apuntes garabateados de ejercicios. Soluciones previsibles, quizás irresolubles, quizás no. Pero siempre reconfortantes. Porque no nos olvidemos, que a la pequeña Paula le perdían las Matemáticas y sus truncados caminos porque, al fin y al cabo, todo es posible siempre y cuando encuentres el teorema adecuado que te lo resspalde. Con gente como Gauss o como Euler, ¿qué respuesta vas a encontrar en oposición a tus causas? Cero. Nulo. Trivial.
Porque no olvidemos, una vez más, que Paula tenía miedo. Miedo de los monstruos debajo de la cama, dentro del armario, fuera de su habitación, dentro de sus aulas de estudio. 
Dentro de su corazón.

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