12.27.2015

DRAFT 30.8.15

No comments:
I am bluer
than friday night thoughts,
these fridays on your flat
gazing doors and hands.
i'm a self portrait
of decadence,
helpless convenient traits.
i'm dangerous
and ravenous

as late night howls,
and i've been awaken
for four days
in a round.
i know that's just the way,
i don't want to feel
the ground.
i don't want to hear
the crash,
the train over the rails,
the sadness in the rain,
was that a flash?
because
heartless corpses
never fall apart.

4.22.2015

Quimera

No comments:
Y por dentro seguiré diciéndome que no soy más que aquello que temí desde mi más temprana adolescencia. Que si dejo a alguien indiferente es más por ignorancia que por mi capacidad; la de verdad, digo. Una quimera. Se me separan los párpados a duras penas, me pesan. Se me disparan la tensión y los latidos bajo la epidermis. Se me va, muy a ratos, las ganas de salir a la calle y de siquiera acercarme dentro de dos días a examinarme. Se me van las manos con las dosis, a veces.
Se me va el té, se me van los antojos, se me van las sonrisas con Adrián, con él sí que me quiero más a menudo. Pero no es más que un estadio temporal y ficticio, una plataforma a doscientos kilómetros de la realidad en la que puedo descansar, por un momento, de mi propio yo. Y sin embargo sigue siendo otra mentira que me creo, como tantas excusas que quise creerme con tal de no admitir que, bueno, qué más, que la mediocridad me envuelve con su magnetismo. 
Siento repetirme desde hace meses, sobrepasando el año. El diagnóstico estaba claro desde antes del primer amor, sin extrañezas, sólo que en su entonces resultaba más fácil de llevar, como el sudor se llevaba los kilos con cada pisada. Los mordiscos al aire y la piel. Los dedos rasgando más que acariciando. La doble visión, el caleidoscopio automático. Yo decía sonríe, y sonreía sincera. Yo decía aguanta, y el alquitrán me cubría los huesos. 
Se me iba el té, el café, el tiempo. El tiempo con el que llegaron los suspensos, y me convertí en quimera. En el desastre. En el monstruo. 

22 de Abril de 2015.

3.26.2015

Agua

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De nuevo aquí, de nuevo frustrada. De nuevo de bruces contra la realidad de ser lo más despreciable. ¿Dónde está el autocontrol? ¿Dónde la autocrítica? ¿Dónde las matrículas y abrocharme el pantalón? Desdén emocional de primer grado, del primero de los escaños de depresión. Me siento tan sucia como en un pozal de lodo, ahogada por el asco y el deseon de ser una versión mejor de mi persona. Pero nada más lejos (de nuevo) de la realidad. Lo he intentado, han sido meses difíciles. Enbutirse como cuando rondaba los catorce en un bañador, y echar a hacer largos. Echar a nadar como si no hubiera más que hacer en el resto del día. Besar como si las condiciones de contorno no fueran, digamos, más problemáticas de lo que imaginaba. En este despeje pseudo-retrospectivo de la autoestima de apenas noventa días. Razonamientos estúpidos, como estúpida que soy. 
Estúpida e ilusa, estúpida y decadente, condescendiente, ausente, astringente hasta la médula. Estúpida porque no podría ser más repulsiva, física y mentalmente. Me doy asco y no sé quitármelo de encima, aunque sepa la solución. 
Ojalá pudiera arrancarme
el estómago
las ojeras
la incapacidad mental
la gente que me odia
y él me odia, y me odia, y me odia.
Y es cierto que no hay más desprecio que no hacer aprecio, porque es de continuo. Es intentar reabrir las ventanas con la corriente en tu contra. Podría ser peor, sí, supongo, podría escupirme. Podría escupirme y apenas me apartaría. Porque en fin, me lo merezco. No por el daño ajeno, no. De eso aún soy consciente, gracias al cielo.
Sino por el daño interno. El del alma. El de los gritos desgarrándome cada una de mis fibras.
Porque ojalá, ojalá, ojalá
Ojalá no fuera yo.

12.16.2014

Y me hieres como imán

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Caronte de amor. Caronte de sentimiento, más allá de lo epitelial, de lo míseramente carnal.
Vuelvo a perderme en la rutina de lo imposible. Un día más, y van sumándose a semanas, que prefiero dejar a un lado besarte con algo de intensidad. El "dejarse llevar". Es escuchar esa expresión y se me eriza el vello de la nuca, y no precisamente por la excitación. No al menos la sexual. 
Me escondo tras las incontrolables respuestas fisiológicas, los cambios de humor de varios meses, un tiempo atrás. La hemeroteca de los recuerdos auxiliares, nunca queda de más. Gracias, memoria. Gracias, experiencia de mierda.
Vivo en una película, en un libro, en una fantasía. ¿En algún otro momento, después del final, pude rozar lo imaginario y sentir así de real la electricidad? Lo que en Mayo me resultaba un absurdo, lo majestuosamente incomprensible, ahora me duele hasta la médula. El dolor vacío, el eco de las cavernas sedientas de alimento. Me ruge el estómago en la clase de Matemáticas. Ansiedad, ansiedad. Que no lo escuche nadie, por favor. Que nadie sepa de este hambre, susurro hacia mis adentros mientras presiono con nerviosismo el vientre. Las transformadas y demostraciones bailan unas polkas excéntricas, me cuesta seguir sus pasos. Suenan los chasquidos de mis razonamientos, arrastrándose, costándoles seguir la marcha. Al menos ya es algo, la mayoría están perdidos bastantes párrafos más atrás. Pero ahí estoy, ahí sigo con mi marcha. La notación es un puente, la notación es un puente. La integral es la pértiga, la transformada... 
Y me desvanezco, me deshago por varios y largos minutos. 
No tengo azúcar, no, no funciono, me voy. Me voy. 
Eco. Me voy.
Me voy.
Y me voy.
Con el pensamiento agarrado entre dientes y el deseo ferviente de que nadie, repito, nadie se percate de nuevo del estrés, corro hacia la biblioteca. Sacar fuerzas de la bilis, el jugo pancreático, el quimo y el quilo. ¿No hay vísceras suficientes para alimentar este delirio mental? Adrián comentó que sobre las cinco y media estaría guardándome un sitio, justo en el tercer piso de la Central. Tras un fin de semana de intenso estudio, de jornadas que excedían las doce horas de entrenamiento y memorización, alargar el paseo entre diapositivas y libros no era más que una parte esencial de esta nueva rutina de trabajo. Meto la mano en el bolsillo para sacar los auriculares. Toundra es un grupo genial, tengo ganas de dedicarle un rato a sus discos. Vaya, una luz roja. Eres tú. Esperaba una sonrisa, pero mía. Supongo que luego. En fin.
Subo las escaleras con ávido deseo de empezar, primero de uno en uno, luego a pares. Las mesas están abarrotadas y algunas de ellas cubiertas de agua por las goteras. Algunos estudiantes han sacado chubasqueros y los han extendido sobre los pupitres con la esperanza de que solucione el estropicio. Pobres ilusos, divago mientras dejo la tableta en uno de los cajones, dispuesta ahora sí a estudiar. Me sumerjo en el ácido de las ecuaciones Termodinámicas, los aceros y la conductividad. La zona de comfort. Donde nadie me puede dañar.
Y entonces.
Entonces él, después de tantas semanas. El corazón me da un vuelco. Se me colapsa el pensamiento, los procesos mentales entrecruzan y salta el instinto de supervivencia. No. No es posible, no puede ser.
Se para el tiempo en la clepsidra de mis lágrimas.
Despeinado, con los ojos delicados, ligeramente rasgados, y esa barba descuidadamente arreglada que, vete tú a saber por qué, me llama tanto la atención. El jersey que me hubiera comprado hace tres semanas en la casa de segunda mano, ahí en la ciudad vieja, y los pantalones oscuros de piel de plátano. Apoyado sobre la silla, en una actitud despreocupada y sobre una parka, bastante ordinaria, escucha seguramente una de esos estúpidos y a veces insoportables recopilatorios de música independiente. O quizás, bueno, ¿por qué no?, estará probando con algo de shoegaze, incluso experimental. Porque me gusta pensar que compartimos ciertos gustos, y que no es un mero producto de mi imaginación esta conexión que siento con él, ese lazo de atracción que me tiene magnetizada. Los latidos suenan desbocados y con ellos los pensamientos. Me siento confusa, sin saber qué sentir. Exacto, es eso mismo. No sé qué pensar porque no encuentro cómo sentirme. Ojalá me mirara. Ojalá se diera cuenta de que llevamos, bueno, sí, meses encontrándonos por casualidad. Hemos coincidido tantas veces que considero la causalidad, el salto mortal hacia la fe. Pero, ¿acaso podría haberlo evitado? 
Me duele este sentir que es y no es al mismo tiempo, palabras en mi boca antes del verano. Y tan cierto era entonces como lo es ahora, que si de alguien me enamorara, aún no comprendo (y me angustia) por qué, sería de ti. De ti, sólo de ti. Te he encontrado sin que me encuentres tú, como en las mejores historias. Y seguramente ni me encuentres. Quizás haya saltado yo de otras páginas que se traspapelaran por mala suerte una mañana de Enero, en la cafetería de la Universidad, entre un croissant y tostadas, o mi café de media mañana.
Unas comentarios amortiguados suenan unas cuantas mesas más atrás. Está empezando a chispear. Aparto, de nuevo, todas estas reflexiones. Me pesa la profundidad y alcance de esta supuesta obsesión. Ni te has percatado, digo. Oh vamos, concéntrate, ¿no lo está haciendo él?
Media hora, y luego una. Y luego tres. No he podido evitar dirigir mi mirada hacia la suya varias veces, todas aquellas que se ha levantado. Aún recuerdo ese último encuentro aquella primera semana de Noviembre, cuando te acercaste a comentar a esa supuesta compañera que había una chica que no te quitaba ojo. Me sentí ipso facto identificada con ella, e inexplicamblemente amenazada. El sabor de las sensaciones del principio volvían como un cometa a mi frontal-parietal. Cosas del cerebro reptiliano.
Y pasan cuatro, cuatro y media. Se acercan las ocho y mis vísceras están exprimidas hasta la extenuación. Recojo las cosas y, relámpago, echo una mirada furtiva a su sitio.

Se ha ido.

El teléfono sigue parpadeando con sus llamadas de atención. Las notificaciones han subido, pero la tuya permanece intacta, a la espera de mi respuesta. "Baja", te contesto. "Me voy a casa". Por fortuna ya te he avisado, sin saber todavía lo que me esperaba, de que estoy poco receptiva a los afectos (los tuyos) esta tarde. Que si las hormonas, que si el tiempo. Que si la nostalgia. Todo eso que siendo verdad es una triste excusa hacia la desconocida respuesta final. Desde la ventana puedo ver golpear la lluvia sobre los cristales. "En realidad me golpea a mí"
"¿Estás bien?", comentas, como si fuera a decirte por qué no lo estoy. "Te veo un poco pocha". Y qué feo te queda el pocha.
"Un poco, no sé", me escudo entre la muletilla perfecta intentando no tropezar con los escalones. "Estoy cansada, necesito dormir". Me miras directamente a los ojos, inquisidor. Yo empujo la puerta hacia las dagas congeladas de Diciembre.
Me cruzo con su mirada. Con la de él. Fuma un cigarro de liar con unos cuantos amigos, también los conozco, claro está. El contacto es breve. Lleva la mochila puesta y seguidamente, relaciono, se irá a casa. Aparto la mirada hacia un lado con brusquedad. No, no quiero estar ahí fuera si también está él. No podría soportarlo, siento que me sobrepasa la impotencia. Siento que me sobrepasa la rabia de su indiferencia, de su distancia insalvable. 
"Vámonos por ahí", salto, sargento de hierro. Tú obedeces con alegre ignorancia. El frío apaliza sobre tu anorak, y recuerdo que no te he dicho cuánto me disgusta.

Porque me quedo. Ahí atrás, de donde nos hemos ido.
Porque me quedo en mente y alma ahogada entre las dudas, entre el imposible. 
Atrapada en el lodo de mis ansias por interesarle.

12.12.2014

n-sima

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Hablaría de equivocaciones en negro azabache, como toda estas veces anteriores. Esas decisiones oscuras, carbónicas y de ultratumba. De las que sumergen en la más profunda de las tristezas. Pero a quién quiero engañar, por Dios, ¿tristeza? Ésto no es tristeza, son las manos de Liszt por vez enésima, acariciando mi corazón en forma de teclas del pianoforte. Pero a quién engañar, pues. A los demás y no a mí misma. Suficientemente madura como para asumir que estás repitiendo los errores que padeciste hace un par de años, porque eres el bote salvavidas de todos ellos. Y ojalá pudieras con todos, y echar a nadar con la furia y potencia de doscientos reactores de fusión nuclear, de correr y hacerles el boca a boca, y abrazarlos, y cogerlos, y besarlos uno por uno, y hacerles el amor. Tropezar ligeramente con las sábanas de los instintos, sin más. Cumplida la misión, y volver a comprobar si sigue ese sentir-no sentir, dualismo de mis andares.
A veces, bueno, siempre, me da por reflexionar. El no se qué, el sí y no, el podría ser que esta fuera la buena estando segura que al chaval del fondo le dejarías que te arrancara la ropa a mordiscos. Y podrían ser, sí, exacto, lo mismo dos que diez. Pero los lazos se enredan en las muñecas, y los saltos y piruetas se complican, se limitan. La frontera. Un paso, ¡no! Paso en falso. Atrás. Media vuelta. ¡No saltes! Cerrado. Prohibido el paso. Corre. Miedo, izquierda, derecha, al frente, plie, tirabuzón, mano sobre la ¡fuego! cintura ¡espejo! Los cristales. El mármol. Sangre. ¡Huye, pequeña bailarina! Viento, viento, viento, viento, viento. Hojas. Las puntas de ballet, yo prefería Wagner. Estallidos, primero en sol mayor, y luego cohetes. Primero estrellas, y luces de neón, y luces de motel, y luces. Me duelen las piernas, se desmoron el patio de butacas. Gritos. Descuarteto de faringe. Adiós, te quiero, no, no me quieres, adiós. Giras. Te giras. Dame la mano. Suéltame. Suelta. La boca. Del. Estómago. Dámela, nunca, que me la des, ¡apártate sucio!, me eres tan indiferente. Bolshói. Frío. Las dagas, las damas, el ajedrez. Yo también querría jugar, redoble de tímpanos, el café de las cuatro y cuarto de la mañana, el susurro a hurtadillas en el baño del centro comercial, la feria de Navidad a la que no hemos ido, ni iremos, ni fuimos, ni todos los tiempos pasados y pluscuamperfectos. El olvídame que repetí por trescientas veces y que nunca escuchaste. Las lágrimas de quien nunca ha sabido amar siendo correspondido. Dules. Dueles. Dueles como la niebla en el camino.
Dueles como las notas que no me salen interpretar, porque no sé sentir si no es para hacerme mal.
Por vez enésima.

12.04.2014

Pauler

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El volumen del televisor estaba exageradamente alto. No era capaz de concentrarse y las jaquecas acechaban en ambos parietales. De fondo se escuchaba, a su vez, un ténue hilo de voz del más rebelde de los Gallagher y su himno más cantado en el noventa y cinco.
Se arrancaba, con paciencia, las escamas de una herida. Le dolía, no dejaba de decirse, intercalando impulsos de apartar sus palmas de un momento a otro. Pero al igual que con el resto de yagas, Paula disfrutaba y se asqueaba a partes iguales del placer que le suponía la autolesión, aún a niveles tan insignificantes que quedan reservados a los infantes más estúpidos. Autolesión, autolesión. Se relamía las sangrantes plosivas y nasales de los labios.
Qé tendría de especial aquel jodido y asquerosos programa de televisión. Es más, qué tenía de especial la televisión que no pudiera sustituirse, fácilmente, por una larga sesión de estudio matemático. Por ejemplo. Aquellas eran las reflexiones que le quitaban el sueño por las madrugadas, literalmente. Ya llevaba diecisiete (4k+1) en una terrible encrucijada entre el análisis numérico y los métodos de resolución de integrales de variable compleja, sin ser capaz de soltarse de su querido y siempre admirado Laplace. Cómo abandonarse sin sus residuos y sin su deliciosa transformada, suspiraba, entrecomillado de ecuaciones. Podría probar ese salto finito, ese límite Dini, Dini-Dinovski, hacia las integrales de Fourier. ¿Segura? Bueno, con operadores lineales, sí, podría funcionar. Podría resultar interesante, sumergirse en papeles y cientos de apuntes garabateados de ejercicios. Soluciones previsibles, quizás irresolubles, quizás no. Pero siempre reconfortantes. Porque no nos olvidemos, que a la pequeña Paula le perdían las Matemáticas y sus truncados caminos porque, al fin y al cabo, todo es posible siempre y cuando encuentres el teorema adecuado que te lo resspalde. Con gente como Gauss o como Euler, ¿qué respuesta vas a encontrar en oposición a tus causas? Cero. Nulo. Trivial.
Porque no olvidemos, una vez más, que Paula tenía miedo. Miedo de los monstruos debajo de la cama, dentro del armario, fuera de su habitación, dentro de sus aulas de estudio. 
Dentro de su corazón.

10.31.2014

Ven

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Fóllame en estéreo, voy a lamerte entero hasta distorsionar tus gemidos. Ven, ven, destrózame, arráncame a mordiscos, lánzame sobre la almohada, mátame a placer. Te huelo, te rozo, te siento, te dibujo sobre la piel con los labios. Estoy famélica y hambrienta, hoy me lanzaría sobre tu boca y me enredaría sobre tus piernas. Me susurro que ésto no es lo que buscas, que debería ser más condescendiente. Que podría aguantarme las ganas y los placeres, el subconsciente del que hablaba Freud. Pero me quema este egoísmo y me quema esta lujuria y me quemas, totalmente, y yo qué sé. No me desinhibo de tus líneas de campo magnético.
Ven, y fóllame, y córrete, y jódeme, y entre alcohol y oscuridad gemirte hasta explotar.
Ven ven
Ven
   Ven.


10.10.2014

Teledirección

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Hoy me ha dado por recordar, como si no fuera la costumbre. No en realidad. Seré sincera conmigo misma, he superado la vasta colección de nostalgias que me anclaban en un pasado, sin saber si este dolor no es peor aún que el anterior. Lo evidente, lo reciente, lo inmediatamente experimentado es lo que resulta más real y tangible, como dicta la lógica. A los que bebemos del dolor de los tiempos pasados (siempre y sin duda mejores, así, por norma) nos cuesta algo más darnos cuenta de esta verdad. Somos los pequeños monarcas del melodrama, aunque intentemos (los menos) alejarnos de esta actitud repulsiva. Se nos escapa, qué se le va a hacer.
El cielo era hoy un manto de violetas y tornasolados pasadas las siete y media de la mañana. Lo que más adoro de haber vuelto a la Universidad y a la rutina (que es todo) es la pereza con la que el Sol amanece desde los primeros atisbos de octubre. Superar el verano es conseguir no haberme arrancado las entrañas en los aproximadamente tres meses que dura, lo cual no os haga dudar que es un auténtico logro. No esperéis menos que escucharme disfrutar de todas las nimiedades y pequeñeces que el día a día ofrece. En fin, que en ello estaba, ensimismada en el estado reflexivo matutino, y pensé en Londres. Se me ocurrió Londres, como podría haber sido París.
Pero era Londres. Porque Londres es mezclarme entre los poros de la felicidad opípara, desmesurada del único verano que realmente valió la pena, que me enseñó la huella de los ¿amores? fugaces que no llegan a materializarse, a la real necesidad y paz de vivir sola, en un apartamento, a aprender a escaparme y sentir la adrenalina serpenteando por las palmas de mis manos. A sentirme amiga de otra gente y parte de un círculo de personas. A quererme y despreocupare, a reilusionarme con algunos muchachos.
Y él, en mi memoria, en mis mensajes.
En mis llamadas.
En mis ganas de verle, de no saber qué sentir, de la inicial confusión del skinny love que tanto odio leer en las redes sociales pero que es tan real como la vida misma.
Y entonces sonrío entre dientes, sabiéndome que tengo de nuevo la oportunidad, dos años después. Dos años que han dado de sí y me han madurado.
Quizás le haya echado de menos cada uno de estos días por parecerme inalcanzable,
pero joder,
aún me salta el corazón si le veo.
Y creedme si os digo que si me dijera ven, como al principio de este blog comentaba, yo iría. Sin pensármelo. Me lanzaría por el precipicio después de setecientos veinte días de espera, por resolver esta curiosidad sin respuesta.
Pero, por favor.
Dime ven.

9.28.2014

Ya lo verás

1 comment:
"Siempre se vuelve a escapar, ¿no ves que está mal?"
Y sea cuarta, o quinta vez,
ella lo vuelve a jurar.
(noche azul) ♪ ♫

9.26.2014

Insomnia

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El hormigueo de las termitas del insomnio; las cosquillas que trepan, casi deslizándose, sobre el antebrazo. Tic, tac, tic, tac. Compás de tres por cuatro en andante moderato. La alegoría del equilibrio emocional de los funambulistas.
Y yo me confieso entre susurros si no estoy, bueno, un poco enferma, un poco dañada, un tanto muerta. Si las puertas de (mi) percepción no se habrán astillado por los módulos de flexión, y etcétera. Los juegos de absurdos, me he dejado llevar mucho tiempo por lo lógico en esencia y cortado con lo emocional. Ahora me duelen las siete conciencias del hipotálamo por apartar a mis amistades, por revolver las entrañas con tal de no beber ni una copa, o hacerlo hasta ensangrentarlas. No sé si esto no es al fin y al cabo la autodestrucción que tanto amé cuando era inconsciente. Creo que todo parecía menos trágico en fotografías de muñecas pálidas.
Las dudas son mi golosina favorita, cambiando de tema. De mí qué sería sin joderme la existencia con inseguridad, efectivamente. Me gusta apoyar la nuca en el reposa cabezas y divagar sobre la posibilidad de pisar con fuerza el acelerador y acabar con este suplicio innecesario. Pero claro. Claro.
Claro, todo.
Claro, las personas, los objetivos, las metas, el camino es en realidad importante, las amistades, las oportunidades, la carrera, lo que has visto, el chocolate, las cosas que echas de menos, los países que deseas visitar, el veganismo,
la vida en sí, 
el todo,
el me odio profundamente.
Por qué no me dejáis que me consuma.

9.13.2014

quiero ser

No comments:
No me gustan más las Matemáticas que la Literatura,
lo que me maravilla es el ingenio, los mecanismos mentales de las personas que
relacionan tanto lógica como experimentalmente
los sucesos y sucesiones
y lo convierten en arte
con números.

8.22.2014

72

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Estoy en ese instante en el que no sé si echo de menos a mis amistades porque de verdad son personas a las que quiero, o porque simplemente en algún otro momento las tuve más cercanas a mí que en estos últimos tiempos.
El ser humano es un ser emocional, un ser que se cría y crece dentro de unos valores acordados entre todos los individuos de una comunidad, bien sea así un país, una ciudad, o simplemente un círculo de semejantes afianzado con el paso de los años. No se puede negar la necesidad, porque es necesidad, del contacto entre las distintas personas en la vida diaria. Podría asegurar que, tras vivirlo en carnes, la prolongada falta de vida social, digámoslo así, desenlaza en un principio de depresión por falta de los estímulos propios de la convivencia. Los niveles de dopamina y oxitocina se minimizan absolutamente, y comienzan los primeros efectos de la conducta marginal, como puede ser dolor de cabeza, intereses restringidos, inflexibilidad cognitiva y comportamental, restricción de la prosodia, carente empatía, automatización de las tareas o actividades, desgana por la rutina habitual, nerviosismo, impaciencia, falta de sueño o sueño excesivo, irritabilidad, y en algunos casos trastornos de ansiedad y/o trastorno de depresión (mayor o menor en función del tiempo y las características de cada individuo). Por otro lado, esa precisa falta de comunicación y convivencia entre humanos, el progresivo aislamiento, provoca un deterioro de la inteacción social y de la capacidad de realizar atribuciones de estados mentales a uno mismo y a los demás, asimilándose a una especie de autismo autoimpuesto en el que el implicado se sumerge progresivamente en un mundo personal inaccesible para los demás. En ocasiones el individuo es consciente de su actitud, y suele debatirse, indeciso, entre seguir con su martirio personal o torpemente volver "a estar como antes". Quizás este proceso mental sea el que lleve más a error, al proponerse volver a un estado que ya no existe y que dificilmente puede volver a alcanzarse. No tanto por uno mismo, sino también por el resto de personas, amistades y familiares, que al contrario de él, han seguido con sus vidas sociales y han continuado adaptándose a los distintos cambios que han ido planteándose. Es como intentar detener un tren que está en marcha a trescientos kilómetros por hora: es posible, claro, pero podría haber sido más fácil detenerlo cuando veías que iba a ciento veinte. Habría que dedicarle más tiempo y esfuerzo, teniendo en cuenta que hay además un riesgo mayor de accidente o de fracaso en nuestra empresa.
Otros individuos, sin embargo, no son conscientes de las consecuencias o los pasos que están siguiendo con su conducta aspergeriana y se ensimisman en una realidad parcial y absorbente creada por ellos mismos. Suele estar motivado por el estrés, el trabajo, situaciones exigentes en los estudios o el deporte, siendo propensos aquellos que tengan cierta personalidad pasional, perfeccionista y minuciosa en sus aficiones o trabajo.

Y quizás sea yo, por ejemplo, el último de estos casos; que conociendo la condición humana, su sentido social e individual, habiendo estudiado los diferentes trastornos de personalidad y tratando en profundidad con sus duelos, sentimientos, emociones, pasiones... Sigo sin saber cómo comportarme, cómo sentirme. Más vacío, sin darse el caso de un vacío incómodo, de los que retumban en los aularios vacíos. Las paredes no gritan con su eco, es una sala blanca que respira tranquilidad. Es un mar de nieve mullida.
Pero y si no es nieve.
Y si es hielo.
No sé si es hielo.

Prot June 27

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Jonathan se llamaba Jonathan y odiaba llamarse Jonathan, como odiaba la menestra de verduras y levantarse antes de las diez los sábados en invierno. Hubiera preferido un "John" o un "Jack", o cualquier nombre de esos europeos que le sonaban tan exóticos. Pero no. Jonathan, en el puesto número quinientos veintisiete de popularidad. Puede parecer algo nimio y estúpido, y sin embargo siempre le supuso una pesada losa para su ego. A su nombre le achacó su carente carisma para dominar al público de los partidos de rugby, un repelente natural de mujeres y unos cuantos suspensos durante los dos últimos cursos en el instituto. A Jonathan le hubiera gustado ser una estrella mediática nacida en los suburbios, alimentado a base de alcohol, cigarrillos y mal de amores. Una especie de superhombre de estética alternativa y estatus alfa. Sin embargo, de lo único que podía fardar era de vivir en el mismo barrio que Harry Potter, en Privet Drive.
Descubrió por experiencia propia que repartir tarjetas de visita entre sus "conquistas" no era el mejor modo de atraer mujeres en un club nocturno, pero apenas surtían tampoco efecto sus movimientos de caderas en las pistas de baile. Ni sus miradas pícaras. En un arrebato de desesperación, el muchacho se decantó por empaparse de la sabiduría popular encerrada en la "Cosmopolitan" y estudiar con detenimiento las seis temporadas completas de "Sexo en Nueva York". Desistió después de que le arremetieran con un "Lego Clutch" de Chanel tras una propuesta que incluía "donut" y "sexo oral". Nunca lo comprendió.

7.16.2014

Yo, Claudia

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Me siento sola y me siento perdida. Me siento insegura, est vez no es vacía. Sentirse vacío es algo más allá de lo sentimental, es una carencia de rumbo en la vida. Si no se me dieron demasiado bien las decisiones, hoy (estos días) más que nunca (más que en todos estos años anteriores) me parece que estoy al borde de un precipicio. No creo que se arregle, ni pueda consolarse. Ya lo estaba comentando mi hermana, escojas lo que escojas vas a arrepentirte de tu decisión final. Y bien, es cierto, porque lo que me espera en estos nueve meses que tengo por delante van a superar la mayor de las torturas psicológicas por las que he pasado. Es obvio, se me van a deshacer los nervios y me hundiré por completo en las lágrimas de impotencia, de no cumplir las expectativas, aunque ya me proponga y descargue todos los cursos posibles. Me superará, estoy segura. Y aún así, a pesar de los temores, sigo queriendo y esforzándome en hacerle frente a la realidad, por intentar y desvivirme en igualar (simple, simplemente igualar) al resto de mis compañeros.
Me siento pequeña, me siento insignificante. Estaba en lo cierto, fuera quien fuera, el que comentó que cuando mejor se escribe es cuando se arrastra la moral y se tiene el alma herida. No me he considerado alguien sobrenatural anterormente, ni con los mejores resultados académicos. Ni siquiera con matrículas de honor ni todos los halagos por parte del profesorado. Pero ahora no es falta de consideración. No. Más allá de la perspectiva introspectiva, es totalmente objetivo que no estoy a la altura de la situación. Mis compañeros, que no obtuvieron resultados tan brillantes ni tal cantidad de condecoraciones, superan el curso a duras penas pero con resultados que hacen justicia con la dedicación a la asignatura. Algunos de ellos, incluso, por encima de lo esperado. Pero, ¿son capaces de recordar acaso algo de lo que han estudiado? ¿Podrán resolver de nuevo alguno de esos problemas que tantos dolores de cabeza nos trajeron? ¿Sabrían aplicarlo, incluso, a sus dudas reales? Demasiadas preguntas y respuestas no particualrmente trascendentes. ¿Por qué? Porque a pesar de ello, no me servirá de consuelo. Ellos lo han superado. Tú, no. Tú te has quedad corta en prácticamente todo lo que emprendiste. Es maravilloso conocer, fascinarse, empaparse de esa teoría, entusiasmarse con cada una de las definiciones, aplicaciones, prácticas y teorías. Emprenderla con los ejercicios como si fueran pequeños universos por descubrir, como si observaras con un telescopio el firmamento.
¿Y? 
Ahí tienes el resultado. No es que sea malo, pero claramente es insuficiente. Y es insuficiente a pesar de que, casi con seguridad, seas la persona que más interés y emoción hayas puesto en las asigntauras.
Porque es posible, tan posible, que no estés hecha para esta carrera. Seguramente, y tan seguro, ni la termines con un expediente tan brillante como te gustaría. Pero, ¿es que acaso no sabes expresarte? ¿Tienes un potencial oculto?
O es que es algo tan obvio y elemental como que eres así. Mediocre. 
Otro más.

Me odio.

7.13.2014

1461

No comments:
Tengo miedo. Tengo angustia. Siento ansiedad; y dudas, las siento.
Me preocupa otra vez, pero con un matiz distinto, el problema que viene siendo habitual desde hace casi cuatro años. Mil cuatrocientas sesenta y una losas marmóleas, luces incandescentes en el cerúleo de mis diecinueve. Un resquebrajo. Clac, clac. Clac.
Ya son tres. Como Pedro, yo también me he negado tres veces este bombeo sospechoso de después de abrir los ojos. Mirar el reloj y que no lleguen las seis de la mañana, también es dolor no poder dormir más de cinco horas desde hace meses. "Todo son números", entrecomillado mental, "me definen los números".
Bajo los párpados con amortiguador. He tenido la suerte de recuperar un libro que dejé a mitad hace tiempo (el del principio), parece que su lectura me sana las llagas del pensamiento. Y espíritu, quizás. Tras tanto escepticismo y vacío anímico, recuperar la ilusión por lo místico y metafísico es un bálsamo del alma. Lobsang Rampa está consiguiendo por mi equilibrio más que la humanidad, en el sentido de actitud y flaquezas propias al ser humano, todo este tiempo atrás. Saldré ahora ermitaña.
Pero algo curioso está pasando con el retorno a las descripciones tibetanas, y es que en contra de lo esperado, mi subconsciente juega a las disertaciones del corazón, no del ascetismo. Y son tres, como las negaciones, los sueños que enturbian al despertarme. 
Suenan las cigarras. Rascan sus patas, el verano está ahí fuera y yo escondida tras las persianas. Todos duermen, nadie se levanta. La garganta me sabe a una sangre que más que sangre es bilis púrpura. La botella de agua, el café, el té, las pastillas, el nervioso, el sindormir, el sindescanso, el sinvivir. El sinsentir. Mira, la publicidad de las pizzas que no quiero comer, quiero ser vegana, quiero ser vegana pero me cuestan hasta las razones, también unas piernas más delgadas y las ojeras difuminadas. Mulán.
El primero fue hace una semana, sin duda. Me desperté con un sobresalto y las sábanas empapadas de sudor. Era aquel chico con el que tuve y no tuve algo hace un par de años. Eran sus caricias en el sofá de aquel apartamento inglés, los dos solos, como entonces. Las cervezas del supermercado, amargas, ácidas, burbujeantes. No podía dejar de mirarlo y se me encendían las mejillas, y las manos, y el vientre, y las piernas, y la respiración. Y sobresalto, y sommersalt. Se esfumó.
Y me asusté.
El siguiente fue hace tres noches, podía palpar la realidad onírica. La sorpresa es que fuera tan cercano, y tanto deseo escondido en sus labios, en sus pasos, (carencias poéticas, ustedes disculparán), en que se acercara y me recorrieran los nervios por la espina dorsal. Que me estuviera hablando no era lo excitante, sino que despertara en mí emociones de tanta intensidad.
Y me asusté.
El tercero ha sido esta noche, y casi me ha dolido, siendo sincera. Cómo no va a doler recuperar a aquel asesino que apareció hace ya tantos años en una de tus ensoñaciones. En aquella ocasión, estábamos en mi antigua casa de veraneo, una especie de piso con tres habitaciones, una cocina y un salón no demasiado amplios. Nos estaban sometiendo a extorsión y tortura por una serie de pruebas que debíamos superar, y entonces llegó. Vestia entero de negro, era alto y delgado, bien definido, sin embargo. Tenía la expresión de contínuo interrogante, algo de soberbia se dibujaba en sus comisuras. Las facciones eran duras, pero sus ojos delataban cierto magnetismo. Recuerdo armarme de valor y conseguir que se diera media vuelta al hablar con él, tragándome el miedo pero también esa atracción-repulsión.
Y esta noche volvió, como si tuviera que cumplir de nuevo con sus obligaciones. Se me paró el corazón durante unos segundos porque podía verle, podía recordarle, podía reconocerle. Podía sentir el sudor frío y la sangre bajo la piel. Él también me recordaba.
No me cogió de la mano, nadie nos había visto. Me llevó a una de las habitaciones y nos tumbamos en la litera superior. Me miraba, me respiraba. Yo también podía respirarle. Sentía que iba a estallar por dentro y preferí darle la espalda, destrozada y confusa. ¿Qué me ocurre? Y empecé a notar sus besos en la nuca, y en el cuello, y sus dedos aventurándose por mi espalda y el abdómen. Sentí como subía hasta el pecho con sus caricias y no me importó. Tragaba saliva.
No podía estar sucediendo, pero sí. 
Y tenía miedo, sentía miedo. De sentir.

Se fue al cabo de una hora, sin sangre en sus manos.
"Al final vas a ser una leyenda".

6.11.2014

71

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Y quién me abrazaría a mí.
A mí nadie, porque no quiero. A mí nadie, porque prefiero esperar sentada a que algún loco perciba que me siento sola. Porque me siento sola. Aveces Sola. Y me gustar ser Aveces, porque Aveces no se preocupa de la realidad ajena, le gusta el té a todas horas y mirarse al espejo (a veces).
Pero cuando miro los cuadernos, cuando miro los dibujos, cuando miro los bolígrafos esparcidos por el escritorio. Me asomo por la ventana, han pasado las tres de la mañana y no consigo conciliar el sueño. Llevo cinco días encerrada sin pisar el asfalto ni mover las piernas, lo que significa, en pocas palabras, que ya vuelvo a odiarme. Que ya vuelven las intenciones suicidas y la repugna hacia mi piel. Pero cuando miro las fotografías con chinchetas, las entradas de cine de hace tres años y medio, las vitaminas para seguir estudiando, el cepillo lleno de pelos: se me cae el pelo.
Se me cae el pelo.
Se me cae
el
pelo.
Y en una esquina las anotaciones para los exámenes, unos cuantos céntimos sueltos para la máquina de café. Los sobres de Pompadour, qué puta mierda, qué malo que está. Bajo la cama las sábanas y los apuntes, inútiles, como yo. FR8712 /U94FFL. Valencia 27 de Junio Sala Wah-Wah. Apertura de puertas 21:30 H. La Pyramide du Louvre. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontranos. Línea de tierra: || a la proyección frontal, se mantienen las alturas. El problema antropológico en la concepción filosófica de Gottfried Wilhelm Leibniz. Transesterificación.

A veces me siento como un violín de plástico.
A veces me siento como las ruedas del tren chirriando sobre las vías.

6.09.2014

Ducha

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Me duele existir últimamente.
Me va a doler dormir
sin querer matarme,
sin querer lanzar el puto móvil
por la ventana
y arañarme.
Me duele no ser dócil,
una puta fulana
que no deja a nadie
a menos de tres metros de distancia
de su autodestrucción,
"yo soy yo y soy yo y soy yo
y soy yo y mis circunstancias",
es el sermón
de mañanas y tardes.
Me duele no meterme
en la ducha y sumergirme
y no permitir erigirme
y ahogarme sin molestar.
Y me jode, porque me jode
existir, pero desde siempre,
desde siempre que recuerde
que aún puedo respirar.


6.08.2014

70

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Y vuelvo como vuelven los péndulos, en un vaivén sinusoidal. En silencio.

Ortega y Un Mundo Feliz.

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Ortega reflexiona en "Meditación sobre la técnica", en especial cuando va acercándose al final del texto, sobre las consecuencias de la técnica en la sociedad, esa técnica que ha elogiado a lo largo de s obra y a la que le da, ahora, un enfoque negativo: ¿Puede la técnica deshumanizarnos? ¿Esclavizarnos? Y sobre todo, ¿puede separarnos cada vez más de nuestros orígenes y desvirtuar la sociedad en un futuro? Estas reflexiones con las que acaba me lleva a relacionarlo con una obra muy peculiar: "Un Mundo Feliz", de Aldous Huxley.
Al poco de sumergirnos en la lectura de "Un Mundo Feliz", nos vamos percatando del tipo de sociedad futura que se nos pinta: Un mundo programado donde todos los seres humanos se "fabrican" in vitro a medida de las necesidades sociales. Las clases sociales son fijas (desde Alfas hasta Epsilones), y cada persona nace para trabajar en sus tareas propias y para ser feliz haciéndolo, sin cuestionarse nada ni tener más pretensiones que ser quien le ha tocado ser. El tema de Un Mundo Feliz no es el progreso de la ciencia en cuanto afecta a los individuos humanos (tema en el que se centra Ortega), sino que va más allá, centrándose en los que entrañan la aplicación a los seres humanos de los resultados de la futura investigación en biología, psicología y fisiología, pues la técnica en estos ámbitos será la que afecte de un modo más decisivo al ser humano. La técnica modificará, por tanto, la sociedad, creando una jerarquía pautada por tu origen.

Por otro lado, uno de los pilares de la sociedad es la economía basada en un consumo predecible y programado. Esta es la base esencial. Deportes caros como el "golf de obstáculos", que requieren equipamiento, forman parte de las actividades de ocio habituales entre el condicionamiento de los ciudadanos de Huxley. Se emplean sofisticados condicionamientos con castas bajas, haciéndoles odiar el campo, el aire libre (para que no les guste pasear ni retirarse gratuitamente), pero se les hace adorar los deportes asociados al campo. Esto hace que únicamente puedan disfrutar de la naturaleza de un modo asociado al consumo, a considerar la sobrenaturaleza como la única naturaleza, la auténtica, y a rechazar sistemáticamente su predecesora.  Éste sería uno de los aspectos que reflejan la pérdida de los orígenes, de la Historia de la que habla Ortega, y de cómo la técnica nos ata y esclaviza, llevándonos al consumismo propio de nuestros tiempos, y del siglo XX en general. ¿No es el consumo el motor de nuestro tiempo? ¿No se nos pretende condicionar, por todos los medios posibles, para que nuestra felicidad, nuestras necesidades, nuestros sentimientos, nuestro trabajo... En fín, para que todo esté relacionado con el consumo?

Por último, destacar la última de las consecuencias de la técnica: la deshumanización. En "Un Mndo Feliz" está muy patente, en especial con el contraste entre la figura de El Salvaje y Lenina. El sexo grupal, la promiscuidad, la ausencia de relaciones de fidelidad ni de amor a una persona, conforman otro de los pilares básicos de esta sociedad. Las relaciones filiales, en esta misma línea; los "padres" y "madres", son algo obsceno, fuente de frustraciones y de imperfección educativa. O también que todo el mundo es mantenido joven hasta que es matado sistemáticamente. Y como todos están condicionados para aceptar este hecho, pues no pasa nada. El Salvaje representa la vida en la Reserva, que ha mantenido la "humanidad" característica del ser humano: el odio, la castidad, el romanticismo, el amor puro... Lenina, sin embargo, es la encarnación de la mujer media en la sociedad de "Un Mundo Feliz". Su "condicionamiento" le impide comprender al Salvaje, pues ella ha sido criada en unos valores distintos que critican la humanidad propia de su amigo. ("Cuando el individuo siente, la comunidad se resiente", "Con madres y amantes, con las tentaciones y los remordimientos solitarios [...] no es de extrañar que sintieran intensamente las cosas y sintiéndolas así, ¿cómo podían ser estables?")

Podemos extraer, por todo lo dicho anteriormente, que "Un Mundo Feliz" encierra en sus páginas la distopía que engloba las desventajas del avance de la técnica, desventajas de las que habla Ortega en su Meditación, y que puede que estén más próximas de lo que imaginamos.

5.25.2014

69

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Me aferro como una estúpida a la cuasi imposible posibilidad de que te fijes en mí del mismo modo que, cada vez que nos cruzamos-coincidimos-miramos, yo lo hago.
Y realmente me encuentro como una inquilina indeseada de tu piso, la presencia de un niño que observa con inocencia cocinar a su madre. Así, aproximadamente, y nuevamente estúpido, es que hasta pretenda cambiar por ti. Que la intención me nazca. Porque apenas nos conocemos, y por apenas ni nos hemos presentado. Pero encontrarme tan perdida desde hace meses sólo me incita a buscar en las comisuras de otros, aunque luego, y por desgracia, no sea nada lo que desee más allá de eso. Y te conviertes en la Marion Cotillard de unos pocos ilusos, mientras otra vez vuelvo a buscarte en los jardines de la Universidad, las mesas de los cafés, los pasillos de la escuela.
Es triste este amor que no es amor y a la vez es algo.
Me duele quererte sin quererte lo más mínimo.

5.16.2014

Yo soy

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Yo soy
                 Manet
                 Monet
                 Renoir
                 Van Dyck
         normalmente.

Yo soy Vermeer
       cuando te echo de menos.

68

No comments:
Adolece entre mis comisuras, balancín de sueños y semifusas. Se resquebrajan las miradas de Morgana, ofendida, por un rey que no le dirige la palabra. Ha dado su vida por Avalon y nunca recibió nada a cambio, aunque así no fuera su intención. Pero a veces, sólo a veces, siente punzadas en su pecho, porque nadie en realidad busca ser ignorado por quienes ama. Y el ser humano actúa en comunión con la búsqueda del amor de sus semejantes, sean pocos, buenos, agradecidos, o mezquinos. 
Morgana llora en una esquina. Pobre Morgana. Nadie quiere a Morgana.
Las caléndulas se empapan del rocío de madrugada, las luciérnagas son los nuevos cometas del jardín. Al fondo un muchacho se acerca a una doncella e intenta acariciar sus seno. Se lanza con sutileza pero ella le frena.
—No podemos.
—Déjate llevar—le responde él, mientras sube por su cuello—. Carpe diem.
Ella rehuye por una segunda vez. Su corazón palpita al galope de sus pensamientos. No quiere, se repite, no quiere injuriar a su conciencia. No quiere ceder a esa impureza. Pero allí, sin embargo, allí se encuentra, luchando, luchando sin saber si ganará o si perderá. Luchando contra él y contra sí misma, porque en realidad se acercaría a sus labios, y se quitaría la falda, y entonces no, porque no, porque suéltame, ¿de acuerdo? Apártate, vete lejos, te quiero lejos, te quiero fuera y a kilómetros de distancia. Aparta tus manos, aparta tu mirada sucia y tus despropósitos de galán. Estás sucio, ¿qué? Que estás sucio. Me vendes tus mentiras.
—¿Qué estás diciendo?
—Que te vayas,
—¿Por qué?,
—Bien lejos,
—No te entiendo,
—¡Que me dejes!
—Así, tan de repente,
—Sólo eres más escoria, otro más,
—Por favor,
—¿Así es cómo me observas, como mera belleza?
—También eres guapa por fuera,
—¡Hijo de puta!
—No, no me
—Que te mueras,
—Por favor
—O te mato,
—Me destrozas,
—Puto imbécil.
La noche se desviste de su añil y muda a celeste, metamorfosis a mariposa.
Y Morgana se quedó anclada, echando raíces. 
Pobre Morgana.
Quién puede querer a Morgana.

67

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Y se detestaba vestida de princesa y de reina, y de mujer. De mujer prototipo, fenotipo puritano celestial. Se cubría de lágrimas las noches de los viernes, justo después de meterse entre las sábanas. Cuando afloraba Mayo, las obligaciones se hacían tan reales, tan tangibles, que desquiciaban por completo su autoestima. Los nervios, y no precisamente los epiteliales, cristalizaban violentamente sobre su sien. Dolor de cabeza, cabeza del dolor. Cajón desastre de los medicamentos, cuarto empezando desde abajo, justo al fondo. Aripiprazol, olanzapina, paroxetina, quetiapina, dónde está, setralina, risperidona, se ha acabado, escitalopram, ibuprofeno, ah sí, aquí. Sí. El envase de celofán mandarina, el jaque mate ansiolítico. Deja caer un comprimido sobre la palma de su mano. Siempre le ha desagradado su sabor, simple y insoportablemente amargo. Con un gesto rápido se lo acerca a la boca y los engulle sin apenas rozar su lengua, para abalanzarse a continuación sobre el grifo de la cocina. Siempre le ha desagradado.
Esta mañana han hablado de un test, sí, bastante curioso, la verdad que me ha hecho gracia. Parece que la estadística, bueno, no está tan mal, no. Se llamaba LSD. Dietilamida del ácido lisérgico, es curioso, sí, es gracioso, porque a ver, obviamente no es dietilamida del ácido lisérgico, pero es, bueno, es interesante pensarse que esa gente no cayó en la cuenta de que sus siglas podrían confundirse con ello. No sé, a veces la gente es tan imple, tan banal, tan plana, tan transparente. A veces parece que puedes ver directamente a través de sus cuerpos, de su con(s)ciencia inerte, de sus risas irreflexivas. Podrías detenerte ante ellos y admirarlos como quien admira un Van der Rohe, mientras que se ofuscan por tu mirada inquisitoria. Y cómo tiemblan, y cómo se incomodan, y cómo disfrutar de ese placer oscuro que es indagar en los abismos de la estupidez humana, de ese egocentrismo tan puro que se esconde en nuestros corazones de plastilina. De ojalá despedazarlos sin más remordimientos, y desnudarlos, y abuchearlos hasta hacerlos deshacerse como si los recubrieras de ácido hasta los huesos. De patearlos. De torturarlos hasta la muerte, por ser tan planos, tan vacíos.
Tan inertes.

(seis minutos y treinta y ocho segundos)

Keynes

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"Aún haciendo a un lado la inestabilidad debida a la especulación, hay otra inestabilidad que resulta de las características de la naturaleza humana: que gran parte de nuestras actividades positivas dependen más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica. Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo, cuyas consecuencias completas se irán presentando en muchos días por venir, sólo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales —de un resorte espontáneo que impulsa a la acción de preferencia a la quietud, y no como consecuencia de un promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las probabilidades cuantitativas." 

5.07.2014

66

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Yo también soy vertical en mis parábolas.
Yo también soy asesina de esperanzas.

Origami

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Todas las palabras que nos dijimos, que no nos dijimos, el mosaico de las penas de abril. Los abrazos de nicotina que se apilan en la terraza del patio interior. Yo digo «papel», papel susurro, papel de terciopelo en tus labios, si te acercas a menos de tres centímetros. Y te miras y me miro y nos miramos, inciertos, indispuestamente complejos, ata(ca)dos por una cuerda floja. Ven, Fred Astaire, baila sobre nuestras esposas de polipropileno, baila sobre nuestro puente de silencios, sobre las miradas, sobre mis dedos entrelazados con tus manos. Sobre mis gritos ahogados en desvelos de madrugada.
Y yo te digo «estoy derrotada» con la esperanza de que me dejes sola. Y tú me dices «papel», y no te entiendo. No te entiendo por qué sigues y no te alejas, y me dejas, y te quejas de aguillotinar la posibilidad de sufrimiento. Y prefieres el riesgo a sufrir que vivir tranquilo. Y tú, tú, tú me sigues diciendo «papel, papel, papel». Me ruegas creer, me ruegas papiroflexia. 
Y yo inflamo los origamis.

4.26.2014

Prototipo

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Se llamaba Marlene, pero se hacía llamar a sí misma Margot. Como Margot Tenembaum, de los Tenembaums, su película favorita para tomar con palomitas dulces, pero no era tan pálida, ni tan cándida, ni tan rubia. Ni tan fumadora.
Se llamaba Marlene y bailaba ballet. Bailaba muy bien ballet, de hecho. Desde los siete años se había dedicado en cuerpo y alma a la danza, sin duda animada y secundada por su madre, la señora Minna Schultz, una mujer de facciones duras y manos frías con una exacerbada obsesión por la excelencia académica. La señora Schultz hubo lamentado desde el nacimiento de su niña que ésta hubiera mostrado siempre una tierna indiferencia por las letras o las ciencias, a diferencia de sus hijos Bertram y Ferdinand; y, tras varios disgustos, cesó en su ímpetu de proyectar una pequeña Brönte y reordenó sus prioridades, aceptando que si bien su hija no podría ser jamás una genio, como esos asiáticos que funcionaban casi a la par que una calculadora, sí podría hacerse un hueco en el elenco artístico y musical, que para algo en su tierra tenía cierto renombre. Aquella misma noche que tomó el camino de la resignación, la señora Schultz cogió la llavecita de plata, bajó a la bodega a por tres botellas de Spätburgunder y bebió en la penumbra, sentada en la gran mesa de la sala de invitados, con sus medias negras y sin dejar, en ningún momento, de mantener esa actitud calculadora y congelada que la definía.
Así, Marlene se divertía en el kindergarten deleitando sus compañeros con estrambóticos conciertos de cacerolas y triángulos. Sus profesores se llevaban las manos a las orejas y corrían a quitarle todos sus instrumentos, pero era peor el remedio que la enfermedad, pues sus chillidos eran aún más insoportables que esas improvisaciones artísticas... Si así podían llamarse. Con el paso de los meses, llegando a los seis años, la pequeña Marlene refinó sus gustos y dotes musicales y se pasó voluntariamente al piano. Voluntariamente también montó en cólera con una de sus rabietas para que los señores Schultz accedieran a comprar el piano de pared que tanto le gustaba. No quería un teclado, claro. Quería un piano. De pared.
La inversión, sin embargo, no fue en vano, y la muchacha aprendió con ayuda de un maestro de la Hochschule für Musik Köln a interpretar con sorprendente agilidad y gracia las piezas más preciosas de Bach, Schumman, Chopin y Liszt. Una de sus sonatas favoritas era una de John Cage que practicó incesantemente durante cinco meses y medio, hasta que una mañana, sin más, se despertó habiéndola olvidado al completo.Fue la mejor noticia para Ferdinand en meses, que sentía supurar sangre cada vez que escuchaba por vez enésima las mismas notas, una y otra vez. De hecho, gracias a esa paz interior que sintió le muchacho fue capaz de superar las pruebas de acceso a la Universidad y matricularse, con una de las mejores calificaciones, en Físicas.

>> 17 de Abril.

65

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También podría consumirme como el propano, como el butano, como el metano.
Dejarme incendiar por una llama azul las uñas, y luego el pelo, y luego las pestañas.
Y decidirme si morir o no morir por las almas que lloran, en pena, por una niña imbécil que no asume perder partidas.

4.15.2014

64

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Quizás lleve dos horas de frente a una pantalla, en blanco, apenas en blanco. Es un buscador, pero es en blanco. Blanco como el teléfono. Blanco como el gotelé de la pared. Blanco inconsciencia, blanca la demencia.
Suelo reflexionar las tardes que salgo al Río a correr. Las neuronas también se calzan las zapatillas y se enredan en un peligroso vuelo electrostático a la velocidad de la luz. A veces se chocan entre ellas, a veces se matan. A veces se suicidan. Las que más. Anoche me dió por reflexionar, por ejemplo, sobre el café. Porque el café, no sé, ¿por definición?, es un estimulante del sistema nervioso, pero no hay café que estimule el mío siempre y cuando los niveles de dopamina y serotonina (supongo que más el segundo que el primero) rozan mis talones, anclados al asfalto. Un peso se deja notar sobre mis hombros, primero. Ahí es donde empiezo a notar los efectos secundarios de la droga más dolorosa. Luego sube por la barbilla, por los labios, por la nariz. Lo intenta, lo intenta mucho, y se anima a las cuencas oculares, pero no no no no no puede, no puede. Ahí está vetada la entrada, está prohibida. No, no se aventura. ¿No lo consigue? ¿No? No. Parece que no. 
Con complejo de sinusitis, ahí está bien. Ahí se deja mecer por Morfeo, oh, sí. Y echa raíces, sin miedo, porque el miedo es mío si no puedo arrancar las malas hierbas. Atraviesan el hueso, lo fracturan, lo rasgan, lo destrozan. Lo devoran. Termitas del calcio de mi armadura, una armadura de prepúber. Una armadura de mierda, en conclusión. No sirve de nada esta puta armadura, sino para problemas de quinceañera llorica e hiperhormonada.

>> (1)

63

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Yo también sé desenvolverme a lo largo de un sistema de vectores concurrentes en un punto y saltar de un límite de integración a otro, como si de la nada surgieran.
Sé sumergirme en las profundidades de las entradas de una matriz cuadrada simétrica, correspondientes a la fuerza tangencial a la superficie de un líquido cualquiera por cada metro de longitud, y susurrarte que a eso lo apodamos, con sensualidad, tensión superficial.
Sabría diseñarte un programa en lenguaje de programación, del basiquito, para la lectura de varios ficheros de datos de un ordenador. Y poco más. Escasa complejidad.
Sabría hablarte de calores y de momentos de inercia, y de cualidades químicas, y de reacciones y baterías y funciones de densidad y de distribución y de la normal y del plano proyectante horizintal con equis coeficiente de reducción porque es una dimétrica y
Y aún así es total y absolutamente insuficiente
Porque sigue sin tener sentido que para tanta palabreríam para tanto que te echas encima
No sirva, ni tan siquiera un poco
Ni una de las letras antes dichas.
No vale, si no sé, por más que lo intente, resolver
un puto
problema.

4.01.2014

62

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Y ésta se trataba, también, de un incendio de nieve. Pero no como los de ciertas canciones de terciopelo. Aquí llamábamos incendios a las vestales suicidas, mujeres castas y puras como el algodón, inalcanzablemente etéreas, que por aquella pálida tristreza acababan consumidas en sus propias penas, pequeños fénixes árticos. Mujeres jóvenes y delicadas como habían pocas, pero dificiles de pasar por alto. No se dejaban ver. Los cuentos las definían como elfas con el fin de darle una explicación a aquel aura de secretismo que rodeaba a las inaccesibles vestales. Pero en realidad no eran más que una congregación mística formada íntegramente por doncellas de conciencia más limpia, más transparentes, más cristalinas. Algunos hablaban de que las chiquillas desaparecidas a edades muy tempranas eran en realidad secuestradas por las vestales y cuidadas bajo su manto de protección. No pocas de ellas habían sufrido malos tratos por sus padres o sufrían rechazo social dentro de la comunidad. Quizás otra absurda explicación, otro cuento.
Aquella mañana era Abril, el primerísimo de Abril. El cielo, encapotado de nubes blancas, dolía al mirarlo directamente, y en breves estaba claro que empezaría a llover. Durante el invierno lo natural eran los chubascos frecuentes, siendo habituales las inundaciones o los desbordamientos de los ríos cercanos. Pero ese año las lluvias parecía que se habían ausentado, lo que redujo sustanciosamente los días de asueto de los pescadores y sí el aumento de la producción de la comarca. Afortunadamente para ellos y muy desafortunadamente para los agriculturoes, que esperanzados con que se tratara tan sólo de un retraso o una sutil anomalía, se toparon de bruces con sus terrenos yermos y estériles, llorando y rogando a Dios para que por favor tuvieran algo que llevarse a la boca.
Nadie los escuchó.
Sin embargo, las esperanzas de los campesinos fueron pronto escuchadas, a finales de Marzo, con finas lluvias diarias durante dos semanas en contínuo. Ahora que ya había dado por concluido (o eso parecía) el Diluvio Universal, la comarca se preparaba con grandes ánimos y esperanzas los festejos propios de la primavera que tantos meses habían trabajado.

>>

61

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Quién es especial para quiénes vienes cienes pieles hieres hiedes.
Nieves.
En diciembre siempre tiene
la puta manía de levantarse a mitad mañana.

3.29.2014

60

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Me gusta que me acaricies
             desnuda
                    sobre tu cama
           y despertarme con el perfume
           de tus besos
sobre la almohada.

59

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Podría haberse tratado de un papel,
un papel inocuo,
un deseo inocuo,
un desliz imaginario.
Podría haberse lanzado
desde aquel terrario
después del trato pactado
de no volver a mirarle directamente
a los ojos.
Pero también fue deseo
el despertarse con lágrimas y sofocos
aquella mañana del doce de marzo.
Lágrimas de amatista,
de esmeralda,
lágrimas de cuarzo,
lágrimas de trapecista.
Bailarina de dolo y gualda,
de culpabilidad contorsionista
moviéndose con ligereza
sobre tejados de tristeza
y pizarra.

3.05.2014

58

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Tragué la vajilla en pedazos para que la boca me supiera a sangre sin moderme la lengua.
Las vértebras se retorcieron sobre su eje de simetría. Como una víbora que coleaba, como una sinusoide letal. Se lanzaban los dedos sobre una garganta de esquizofrenia y oxitocina, serotonina, dopamina. Morfina intravenosa, un dulce dolor que le llegaba hasta lo más profundo de sus pensamientos. Si hubiera podido rasgar las paredes, lo hubiera hecho, pero se mordía las uñas. Tan sólo podría haberlas acariciado con sus yemas en un sutil intento de hacer daño. Era patético. Patético, sí. En ésto que piensas en asuntos patéticos, cómo no, y en eso que piensas en esa balada, "La Patética", que cómo se podría figurar Ludwig que aquello era, yo qué sé, ¿por qué desmerecedora?, nunca fue menos, quizás, sí, quizás mi favorita. Qué puta mierda, puta mierda, PUTA MIERDA. Qué qué qué qué, contesta, contesta, ¿qué haces? Eres un gilipollas. Tenía razón, y he estado apunto de acabar pero y si en realidad, no, y si, bueno, yo también me he tirado estudiando toda la tarde. Y qué más. Pero mírame, he tenido la mínima decencia, la puta decencia de dirgirme y hablarle y AH no, no, no, en absoluto, no debería, veneno, infierno, tortura. Mal, lo estás volviendo a hacer. Este apocalipsis no se cierra en banda, no me deja seguir. Siempre vuelve como las olas a la orilla, como un amante que nunca se cansa de ser despechado, utilizado. Títere. Títere del mismo juego. Todos somos títeres.
Títeres de porcelana.

57

No comments:
    síndrome
síndorme

             síndormir
sin dormir
             
                                 sin dor mi
         sin dor vi
                  sin do vi
     si do vi

  si dos vi

         si dos ví, te ví, te ví.


        abstinencia.

3.04.2014

56

No comments:
Se llama vacío. No tiene nombre. No tiene nombre que importe ahora demasiado.
Se levanta temprano, quizás no tanto como a mi me gustaría, pero suele hacerlo cuando es verano. A mi también me gusta despertarme cuando el sol apenas ha salido, para acercarme a la ventana con el camisón a la altura de la pelvis, medio subido, arrugado, y las sábanas cubriéndome hasta el cuello, y mirar al cielo con la esperanza de que las pinceladas de hoy sean distintas de las de ayer. Ha amanecido en rosa y púrpura. Púrpura, como la sangre, como los mantos de los grandes monarcas franceses, con su flor de lis. Como los cardenales y sus joyas, y los cardenales de cuando caes desde un columpio y te raspas las rodillas. Púrpura, y violeta. Hacía tanto que no me enamoraba de un violeta tan puro y tan dulce, tan tierno. Y silencioso.
Vuelvo a apoyarme sobre los almohadones. Son blandos. Ojalá estuviera a mi lado. Quizás se haya levantado, como suelo hacer yo, así de temprano, y como suele hacer él en verano, y. Y no me apetece encender el teléfono y sí desaparecer durante unos instantes, mientras me duela entre las costillas y las cosquillas me suban por la conciencia. Debería estudiar, pero eso ya no me preocupa. Acabaré perdiendo el tiempo, como suele ser costumbre tratándose de un domingo por la mañana. Algo raspan los domingos, que tienen un aroma a salitre y apocalipsis. El finisterre de la semana, sin lugar a dudas, el acantilado gallego de las obligaciones. Como el lunes es el sumidero. El golpe maestro. La realidad. Septiembre, supongo.
Quizás, debería hacer algo. No, no me refiero al lápiz y al bolígrafo, sino a los besos y las mentiras. ¿Son mentiras? ¿Lo son? ¿Estoy mintiendo, estoy engañándome? ¿A quién engaño? ¿Por qué engaño? ¿Acaso lo es? El producto de la imaginación y la morriña, como siempre, conmutativo, distributivo y con resultado igual a confusión. En tiempos de Carnaval no se puede esperar menos, se revolucionan las hormonas, o eso quiero jutificarme. Sí. Ojalá sirviera como justificación, porque el problema vendría con maletas y billete de vuelta.
Pero no le veo maletas, ni billete de vuelta. No lleva nada. No lleva identificación, no tiene apellidos, no tiene nombre, tampoco. ¿Recordáis? Se llama vacío. Se llama vacío porque no tiene importancia ahora, pero acabará teniéndola, como la tienen todos los fugitivos. 
Como la tienen las incógnitas.

55

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Sólo ahora, después de tantos meses, se me ocurre reabrir el baúl de los recuerdos, el baúl donde las caricias vienen en forma de pluscuamperfectos y aromas de mil palabras.
Es aún la madrugada del año, a las puertas de Marzo, justo ahí. Ahí mismo. Y es ahí mismo cuando me doy cuenta de los cambios que llevan sucediéndose desde hace año y medio. De esos cambios que duelen, que arañan, que despellejan. Despedidas inconcebibles, pérdidas incalculables en amistad y horas sin disfrutar, lágrimas que se miden en cubatas y quintos de noches aleatorias. A veces la felicidad cuesta el precio de otra felicidad soñada: el sueño de lo que hubiera sido si no se hubiera dado el salto mortal. 
La suerte tiene un doble filo, como la nostalgia. Cortan por ambos lados, y no solemos ni darnos cuenta. Sólo cuando el corte es lo suficientemente profundo y la sangre supura desde hace horas, cuando el daño es irreversible. Sólo entonces, en ese preciso instante, nos empezamos a percatar que la dulce felicidad te ha cortado las alas.
Bueno. Que te las cortaste tú mismo.

10.23.2013

Pathos III

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A mi en realidad nunca me acabaron las biografías. Siempre tuve la sensación de que aquel que desea poner en manifiesto y conocimiento del mundo cada uno de los detalles de su vida, es un egolatra enmascarado. O sin enmascarar. Las máscaras para el carnaval. En Madrid nos gusta la gente con la cara al descubierto, de frente, levantando el puño o la palma, pero de cara, ¿eh? Las dagas en la espalda no son gusto de nadie. En realidad es el día a día, por eso nos desagrada. Muchos predican con eso de que antes verdad que duele que mentira que abraza, pero no son tan puros de corazón de diario. No, no. Ni yo mismo. El otro día en el café teatro se aparecieron unas muchachas de éstas, unas jóvenes de las que se meten en Filosofía porque se dejan llevar por esa paparruchada que es la vocación. Vocación, joder. Hoy día se habla de vocación como de un bocata de lomo con queso, como si pudieras adquirirla en cualquier lado así, sin más. Oye, una de vocación a la marinera, y ya está, tan simple y sencillo. No sé, ¿Filosofía? ¿En serio? ¿Que no les dijeron en la escuela... Los putos filósofos están para encerrarlos. Yo qué sé lo que se metería ese tal Hegel, pero ya tuve la mala suerte de dedicarle horas de estudio para una Selectividad mediocrita, que ni me permitió entrar en lo que me apetecía. En fin, yo qué sé, siempre acabo hablando de cosas que no vienen al caso. Y las muchachas, pues eso, se sentaron al lado. Eran muy monas, no tendrían más de veinte. A las chiquillas de hoy en día se les va un poco la cabeza con lo de los ideales, y la televisión y las redes sociales y toda esa parafernalia. ¿Has visto lo de las manifestaciones? No sé, nunca me he fiado de los sindicatos. Lo leí anoche el periódico, mira, en el café teatro, precisamente, que los habían subvencionado con no se qué cantidad inmensa de dinero. ¿Tú te crees? Son los primeros que se llenan los bolsillos, ¡y bien luego que hablan! Pues eso, y se sentaron a hablar de María, sí, sí, la Platerita. Se me cayó el alma. A ver, podría haber sido cualquier otra María, eh, pero yo sabía, lo sabía. Era María, mi María del alma. Hacía años que no escuchaba su nombre en boca de otros. Me pregunté qué fue de ella y de su melena a la altura de los hombros. ¿Te conté cuando se la tiñó de color carlota? Por Dios, parecía una calabaza. Se pasó toda la noche llorando y pidiendo un pelapatatas diciendo que se montaría una máquina del tiempo para arreglar el estropicio. Le faltaba un regón, a la chiquita, pero era un amor. Aunque para amor, el de Pascualín. Bueno, amor, amor... Tampoco era amor, pero más o menos, capricho, sí, capricho juguetón. Siempre que venía a visitarla se le iban los ojos un poco hacia afuera, como a un lobito hambriento. Menudo golfo que era, por qué le gustaría tanto a la Marieta, ¡si era un don nadie! Un Don Juan sin oficio ni beneficio, bah, más poca cosa. No servía ni para servir cafés en Lavapiés.

Orchid I

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Zygmunt tenía veinticuatro cuando lo amordazaron con la cuerda del cobertizo y le rasgaron la piel con un cuchillo de sierra. Era el veinticinco de octubre de mil novecientos noventa y siete.
A Marion le gustaba cómo la sangre le chorreaba de un modo peculiar y dantescamente artístico sobre el lienzo que era la piel de Zyg. La nieve había absorbido gran parte del líquido y se expandía a una velocidad siniestra y alarmante.
—Llevaos a los chicos—masculló uno de los policías, un hombre grande y serio, con el bigote espeso y las facciones duras, propias de un prusiano. Se había alejado para vislumbrar las pisadas de barro de los supuestos asesinos, pero nada que permitiera identificarlos. No había prueba ni rastro de ADN que fuera a facilitar avanzar en el caso. Los curiosos empezaron a asomarse a través de las cortinas de los salones, dejándose llevar por el horror y el morbo de la situación. La señora Pitcher se llevaba las uñas a la boca constantemente y susurraba incoherencias. Celestino apuraba un café, al otro lado de la mesa.
—Era un pobre muchacho.
—Esta juventud está enferma, ¿te has fijado, eh, te has fijado? Eso son las drogas y los padres, que no ofrecen una buena eduación a los muchachos, pero, ¿de qué educación hablamos? ¿Los has visto? Ayer los vi fumando en el portal, ¡y al entrar al instituto! Es una vergüenza, te lo digo yo, ¡me asusta! ¿Y si nos pasa a nosotros, Celestino? ¿Y si nos amordazan? ¿Y si me violan? ¡Ay, no, por Dios, Virgen Santísima, qué horrible, qué desgracia tan grande! Las drogas, Celestino, ya te lo he dicho. Esta gente se mete de todo y en cualquier momento. Espero que no le pase nada a Susan, espero que no se acerque, mañana no saldrá a la calle.
A Marion le gustaba la sangre, sí, pero no podría nunca sentir más que sencilla curiosidad por las lágrimas carmesís que caían denotando lo irreversible del suceso.
—Está lloviendo—suspiró Peter. Se le había cubierto el pelo de hollín y hojarasca, tras permanecer horas espiando tras los setos. Era el hijo de la señora Pitcher.
El cielo se había encapotado en el letargo dulce de las horas. Marion se sacudió con un gesto leve las rodillas.
—Vamos a casa. Tengo frío.





10.22.2013

Pathos II

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Hubiera firmado por un capítulo como aquel. Hubiera firmado por una antesala llena de libros y editoriales, por levantarse tal cual salía de una entrevista de negocios con la elegancia de la mujer moderna.

María se desvistió con desgana. Se dejó la blusa fina de tirantes, y a continuación desabrochó sus pantalones con una delicadeza sempiterna. Me veo, pensaba, me veo sobre un escenario, con cientos de personas, cientos de ojos con críticas, y la cámara al fondo grabando. Sería bonito, salir en Televisión Española, en ese programa de la tía alta y huesuda. La verdad que Pascual es tan dulce. Imaginá, en medio del espectáculo. Ay, me pillé. Estos pantalones se me quedan apretados, en exceso. A Pascual le encantan. Me ha gustado cómo me ha mirado al ver que lo estaba esperando en el portal. No sé si se fijó en la lencería. Me encanta este conjunto de encaje, es tan suave, ¿qué pasá que suenan las bocinas fuera? Ya estamos otra vez con los drogadictos, no se cansan de hacerlo mal. Ay, cómo me camelé al jefe de policía aquella vez, ay Pascual qué diría si se enterara, me mataría, lo sé, es tan celoso, se vuelve loco, pero cómo folla, ay, cómo, se me han erizado los vellos del antebrazo, adoro cuando pasa la lengua por y Dios creo voy a llamarlo, me muero, me muero, ah, y cuando lo hicimos en los aseos aquellos del cinema, fue fantástico, necesito el teléfono, ¿dónde está, dónde lo he dejado? Qué desastre de apartamento, luego buscaré a Anita, me pone enferma que no haya recogido todavía la mesa del desayuno, la gente que sólo vive para dormir me enerva, me enferma, es tan desagradable, merecen un infierno aparte de los de Dante, ¡está lleno de jugo de sandía!, la mato, no puedo, ah, aquí está, seis cinco siete cuatro dos sí, aquí, espero que lo coja. Joder, me volví a quedar sin papel, tengo que bajar luego a Rosarito a pedirle, y los huevos, la tarta de arándanos estaba podidamente ¿Pascual? Ah, sí, sí, soy su prima. Sí, decíle que lo llamé, por favor. Gracias, a usted. Jodido cabrón, ya se está tirando a la secretaria. Me voy a por el papel.

Pathos I

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Hacía viento. Siempre lo hizo. Siempre se comportó como si la vida se le fuera entre los dedos, como si se despertara cada mañana al borde del abismo de la colilla de un cigarro, y qué. Y qué, más que suspiros. Redoble de tambores sobre el corazón, los pálpitos.
Era Madrid el quince de septiembre del año cualquiera. Era un cierto aroma a bollos recién hechos, y el horno en la esquina de la avenida de América. Dulce sobre el especiado de la leña, y el diálogo fluido de dos ancianas. Se cierne sobre la capital un manto púrpura que señala en dirección a los primeros atisbos del amanecer.

Aparentemente no hay nada de Madrid que no le guste al residente nato ni al innato gato. La sencillez de sus callejuelas y el sinvivir de sus habitantes es el encanto que prima sobre el ruido que, quizás, disguste a tantos otros. Nadie imagina Madrid de otro modo. Yo no me imagino a Madrid sin sus embotellamientos a primera hora de la mañana, ni sin manifestaciones a última del día. Los señores trajeados y con carteras del metro, las señoras que disimulan no mirarse en el reflejo de las superficies brillantes. Por el rabillo del ojo. Eh, o sí, o qué, que también las has visto. Lo digo, digo Diego.
Se dice que María vivía sin complejos. Mentira, sin complejos de físico, que es el único complejo aceptable hoy día, que a uno se le olvida que la Vogue, que el periodiquillo, que la comidilla televisiva, que la radio que Internet, que si Twitter, etcétera. Tenía complejo de sentirse corriente, empezando por su nombre. La señá Antonia decía que María era nombre de virgen e inocencia, cosas que la joven bien careció iniciada ya la adolescencia. Se le perdió la virginidad un mediodía en los aseos del colegio de señoritas, y la inocencia en manos de un simpático muchacho que se encargaba del mantenimiento en la escuela. Recuerda todavía sus yemas llenas de sangre y los pinchazos. Pero nada de Pepe. Si es que Pepe, lo llevaba loquito, pasillo arriba pasillo abajo, con esas rodillas tan blancas y de nena, le perdía la muñequita.
Poco tiempo pasó cuando siguió explorando esas sensaciones que, si bien en un principio poco llamaban su atención, le abrieron un nuevo mundo de apetencias y desconocidos placeres.
Con cierta frecuencia, María, que desde niña había mostrado su interés y desarraigo a las costumbres propias de la familia, comenzó a visitar los locales de la Malasaña de aquellos años, de los años antes a cualquiera, imagina, mirá, qué años. La llamaban Platerita, por sus modales argentinos y esa picaresca propia de los rioplatenses. Se fumaba los cigarros como un buen hombre de negocios un puro, los enrollaba en el papelito fino de liar, el tabaco ese, migajado, aromático, pasaba la lengua y ahí, ya quedaba, un rasgar de encendedor y ahí que iba un cuarto cigarro. Las uñas se le volvieron amarillas, pero Platerita, la nena, los ojitos de miel, guardaba en su mirada y formas el encanto de la mujer fatal de aquellos años. Los de antes. Los de muy entonces.
Yo había llegado con mis modales antiguos y mis sonrisas de bebedor. La muy fingida disposición a atreverme a lanzar la caña a cualquier muchacha con risita repugnante, de las que te agotan la billetera. Maria te agotaba la billetera, de acuerdo, pero María era María. Una Lolita encantadora, de las que no quedaban. Por cincuenta te hacía la mejor mamada de la historia, contada y por contar, digo la Historia, eh. Soy discreto. Pero lo de aquella mujer no era normal, no, sus miradas (de las indiscretas, sí) prometían exactamente lo que la imaginación te jugaba en pocos segundos. Tenía los senos pequeños y la lengua suelta, y las carnes prietas, eh, de poca carne, pero firme y dura. Tenía la piel suave como una caricia de melocotón, y las caderas estrechas. Gemía con un placer oscuro las noches de luna llena, eso también lo recuerdo. Se aparecía en el portal con aquella mirada de indiferencia, cigarro en mano (decimotercero), y a continuación subía las escaleras muy lentamente, marcando cada paso, cada peldaño. Os juro que era sexo en estado puro. No sucio, pero sí enigmático, magnéticamente frenético. Lamía con lujuria su vientre y así empezaba con la respiración entrecortada. Cerraba los ojos en medio de aquel éxtasis buscado y esperado, cómo lo sabía, cómo me volvía aquella chiquita. Loco.


10.08.2013

54

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Nunca supe diferenciar entre las eses a final de palabra y las de principio. Siempre me sonaban a hueco, a rasgar de papel. Tampoco tuve claro si (g/j)irafa o e(x/s)


Me acaban de llamar gurú de mierda. Resentimientos, quizás me pasé, por vez enésima. Es gracioso. Me acaban de despreciar hasta el punto más infinitésimo existente, y lo primero que me viene a la cabeza no es ni compasión ni remordimientos, sino Leibniz y sus límites. Su cálculo infinitesimal.
Es existencialismo, quizás en una vertiente terriblemente dañina. Por una vez, no es autodestructiva, no sé hasta qué punto es bueno. Lo dulce de la autodestrucción es que es una amante egoísta, y la guardas para tu íntimo y único ser. No se comparte. Mía, tuya, suya, nuestra, vuestra, suya.
¿Y ahora? Qué vil, qué ironía, si justo me iba a poner a reflexionar en blanco, de ahí las primeras líneas que poco tienen que ver con el resto (por vez enésima). Que si aquello de las mónadas y su puta madre, que si los obsoletos y la ortografía, y esas paparruchadas que le vienen a un(a/o) cuando la noche afila sus (¿mis?) cuchillos. Las líneas simples del pensamiento, las profundidades recónditas de una caverna que más tiene que ver con Jünger que con Platón. Discernir, el aplauso del mediodía sobre la lluvia de un mes de Marzo.
Qué indiferencia supone el odio cuando el vacío, si bien existencial o no, es el que devora las entrañas como Cronos a sus hijos. Cronos y las pupilas dilatadas, las carnes sangrantes y la cara desfigurada. El rostro del horror, el mismísimo diablo durante mi tierna infancia. 

Otro párrafo más antes de un nuevo paso a la realidad.
A un(o/a) se le olvida. Será normal. Siempre preferí el teatro.

9.28.2013

53

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Quizás es que de un modo escuetamente compasivo nos llaman la atención las historias ajenas, siempre y cuando se localicen en un entorno cuanto menos bohemio. Digamos, en pocas palabras, que el encuentro fortuito de pretérito y presente araña nuestros corazón, corazón coraza, corazón de terciopelo, como el del melocotón. Un baile pintoresco de sensaciones, un vals de entresijos y compases descoordinados, unas delicadas manos que se deslizan sobre el ébano y el marfil de los tiempos pasados. Siempre café con luz de media tarde, los tornasolados impregnan su carmesí de vainilla en el ambiente.
A uno se le cansan las manos y las neuronas de pensar en pasado. Hay demasiados tiempos. Pretérito perfecto, el simple y el compuesto, y luego el imperfecto, que también peca de desdoblamiento de personalidad; el pluscuamperfecto con sus dos vertientes, y el condicional, el que más duele, el que deja con la miel en los labios. Todos se olvidan del futuro y del presente en el Café de Las Camelias, pero en un esfuerzo compensatorio por evadirme del calor húmedo del Levante no se me ocurre otra cosa que contradecir lo establecido y desgarrar un par de folletos de hace dos años. Se desgarran sístole y diástole, de pronto, a la par, al mismo tiempo, y la ternura se deshace sobre las palmas sanguinarias. Asesina de recuerdos, devoradora a contracorriente del sucio dolor-placer de la morriña. Aquí de nuevo. ¿Ves? De nuevo, de viejo, morriña, nostalgia, melancolía, Café de las Camelias. Reproduciéndose en un tocadiscos, vinilo de diamante (de sangre).
Quizás los días dejan cada vez menos huella. Ya no queda rastro de cristal sino manchas de cuando la lluvia golpeaba las ventanas, en tiempos de tormenta.
La calma se alzó en el horizonte, triunfante. No es mi estilo, esto de la paz y tranquilidad, pero las quejas son quisquillosas, y más cuando la tormenta te hacía llorar de lo empapada que te dejaba.
A veces es mejor ducha con ropa que calarse hasta los huesos con diluvios de otoño.

6.30.2013

"Any other world"

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Bau

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En las noches de invierno es amargo y es dulce
Escuchar, junto al fuego que palpita y humea,
Como se alzan muy lentos los recuerdos lejanos
Al son de carillones que suenan en la bruma.
¡Feliz campana aquella de enérgica garganta
Que, pese a su vejez, conservada y alerta,
Con fidelidad lanza su grito religioso
Como un viejo soldado que vigila en su tienda!
Pero mi alma está hendida, y, cuando en sus hastíos,
Quiere poblar de cantos la frialdad nocturna,
Con frecuencia sucede que su cansada voz
Semeja al estertor de un herido olvidado
Junto a un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Que expira, sin moverse, entre esfuerzos inmensos.

5.17.2013

52

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No había luz. Había por doble partida, partida por la mitad con el trazo suave de la sombra de una lámpara, éstas que se llamaban Art Decó. Estas tantas que como cualquier moda se difumina con los años su presencia.
Apretó sus labios y suspiró con delicadeza. No había nada más que delicadeza en cada uno de sus gestos, como un etéreo hálito de inocencia inmerme, descuidadamente calculado. Hermoso. Hermosa, como toda ella. Era un moño caramelo desecho, con un par de mechones sobre la frente y los parietales. Era una sonrisa dulce de limón y dientes menudos y brillantes. Era mejillas coloradas y la sensación de que las horas no eran más que un entretenimiento simple, una obligación en ocasiones. La existencia del estrés como incógnita de su propia existencia: nunca perdió la calma ante los problemas. Quizás es que nunca tuvo. Quizás era su simpleza, su sencillez. Y es que era la más perdonable de las transparencias, el arquetipo más consentido.

5.05.2013

51

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" Cuando Bretón descubrió mi pintura, se mostró disgustado a causa de los elementos escatológicos que la mancillaban. Esto me dejó atónito. Yo me estrenaba en la mierda, lo que, desde el punto de vista del psicoanálisis, sería interpretado más tarde como el feliz presagio del oro que amenazaba ¡felizmente! con desparramarse sobre mí. Con toda insidia, intenté hacer creer a los surrealistas que esos elementos escatológicos no podían por menos que traerle suerte al movimiento. No vacilé en invocar en mi auxilio la iconografía digestiva de todos los tiempos y de todas las civilizaciones: la gallina de los huevos de oro, el delirio intestinal de Danae, el asno de los excrementos dorados, pero no quisieron escucharme. Así pues, tomé rápidamente una decisión. Dado que no querían saber nada de la mierda que yo tan generosamente les ofrecía, guardaría esos tesoros y ese oro para mí. El famoso anagrama, trabajosamente elaborado por Breton veinte años después, «Avida Dollars», hubiera ya podido lanzarse en aquella época.
No necesité pasar más de una semana en el seno del grupo surrealista para descubrir que Gala tenía toda la razón. Toleraron, hasta cierto punto, mis elementos escatológicos. Pero, en cambio, ciertas otras cosas fueron declaradas «tabú». Reconocí en todo eso las mismas prohibiciones que me imponían en el seno de mi familia. Me autorizaban la sangre. Podía añadirle un poco de caca. Pero no tenía derecho a emplear sólo la caca. Me autorizaban a representar sexos, pero no fantasías anales. ¡Cualquier clase de ano era observado de modo muy sospechoso! Las lesbianas les gustaban mucho, pero no los pederastas. En los sueños podía utilizar sin limitaciones el sadismo, los paraguas y las máquinas de coser, pero, excepto para los profanos, todo elemento religioso, incluso de carácter místico, me estaba prohibido. Si soñaba simplemente con una madonna de Rafael sin blasfemias aparentes, me prohibían hablar de ello...
Como ya dije antes, me hice cien por cien surrealista. Consciente de mi buena fe, me decidí a llevar adelante mi experiencia hasta sus consecuencias más extremas y contradictorias. Me sentía dispuesto a proceder con esa hipocresía mediterránea y paranoica de cuya perversidad conozco todos los secretos. Lo importante, para mí, era cometer el máximo número de pecados, por más que ya me deslumbraran los poemas de san Juan de la Cruz, que hasta el momento sólo conocía por habérselos oído recitar a García Lorca. Tenía ya el presentimiento de que, más adelante, la cuestión religiosa iba a plantearse seriamente en mi vida. A imitación de san Agustín que, mientras se entregaba al libertinaje y a los placeres orgíacos, rogaba a Dios que le otorgara la fe, yo invocaba al cielo añadiendo: «Sí, pero no enseguida. Un poco más adelante...». Antes de que mi vida se convirtiera en lo que es hoy día, un ejemplo de ascetismo y virtud, quería agarrarme a mi ilusorio surrealismo de pervertido poliforme, aunque sólo fuera durante tres minutos más, como el durmiente que se afana por retener las postreras migajas de un sueño dionisiaco. El Dionisio nietzscheano me acompañó por doquier como paciente ama de cría, y muy pronto me di cuenta de que al ama le salía un moño y de que su manga se engalanaba con un brazal con una cruz gamada. Toda la cuestión iba a engamarse, ¡perdón!, a enredarse entre los mismos que, además de chochear, ya no sabían hacer otra cosa que enredar.
Jamás negué a mi flexible y fecunda imaginación los métodos de investigación más rigurosos. Éstos no hicieron más que proporcionar algo de disciplina a mi insaciable voracidad congénita. Por eso, diariamente me esforzaba para que el grupo surrealista aceptara una idea o una imagen que estuviera en completa contradicción con el «gusto surrealista». Todo lo que constituía mi aportación contrariaba, en efecto, sus deseos. "

Diario de un genio, fragmento.
Salvador Dalí.

50

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"Ha dicho Octavio Paz: "Basta que un hombre encadenado cierre sus ojos para que pueda hacer estallar el mundo", y yo, parafraseando, agrego: bastaría que el párpado blanco de la pantalla pudiera reflejar la luz que le es propia, para que hiciera saltar el universo. Mas, por el momento, podemos dormir tranquilos, pues la luz cinematográfica está convenientemente dosificada y encadenada. En ninguna de las artes tradicionales existe una desproporción tan grande entre posibilidad y realización como en el cine. Por actuar de una manera directa sobre el espectador, presentándole seres y cosas concretas, por aislarlo, gracias al silencio, a la oscuridad, de lo que pudiéramos llamar su hábitat psíquico, el cine es capaz de arrebatarlo como ninguna otra expresión humana. 
Pero como ninguna otra es capaz de embrutecerlo. Por desgracia, la gran mayoría de los cines actuales parecen no tener más misión que ésa: las pantallas hacen gala del vacío moral e intelectual en que prospera el cine, que se limita a imitar la novela o el teatro, con la diferencia de que sus medios son menos ricos para expresar psicologías; repiten hasta el infinito las mismas historias que se cansó de contar el siglo XIX y que aún se siguen repitiendo en la novela contemporánea. 
Una persona medianamente culta arrojaría con desdén el libro que contuviese alguno de los argumentos que nos relatan las más grandes películas. Sin embargo, sentada cómodamente en la sala a oscuras; deslumbrada por la luz y el movimiento que ejercen un poder casi hipnótico sobre ella, atraída por el interés del rostro humano y los cambios fulgurantes de lugar, esa misma persona, casi culta, acepta plácidamente los tópicos más desprestigiados. El espectador de cine, en virtud de esa clase o de esa especie de inhibición hipnogógica, pierde un porcentaje elevado de sus facultades intelectivas. 
Pondré un ejemplo concreto: la película titulada Detective Story o Antesala del Infierno. La estructuración de su argumento es perfecta, el director magnífico, los actores extraordinarios, la realización genial, etc, etc. Pues bien, todo ese talento, todo ese savoir faire, toda la complicación que supone la máquina del film, fue puesta al servicio de una historia estúpida, notable por su bajeza moral. Me viene a la mente aquella máquina extraordinaria del Opus II, aparato gigantesco, fabricado con el mejor acero, de mil engranajes complicados, tubos, manómetros, cuadrantes, exacto como un reloj, imponente como un trasatlántico, que servía únicamente para timbrar la correspondencia. "

El cine, instrumento de poesía. (fragmento)
Luis Buñuel.

4.30.2013

49

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Es dulce hasta el contoneo de tu cintura sobre mi pelvis, y el rasgar suave de las sábanas. Es dulce cómo te despeinas y te sacias, de espectáculo de variedades, de dónde habrás salido sino de allí. Es dulce, como bien te he dicho tantas otras veces, que hasta la más mínima partícula de tu piel se erice con las caricias de unos cuantos besos. 
Pero se pierde la dulzura si te acercas y te veo nada más que con ojos de pantera, ojos de ámbar, de depredador famélico, de muerto de sed y hambre, con la brújula sin marcar a ninguna parte. Se me aceleran los pálpitos, los pensamientos, los impulsos y la desesperación absoluta, absoluta velocidad de un láser que atraviesa la consciencia. Un torrente sanguíneo que se abre camino hacia las mejillas. Prende y arde, arde y prende, inflamables como las páginas del Fahrenheit. Heroína, cocaína, antesala de un par de colisiones de placer, tiempo, olas, maremoto, terremoto, tifón, huracán. Descarga eléctrica, los cátodo y ánodo de una batería incandescente. Y un zumbido que me atraviesa la médula con las zarpas sobre la presa.
De pronto, ausencia. Parálisis. Pausa. Una mano que se detiene, un músculo que se contrae. La dinamo detenida en un choque frontal, auspiciado. Se invierte la catálisis. Velocidad absoluta en un mundo donde Lorentz no tiene espacio ni reconocimiento. No sobre sus cimientos. No sobre los de ella.
Se aparta un par de mechones. Sólo la veo con curvas aunque no tenga. Sólo la veo como Fortuna, Fortuna Brevis. Detesto su egoísmo, su ascendencia caprochisa. Maldita Annonaria, la puta que te parió. ¿Qué pretendes? ¿A qué juegas? Me he perdido, ¿que me has insinuado algo distinto? ¿Es mi interpretación? Interpretación la tuya con ese sucio mover de alfil a traición, de dama negra en el acecho. Me desquicias, exasperación, represión contestataria de tu yugo, de tu cándida sonrisa envenenada. Y te tendrías que joder, y ahora que te jodan, y que te jodan, y no te levantas ni con excusas de mierda ni segundas. Ésta no te la paso, y Dios si te la paso, ¡puta impotencia de no saber por qué cojones, por qué me sigues girando la cara como si fuera otro cualquiera!

-¿Qué te ocurre?

Pausa.

-Ey. ¿Estás?

Como si no lo supieras.

-Nada.

Silencio.

- Jack.

Silencio. 

- Jack.

No mires.

-Jack, por favor...

No.

-Jack, mírame. Por favor.

No.

-Yo...

De acuerdo.
Suficiente. Acopio.
De acuerdo, indiferencia. El gesto más sutil, lo más dañino posible.
Y allí. Ahí está. Cervatillo acorralado, perdido, confundido, cansado. Y se me vela la mirada de celuloide con el caleidoscopio de tu inocencia. 
Paciencia, como un susurro. Paciencia, vuelve a la jaula. La bestia en cautividad que se encierra demolida, amansada, dominada por la luz de la dama. 
¿Cuántas noches lleva? ¿Cuánto tiempo es la paciencia? ¿Hasta cuándo no reaccionará? ¿Hasta dónde será verdad que me quiera?