6.11.2012

10

Me siento tranquila. Me siento ausente. Me siento.
Floto. En una piscina, boca arriba. Estoy relajada, los pensamientos fluyen sobre las palmas, sumergidas.
Es extraño, escucho. Todo es extraño ahora. Todo lo que quise, no lo quiero. Todo lo que ahuyentaba, lo reclamo. Pero estoy tranquila. El estómago está vacío. La piel está quemada. No sé si habréis probado alguna vez eso de no sentir dolor, y no me refiero a ignorar, ni nada parecido. Me refiero a un dolor físico, una herida. De las sangrantes, sin sentidos figurados. Un corte. Consiste en alejar tu mente de ese foco de dolor y centrarlo en poner la mente en blanco. Funciona, juro que funciona. (...)
Empiezo con un par de largos, pero los músculos no se relajan. Paro, respiro. Me duelen los hombros. Vuelvo a colocarme las gafas y comienzo a bucear. Se distorsionan los gritos de Valero bajo el cloro y el agua.
— Hacía tiempo que no te veía.
— Ya. Estaba ocupada.
— Eso parece. ¿Cómo es que has vuelto?
— Dicen que es bueno para la espalda.
Veinticinco minutos de vestuario. ¿Es un vals, eso que suena, bajo la ducha?... Empiezo a arreglarme, en un intento inútil de evitar mi reflejo. Recojo la bolsa. Un moño improvisado que acaba en melena al aire. Cuánto me ha crecido el pelo en estos meses, me encanta venir aquí, sin pájaros en la cabeza. No ha estado mal, debería repetir. Ruge. Hago oídos sordos. Y vuelve a rugir. Calla, por favor, aquí saco la manzana.
— Hasta luego.
— Adiós.
Un examen por preparar vuelve a inundarme de inquietudes cuando, de repente, lo veo. No puede ser cierto. No me lo creo. Debe ser imposible. El tiempo se detiene durante unos instantes. De golpe, en seco. ¿Qué...? Está apoyado contra la pared del polideportivo. Metro setenta y mucho, rozando el metro ochenta, podría jurarlo. Mira con una frecuencia de siete segundos hacia la puerta, jugueteando durante ese intervalo con una BlackBerry negra, sin funda. Equipaje a los pies, creo que juega al baloncesto. Da una imagen de desenfado, natural. Rubio oscuro, cejas pobladas, ojos verdes, pestañas rizadas, rostro anguloso, de rasgos duros y, aún así, con mirada de niño. Y su sonrisa. No puedo evitarlo. Su maldita sonrisa.
Estúpidamente parada de frente a un casi desconocido. Estúpida, en general. Como yo sola puedo serlo.

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