6.11.2012

9

No creía en el amor a primera vista hasta que el destino se volvió en mi contra en dos ocasiones, justo en las mismas fechas, esos mediados de Marzo con aroma a pólvora y a recuerdos jodidos.
Tal que apareciste acompañado junto a unos antiguos compañeros de clase. Fue nada más verte, lo supe. Tenías algo y por encima de cualquier cosa, fuera lo que fuera, lo quería. Quería eso que guardabas en ti. Fueron tan sólo cuatro días, cuatro extraños días de mirarte a escondidas mientras también me observabas. Nunca supe tu nombre y tú el mío lo conocías, habías oído hablar de mi, casualidades de la vida. Decías "¡Eres la chica desconocida!" y luego nos reíamos como niños, después de unas presentaciones hipotéticas hacía escasa media hora. ¿Qué tendrías de distinto? Y así la preguntaba flotaba en mi mente justo antes de acostarme, cada noche. "Qué estúpida", susurraba en la penumbra nocturna, vodka en mano y amiga al lado, "lo acabo de conocer y ya sé que me gusta". Sonaba tan absurdo que lo creí posible.
No volvimos a vernos. No nos dimos los números. No me diste tu nombre. Sólo dijiste "Adiós", la última noche, y después te marchaste.
Son especiales esas casualidades. Es extraño, el funcionamiento de la mente humana. Y que después de ya meses, aún recuerde cómo no me reconociste en aquel paso de peatones, cuando cruzabas, rodeado de tus amigos hacia una función de teatro. No supe si rehusabas de mi mirada o ni te fijaste si quiera, pero allí estaba.
Hoy he sonreído acordándome de cómo esas tonterías... Ahí se quedan. Flotando. Y puede que tengan más significado sin ser nada que tantas cosas que tengo día tras día.

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