3.07.2013

47

Hoy he luchado entre tus sábanas. Sábanas de miedos y sábanas de recuerdos, sábanas de algodón dulce, suave, de caricias veraniegas. Sábanas hechas jirones al cabo de varias horas, cuando el reloj-despertador marque las 4:26.
Se desnuda con timidez. Es pequeña, parece pequeña. Una gacela al borde del colapso, sin bien saber si echar a correr o confiar, por una vez, en el guepardo. Esta vez no hay penumbra, no hay Madrid, no hay desayuno continental ni ola de frío que arrase desde Siberia. Sólo avenida y estores bajados, las persianas a media altura, y un apartamento vacío.
Oscuro. En silencio.
Medita, sopesa. Durante un par de minutos su mente no deja de barajar posibilidades, situaciones, coraje, bulle de información, hierve la sangre bajo su piel de gallina, sus ganas de desaparecer. En realidad no querría haber venido. En realidad no querría haber empezado. En realidad estaba deseando follarse a cualquier otro desgraciado, cualquier otro recuerdo desdibujado y con afán de protagonismo. Arrancarle los pantalones borracha e inconsciente, dejarse llevar por las burbujas del alcohol y no tener por qué recordar. Un sexo sucio y sin fundamento, sin significado. Vacío, oscuro. Pero no en silencio.
En noches como ésta renacen los antiguos retratos chamuscados, cubiertos de ceniza y pólvora. Varios susurros al teléfono y un par de miradas malintencionadas, intencionadas, calculadas. Inconcluyentes. Y se quedan en miradas, promesas y deseo, puro deseo que se regenera por la cobardía, el ave fénix de mi cordura.

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