10.08.2013

54

Nunca supe diferenciar entre las eses a final de palabra y las de principio. Siempre me sonaban a hueco, a rasgar de papel. Tampoco tuve claro si (g/j)irafa o e(x/s)


Me acaban de llamar gurú de mierda. Resentimientos, quizás me pasé, por vez enésima. Es gracioso. Me acaban de despreciar hasta el punto más infinitésimo existente, y lo primero que me viene a la cabeza no es ni compasión ni remordimientos, sino Leibniz y sus límites. Su cálculo infinitesimal.
Es existencialismo, quizás en una vertiente terriblemente dañina. Por una vez, no es autodestructiva, no sé hasta qué punto es bueno. Lo dulce de la autodestrucción es que es una amante egoísta, y la guardas para tu íntimo y único ser. No se comparte. Mía, tuya, suya, nuestra, vuestra, suya.
¿Y ahora? Qué vil, qué ironía, si justo me iba a poner a reflexionar en blanco, de ahí las primeras líneas que poco tienen que ver con el resto (por vez enésima). Que si aquello de las mónadas y su puta madre, que si los obsoletos y la ortografía, y esas paparruchadas que le vienen a un(a/o) cuando la noche afila sus (¿mis?) cuchillos. Las líneas simples del pensamiento, las profundidades recónditas de una caverna que más tiene que ver con Jünger que con Platón. Discernir, el aplauso del mediodía sobre la lluvia de un mes de Marzo.
Qué indiferencia supone el odio cuando el vacío, si bien existencial o no, es el que devora las entrañas como Cronos a sus hijos. Cronos y las pupilas dilatadas, las carnes sangrantes y la cara desfigurada. El rostro del horror, el mismísimo diablo durante mi tierna infancia. 

Otro párrafo más antes de un nuevo paso a la realidad.
A un(o/a) se le olvida. Será normal. Siempre preferí el teatro.

No comments: