3.05.2014

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Tragué la vajilla en pedazos para que la boca me supiera a sangre sin moderme la lengua.
Las vértebras se retorcieron sobre su eje de simetría. Como una víbora que coleaba, como una sinusoide letal. Se lanzaban los dedos sobre una garganta de esquizofrenia y oxitocina, serotonina, dopamina. Morfina intravenosa, un dulce dolor que le llegaba hasta lo más profundo de sus pensamientos. Si hubiera podido rasgar las paredes, lo hubiera hecho, pero se mordía las uñas. Tan sólo podría haberlas acariciado con sus yemas en un sutil intento de hacer daño. Era patético. Patético, sí. En ésto que piensas en asuntos patéticos, cómo no, y en eso que piensas en esa balada, "La Patética", que cómo se podría figurar Ludwig que aquello era, yo qué sé, ¿por qué desmerecedora?, nunca fue menos, quizás, sí, quizás mi favorita. Qué puta mierda, puta mierda, PUTA MIERDA. Qué qué qué qué, contesta, contesta, ¿qué haces? Eres un gilipollas. Tenía razón, y he estado apunto de acabar pero y si en realidad, no, y si, bueno, yo también me he tirado estudiando toda la tarde. Y qué más. Pero mírame, he tenido la mínima decencia, la puta decencia de dirgirme y hablarle y AH no, no, no, en absoluto, no debería, veneno, infierno, tortura. Mal, lo estás volviendo a hacer. Este apocalipsis no se cierra en banda, no me deja seguir. Siempre vuelve como las olas a la orilla, como un amante que nunca se cansa de ser despechado, utilizado. Títere. Títere del mismo juego. Todos somos títeres.
Títeres de porcelana.

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